Meizi desapareció rápidamente tras la puerta, dejando a Evelina sola. Con cada minuto que pasaba, su rabia crecía. Esos dos hermanos eran tal para cual. Uno se declaraba enamorado, cuando en realidad sentía algo por la mujer cuyo lugar ella ocupaba. El otro la besaba con descaro, sin tener ninguna intención seria.
Aquel beso aún lo recordaba: hambriento, embriagador, nublaba la mente y pedía más. Evelina sacudió la cabeza, tratando de espantar esos pensamientos inoportunos.
Derek apareció unas horas más tarde. Se quedó de pie junto a la puerta, con gesto malhumorado, como si deseara marcharse lo antes posible.
—¿Qué quieres? —soltó, nada amable.
—Dime la verdad. Necesito entender al menos un poco a Elizar. ¿Él amaba a Ayne?
Derek frunció el ceño y tardó en responder.
—¿De dónde lo has oído?
—Me han llegado rumores.
—Sí, durante la última semana noté que se habían acercado mucho. Planeaban irse juntos del palacio y vivir en una finca, alejados de todo. Elizar quería casarse con ella.
Evelina se quedó pálida. Se sintió engañada, traicionada, usada. Todas las palabras de Elizar eran una mentira. Solo buscaba reemplazar a la mujer que amaba. Derek se pasó una mano por el cabello claro y la miró con cierta inquietud.
—¿Qué te pasa? —luego se tapó la boca, como si se hubiera dado cuenta de algo—. ¿No me digas que también intentó algo contigo?
—No importa. Gracias por ser sincero conmigo.
La noche cayó sobre la tierra como un manto oscuro. Evelina encendió unas velas. En esos aposentos se sentía como una princesa, pero no olvidaba que aquel lujo duraría solo hasta el amanecer. Por la mañana volvería a ser Cenicienta, vaciando la bacinilla del rey.
A propósito, no se desvistió. Esperaba la llegada de Elizar.
Las bisagras crujieron y él entró en la habitación. Evelina apoyó los codos en la mesa, esperando que eso le diera un aire de autoridad. Elizar abrió los brazos como para abrazarla y se acercó con prisa:
—Mi pajarita, al fin te veo.
—Ni un paso más —Evelina levantó la mano para detenerlo. El hombre se detuvo a medio metro.
—¿Qué ocurre?
—¿Todavía te atreves a preguntar? ¿Creías que podrías engañarme? Basta ya de fingir que estás enamorado. Sé lo que hubo entre tú y Ayne. La amabas.
Durante unos segundos, Elizar permaneció inmóvil, pensativo. Luego, de un tirón, arrastró una silla y se sentó, apoyando la cabeza en una mano:
—¿Y ahora qué fantasías rondan esa cabecita? —entrecerró los ojos, y su expresión astuta lo hacía parecer un zorro. Eso enfureció aún más a Evelina. Cerró los puños.
—¡No juegues conmigo, Elizar!
—No estoy jugando. Sí, entre Ayne y yo empezaban a surgir sentimientos, pero de quien me enamoré fue de ti —le tomó las manos como si temiera que escapara—. De ti: obstinada, valiente, capaz de defender tus ideas sin temblar ante mi mirada. Eres muy distinta a las mujeres de este reino, y eso me atrae. Quiero conocerte más.
—¿Ayne fue tu amante?
Él la miró fijamente. Evelina se explicó:
—Tengo derecho a saberlo. Imagina que salgo embarazada y ni siquiera sé de quién es el hijo.
Elizar estalló en una carcajada que la sacó de quicio.
—No veo qué tiene de gracioso. A ver si a ti te meten en el cuerpo de otro y sigues riéndote.
—Eres adorable —rozó su barbilla, pero al ver su mirada furiosa, retiró la mano de inmediato—. Estás en el cuerpo de una joven muy atractiva, no de un viejo cualquiera. Y no, Evelina, no compartí el lecho con Ayne. Ella lo consideraba inapropiado.
Al mirarlo a los ojos grises, Evelina supo que decía la verdad. Suspiró aliviada. Elizar se atrevió más y la abrazó. Ella no se resistió. Intentó escucharse a sí misma, entender qué sentía. Parecía que ya se había acostumbrado al frío que él irradiaba. Sus caricias se le hacían familiares, y su voz, conocida.
El hombre se inclinó, buscó sus labios y los atrapó con un beso inesperado.
Tierno, suave, como si temiera espantar a una liebre asustada, exploró sus labios con maestría. Al no encontrar resistencia, se envalentonó y profundizó el beso. El corazón de Evelina latía con fuerza, y el frío de él ya no le molestaba, al contrario: le resultaba refrescante.
Poco a poco su mente se nublaba. El beso se volvía más urgente. Las manos de Elizar acariciaban su espalda, y cuando sus dedos fríos tocaron su piel, Evelina se estremeció y se apartó. Miró sus ojos grises, llenos de deseo, y volvió en sí, como si despertara de un hechizo.
Se sentía un reemplazo de Ayne, y eso le dolía. Quería que sus sentimientos fueran reales. Lo miró con reproche y negó con la cabeza:
—Dijiste que esperarías. Pero no lo haces.
—Es difícil resistirse, estando tan cerca de ti —se apartó un poco, pero no retiró sus manos de su espalda—. No te enfades. Fue solo un beso. Tienes que acostumbrarte a mí.
—Necesito tiempo.
—De acuerdo, no presionaré —Elizar la soltó y se puso de pie—. ¿Practicamos tu magia?
Evelina asintió. Quería hacer lo que fuera para olvidar ese beso. Aunque le había gustado, no podía sacarse de la cabeza la mirada reprobatoria de Anvar. Él no le había prometido nada, ni le había declarado sus sentimientos. Tal vez aquel beso fue impulsivo, pero aun así, sentía que lo que hacía con Elizar no era correcto. Como si él solo intentara llenar el vacío que dejó Ayne.
Se levantó y miró a su alrededor.
—Aquí no hay manzanas.
—No las necesitamos —sonrió Elizar con misterio, apartando una silla—. Cúbrela con humo. Ya verás qué pasa.
Editado: 18.07.2025