La joven intentó concentrarse. Extendió las manos hacia adelante e intentó enfurecerse. Elizar se había equivocado al besarla sin su consentimiento, aunque, para ser justa, Anvar tampoco lo había pedido. Se sentía como una copia barata de Ayne, incapaz incluso de aprender a usar la magia.
Un humo rojo comenzó a formarse entre sus dedos, envolviendo en finas líneas el respaldo de madera de la silla. La furia en su pecho aumentaba, y el humo se hacía más denso. La neblina rojiza cubrió por completo la silla, giró en un torbellino veloz y, sin hacer ruido, explotó, disolviéndose en el aire.
Evelina soltó un pequeño grito y apretó los puños. Elizar la abrazó de inmediato. Ella hundió la nariz en su pecho ancho y cerró los ojos. El miedo se instaló en su corazón al ver lo que había hecho. Donde antes estaba la silla, ahora solo quedaban cenizas sobre la alfombra clara.
Elizar la besó en la sien:
—¡Muy bien! Lo lograste. Estás lista para arrebatarle el poder a Anvar.
Eso la sacudió. Se separó de su abrazo y frunció el ceño:
—¿Y si también lo quemo a él?
—No lo harás. Anvar tiene magia. Solo le quitarás su poder, nada más.
—¿Qué soy? Mis manos destruyen todo lo que tocan —dijo ella, entrelazando los dedos, con miedo incluso de moverlos, como si en cualquier momento pudiera surgir otra nube letal.
Elizar se rascó la nuca:
—Es magia oscura, pajarita. Es peligrosa, por eso está prohibida. Tenemos que limpiar las cenizas antes de que alguien descubra lo que estamos haciendo.
—¿Y crees que nadie notará que falta una silla?
—No te preocupes por tonterías —se quitó la chaqueta y la extendió sobre el suelo—. Ayúdame a recoger las cenizas.
Evelina se arrodilló y tomó un poco con las manos. Era cálida, fina y suave como el polvo.
—¿Tú hiciste desaparecer el cristal?
—Por supuesto. Si Anvar descubría que tienes magia oscura, te habría ejecutado sin pensarlo. Me importas, Evelina. No mentía cuando te dije que eres importante para mí.
Elizar envolvió las cenizas en su chaqueta, haciendo un hatillo. En la alfombra quedaron algunas marcas que evidenciaban el incidente, pero al parecer no le preocupaban.
—Si preguntan, di que no sabes nada. Siempre puedes culpar a una sirvienta.
Se inclinó hacia ella para robarle otro beso. Evelina se apartó. No quería avanzar en su relación con él. No mientras no pudiera confiar.
—Ya es hora de que te vayas.
—Lo sé, pero no quiero alejarme de ti.
Evelina, como si no lo hubiera oído, se levantó y fue hacia la puerta. La abrió con decisión, marcando el gesto de despedida:
—Buenas noches, Elizar —vio cómo el duque fruncía el ceño. Apretó los labios con disgusto y se inclinó hacia ella con complicidad:
—Y para ti también. Mañana intenta hacer lo que hemos estado preparando. El carruaje está listo, todo espera por ti.
Elizar se fue y Evelina suspiró aliviada. Apagó las velas y se tumbó en la cama, mirando fijamente la oscuridad del techo. Sentía que no le decían toda la verdad, que Elizar quería manipularla y usarla para sus propios fines. Quizás se equivocaba, pero no quería seguir obedeciendo órdenes a ciegas.
Por la mañana, tomó una jarra de agua tibia de la cocina y se dirigió con prisa a los aposentos de Anvar. Él ya estaba despierto, sentado en la cama. Sus piernas cubiertas por una manta, el pecho por una camisa blanca. Se frotaba los ojos con los dedos, somnoliento:
—¿Ayne? ¿Qué haces aquí?
—Le traje agua para lavarse —respondió Evelina, encogiéndose de hombros como si fuera lo más normal del mundo.
—¿Ya te sientes mejor? —Anvar se levantó de un salto y se acercó al amplio lavabo.
Ella vertió agua en sus manos.
—Sí, gracias. No se preocupe, aún puedo ayudarle a lavarse.
El rey sonrió con aire depredador. Esa sonrisa no presagiaba nada bueno. Evelina, como esperando un golpe, encogió instintivamente el cuello.
Anvar se lavó y se sentó en el sillón. El barbero aplicó crema en sus mejillas y empezó a afeitarlo. El rey no era amigo de afeitarse, lo hacía rara vez. Creía que con la barba se veía más serio y severo.
Observaba a Ayne con disimulo. Hoy la notaba nerviosa, tensa. Había arreglado las almohadas con prisa y tendido la cama sin cuidado. Una vez más, había ignorado la cofia y no se había cubierto el cabello, solo lo recogió en un moño apretado. Algunos mechones se habían soltado y caían sobre su frente. Eso la hacía ver aún más atractiva.
Ayer, Anvar se había asustado. Una ola de preocupación por la joven se apoderó de él. Estaba dispuesto a reducir a polvo a cualquiera que se atreviera a hacerle daño. No entendía su reacción, pero esa sirvienta ya habitaba sus pensamientos desde hacía tiempo.
Sabía que le ocultaba algo. No creía que realmente no recordara nada. Pero si de verdad supiera sobre su magia, no se habría lanzado así al torbellino. El sanador recibió un fuerte reproche por no haber conseguido reanimarla. Aunque ahora comprendía que solo hacía falta tiempo para recuperarse, en ese momento el miedo lo había cegado.
La idea de perder a esa chica que ni siquiera era suya lo aterraba.
La ternura de Elizar lo enfurecía. Ni siquiera con sus favoritas había sido tan considerado. A Anvar le costaba aceptarlo, pero lo cierto era que se sentía atraído por la joven que pertenecía a su hermano.
Editado: 18.07.2025