El secreto de la sirvienta

19

Esas palabras enfurecieron a Evelina. El hombre hablaba como si ella hubiera elegido estar allí. El humo se volvió más denso y envolvió la manzana con una fina cinta verde. La niebla giró en torno a la fruta hasta ocultarla por completo. Luego se desvaneció, dejando en su lugar una manzana seca, negra, con la piel arrugada. Parecía exprimida y secada bajo un sol abrasador.

Evelina sintió debilidad. Todo le daba vueltas, las piernas le flaquearon. Elizar la sujetó con firmeza y la atrajo hacia sí, impidiendo que cayera. Ella temblaba, se aferró con fuerza a sus anchos hombros, casi colgando de él. El duque la sostuvo entre sus brazos, como si no pensara soltarla.

—Tranquila, respira profundo. No has canalizado bien la magia, te has agotado —explicó con calma.

—¿A Ayne también le pasaba?

Él notó el reproche en su voz y se apresuró a justificarse:

—Sí, ella también era muy emocional. Dije todo eso sobre Ayne solo para enfadarte. Lo estás haciendo muy bien. Con unas cuantas lecciones más, podrás destruir la magia de Anvar sin dificultad.

Al oír el nombre del rey, el corazón de Evelina se cubrió de plomo. No quería hacerle daño. Intentó apartarse de Elizar, pero él la sostenía con fuerza. Esa cercanía la estremecía; sus ojos grises hipnotizaban, y Evelina escuchaba los latidos del corazón bajo su pecho de acero. Rápidos, impacientes, como si quisieran escapar de ella. Se quedó inmóvil en su abrazo de hierro, sin intentar liberarse.

—Anvar dijo que Elvira no acepta concesiones. Que quiere todo el país.

—Después de que él la provocó, sí. Pero tras la muerte de nuestro padre, ella buscaba una solución pacífica. Anvar acababa de subir al trono y se creía invencible. Ni siquiera quiso oír sus propuestas, la humilló en público y, en un arranque de orgullo, fue directo a la guerra, confiado en la victoria. Pero las tropas de Dalmacia son demasiado poderosas. Obtienen su magia no solo de la luz. Estoy convencido de que, si cede en algo, podemos detener esta masacre. Anvar sabe hablar, pero eso no significa que diga la verdad.

Evelina suspiró con pesar e hizo otro intento por soltarse. Sus brazos eran como cadenas de hierro, imposibles de romper. Se atrevió a preguntar lo que llevaba tiempo inquietándola:

—¿Por qué no quieres a tu hermano? ¿Hay enemistad entre ustedes?

—No lo llamaría así. Tras la muerte de su madre, el rey se casó con la mía, que ya me llevaba en el vientre. Adoraba a Anvar, pero nunca prestó atención al hijo menor. Por eso mi hermano creció tan seguro de sí mismo. No ve que esta guerra no se puede ganar. Espero que perder su poder lo haga entrar en razón.

Evelina pensó que Elizar estaba sorprendentemente conversador esa noche. Sospechó que el vino le había soltado la lengua. Decidió aprovechar la ocasión para sonsacarle más secretos. Con atrevimiento, empezó a dibujar con un dedo un patrón juguetón sobre su pecho desnudo.

—¿Y esa es la única razón por la que quieres dejarlo sin magia? Sospecho que planeas un golpe de Estado. ¿Quieres quitarle el trono y coronarte tú?

—Suena tentador, pero el poder no me interesa. Solo quiero ver prosperar mi tierra. Bueno… y guiar un poco a mi hermano por el camino correcto.

La mano de Elizar descendió lentamente desde su cintura, avanzando con seguridad. Evelina mordió su labio, sabiendo que ella misma lo había provocado. Asustada, retiró los dedos y se encogió para zafarse del apretón. Elizar lo notó.

—No te alejes… ¿Tan incómodos te resultan mis brazos?




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