Elizar tomó sus dedos y los llevó a sus labios. Los besó uno por uno, lentamente, con ternura, como si sus caricias fueran aire. Evelina se quedó inmóvil, sin saber cómo reaccionar. Al final, decidió que podía fingir que le creía, así disminuiría su vigilancia.
—No puedo corresponderte.
—No te lo exijo. Te esperaré el tiempo que sea necesario —dijo Elizar, presionando sus manos contra su pecho—. Eres una mujer especial, y vales cualquier espera. Solo imagina: en cuanto le quites el poder a Anvar, dejaremos el palacio. Nos iremos a una casa pequeña, lejos de todos, y compartiremos una vida de felicidad. No más cofias ridículas, ni órdenes que obedecer. Te compraré vestidos dignos de una duquesa y en cada dedo llevarás un anillo con gemas.
Sonaba dulce. Demasiado dulce. Evelina entrecerró los ojos, con desconfianza. Quería detectar la mentira, pero Elizar parecía sincero, convincente. Aún no sabía si él era el hombre con quien quería pasar el resto de su vida. Un susurro escapó de sus labios:
—¿Y si no puedo arrebatarle el poder al rey?
—Entonces igual te llevaré a una de mis propiedades. Pero debemos intentarlo. Su arrogancia está arrastrando al reino hacia el abismo.
El hombre se inclinó hacia ella en busca de un beso. Evelina no deseaba acercarse tanto. Al menos, no aún. Exhaló justo frente a sus labios:
—¿Es necesario que demuestres tus sentimientos por mí siempre que está el rey?
—¿Te avergüenzas? Lo hago para que él no sospeche de lo nuestro. Y desde mi lado... no es fingido.
—Prometiste esperar. Espero que cumplas tu palabra y me des tiempo para pensar.
—Por supuesto —Elizar besó su frente y soltó sus manos.
Un toque inseguro en la puerta obligó a Evelina a alejarse. El duque habló con autoridad:
—¡Adelante!
Meizi entró en la habitación. Hizo una reverencia al duque y, nerviosa, jugaba con la tela del delantal blanco que ya había perdido su frescura.
—Perdón, Su Excelencia. Su Majestad el Rey le ordena presentarse en el salón del trono. A mí me ha encargado cuidar de Ayne.
Evelina miró sorprendida al hombre. La preocupación del rey le parecía sospechosa. Hacía apenas unos minutos la había acusado de espía, y ahora le ofrecía protección. Elizar sonrió ampliamente:
—Bueno, pajarita, hasta luego. Te visitaré esta noche.
Esa declaración en voz alta dejó a Evelina atónita. Permaneció inmóvil mientras él le besaba la mejilla. Solo cuando el duque salió, pudo respirar con alivio. Meizi aplaudió suavemente:
—¡Qué afortunada eres, Ayne! El duque se desvive por ti, y ahora que salvaste al rey, también te ganaste su favor. Un poco más y Elizar te hará su concubina oficial.
Meizi hablaba con entusiasmo, como si se tratara de un gran honor. Pero a Evelina esa idea no le traía alegría. Se sentó en la cama y apoyó las manos sobre las rodillas.
—¿Y por qué no esposa directamente?
—Eres una soñadora, Ayne. Su esposa será una dama noble. A ti, con suerte, te tocará ser concubina. Hace un mes, cuando el duque empezó a fijarse en ti, soñabas con esto. ¿Y ahora quieres ser su esposa?
Evelina sintió que algo la atravesaba por dentro. Supuso que entre Elizar y Ayne había habido algo más. Esa sospecha le pinchó el corazón como una aguja envenenada.
—¿Crees que Elizar ya me visitaba por las noches?
—Generalmente eras tú quien lo visitaba —Meizi rió y se cubrió la boca con vergüenza—. No sé cómo lo lograste, pero desde hace un mes solo tiene ojos para ti. Ya ni mira a esas condesas tan presuntuosas.
El pecho de Evelina ardía. Las mejillas le quemaban. Así que todas sus palabras eran mentira. En realidad, Elizar amaba a Ayne, no a ella. Solo la veía como un reemplazo barato. Apretó los labios y cerró los ojos. Aún no comprendía qué había hecho para merecer esto. Aunque... tal vez Elizar solo enseñaba magia a Ayne, como ahora a ella, y todo lo demás eran solo chismes. Solo un hombre podía decirle la verdad.
Se levantó decidida:
—¿Sabes dónde está Derek? Necesito hablar con él.
—Lo vi en la sala del trono, discutiendo con el rey sobre el robo del cristal. Ayne... ¿es cierto que tienes magia? —Meizi la miró con cierta inquietud.
Evelina se encogió de hombros:
—No lo sé. Todos lo dicen, pero yo no sé qué tipo de magia es, ni siquiera si realmente la tengo.
No podía confiar en Meizi. Tenía miedo de decir algo que la llevara a la ejecución. La magia oscura estaba prohibida, pero no era su culpa que sus poderes se alimentaran de sombras. Y al final, no los usaba ni hacía daño a nadie.
Meizi se acomodó el delantal:
—Es extraño. Mi abuela tenía un poco de magia, le salió una verruga en la nariz y murió a los pocos días. ¿Estás segura de que no tienes verrugas?
—Segura —dijo Evelina, y caminó hacia la puerta.
Meizi la detuvo con una mano:
—Espera, ¿a dónde vas?
—Quiero hablar con Derek.
La joven dio un paso al costado, bloqueándole el camino. Extendió la palma con gesto firme.
—Iré yo misma a buscarlo y le diré que venga. El rey me encargó cuidarte, y si te ve deambulando por el palacio, me culpará por no cumplir mis deberes.
Editado: 18.07.2025