Elizar soltó a regañadientes la mano de la joven y le dio un beso descarado en la mejilla.
—Por la seguridad de mi muñequita, soy capaz de arrancar gargantas. No te preocupes, encontraremos a los culpables.
El hombre se levantó y se dirigió hacia la salida. Evelina bajó la cabeza, avergonzada. No entendía por qué Elizar montaba semejante espectáculo. Ante la voz severa del rey, Ayne tiró de la manta hasta cubrirse hasta el cuello. Quería esconderse por completo, pero no se atrevió.
—¿Además de la fortuna de mi hermano, te interesa algo más?
—No necesito la fortuna de su hermano —soltó ella de un tirón, mirando desafiante a los oscuros ojos del rey.
Anvar se acercó y se sentó en la silla junto a la cama.
—¿Entonces qué? ¿Por qué aceptas sus atenciones y me ignoras a mí?
Evelina guardó silencio. No quería mentir sobre un amor irreal hacia Elizar, pero tampoco podía decir la verdad. Finalmente, se incorporó sobre los codos y se acomodó contra la almohada, sintiéndose un poco más segura.
—Usted no necesita mi atención. Ya tiene dos candidatas al título de esposa.
—¿Y crees que Elizar no las tiene? —la presión en su voz crecía—. Puede elegir a cualquier duquesa, sin importar su nivel mágico. Pero un duque no puede casarse con una sirvienta. Esa relación no tiene futuro.
—¿Y eso lo dice para protegerme?
—Te lo digo para que no te hagas ilusiones —esa preocupación encubierta hizo que Evelina se sintiera aún más alerta. No comprendía por qué Anvar se interesaba tanto en su vida personal. Sospechaba que ya sabía la verdad. Que intuía lo que realmente ocurría entre ella y el duque. Rápidamente apartó esa idea: si así fuera, los ejecutarían a ambos.
No entendía el juego. Lo miró con rabia y soltó con desdén:
—No se preocupe. Sé perfectamente cuál es mi lugar, y usted no pierde ocasión para recordármelo.
—¿De dónde eres?
La pregunta inesperada le heló el corazón. Evelina se quedó paralizada, sin intención de responder. Anvar pasó una mano por su oscuro cabello, cansado.
—¿Quiénes son tus padres? Sabes bien que una simple sirvienta no podría resistir el impacto de un torbellino como lo hiciste tú.
—De todas formas, no me creerá.
Anvar se inclinó hacia ella, quedando demasiado cerca. Su mirada penetrante parecía hipnotizarla, como si intentara ganarse su confianza para arrancarle todos sus secretos. Su voz, suave, se colaba dentro del alma, sembrando inquietud.
—¿Por qué? ¿Ni siquiera puedes responder una pregunta tan simple sobre tu pasado? ¿Dónde naciste? ¿Cómo era tu vida?
—No lo sé. No recuerdo nada desde el momento en que caí y usted me detuvo.
—No me mientas —alzó la voz de repente.
Evelina comprendió que toda esa supuesta preocupación solo era una táctica para sonsacarle la verdad. Y cuando la descubrieran, la ejecutarían como a una bruja oscura. Ninguna palabra convencería al rey de lo contrario. Con desprecio, él agitó la mano:
—Ni siquiera te golpeaste la cabeza. ¿Cómo vas a perder la memoria así?
—Le dije que no me creerá —Evelina suspiró pesadamente y negó con la cabeza.
En ese momento, Elizar entró en la habitación y la salvó de una conversación cada vez más incómoda. Anvar se recostó con decepción, sin ocultar su disgusto. El duque se acercó sin miramientos y se sentó sobre la cama, rompiendo todas las normas del decoro.
—Le pedí a Derek que trajera un cristal. Ahora sabremos qué clase de magia esconde mi muñequita.
—Deberías preocuparte más por saber de dónde viene —Anvar se levantó de golpe, furioso, y empujó la silla con rabia.
—Si Ayne posee magia oscura, deberá responder ante la ley.
Un escalofrío recorrió la espalda de Evelina. Los ojos del rey ardían de odio, y ella supo que no bromeaba. No dudaría en matarla sin compasión ni remordimiento. Elizar le apretó la mano con fuerza, en un gesto de apoyo.
—Sé razonable, Anvar. ¿De dónde podrían surgir magos oscuros en nuestro reino? Ardonia fue purgada hace tiempo, y los pocos que sobrevivieron se esconden en Dalmacia. Estoy seguro de que hay una explicación lógica. Esperemos a ver qué muestra el cristal.
—¿Y si es una espía? —el rey entornó los ojos, con una expresión astuta que lo hacía parecer un zorro listo para descubrir la verdad—. Entró en el palacio y ha estado espiándonos, enviando información a nuestros enemigos.
—En ese caso, no te habría salvado.
—El torbellino no me habría hecho daño de todas formas.
—Pero yo no lo sabía. Basta ya de acusaciones sin sentido —Evelina se levantó de un salto, tambaleándose. Las piernas se le doblaban, y tuvo que aferrarse al respaldo de la silla para no caer. Con todas sus fuerzas intentaba ocultar su debilidad—. Ya ha tomado una decisión sobre mí. Será mejor que me paguen lo que me corresponde y me dejen ir.
—¿Adónde irás, pajarita? —Elizar la sujetó por el codo—. No seas impulsiva. Anvar sabe que estas acusaciones no tienen fundamento.
—Imagino que el respetado duque encontrará sitio en una de sus propiedades para otra amante. Supongo que por eso se esfuerza tanto en entretenerte.
Las palabras de Anvar cayeron como un puñal directo al corazón. Evelina se sintió como un objeto, usado para satisfacer caprichos ajenos. Apretó los puños, luchando contra la rabia que le desgarraba el alma.
—Basta de insinuaciones. Estoy con Elizar, pero no por su estatus. No toleraré que me falten el respeto. Me voy, ni siquiera necesito el pago por mi trabajo.
Evelina alzó el mentón con orgullo y se dirigió hacia la puerta. No quería formar parte del juego entre los hermanos. Uno solo la utilizaba; el otro la acusaba de todo.
—No vas a irte —sintió los dedos de Anvar aferrarse a su brazo como el aguijón de una abeja. Le apretó con fuerza, pero luego aflojó el agarre—. No puedo dejarte ir hasta comprobar con el cristal el tipo y nivel de tu magia.
Editado: 13.08.2025