En sus ojos castaños brillaba la rabia. Sus manos se cerraron en puños y, como una tigresa a punto de atacar, parecía lista para lanzarse sobre su rival.
—¡Basta, Cecilia! —la voz de Anvar retumbó como un trueno, haciendo que Evelina se estremeciera—. Después de lo ocurrido hoy, claramente no estás en tu sano juicio. Encontraremos al culpable, pero deja de atacar a esta pobre sirvienta. Además, te ha devuelto la belleza. Te recomiendo que te vistas y descanses. Ya hubo suficientes escándalos por hoy. Titus, Ayne, venid conmigo.
El rey abandonó la habitación con paso firme. Evelina lo siguió rápidamente, casi trotando para alcanzarlo. No sabía cómo explicar de dónde provenía su don. Si al menos tuviera fragmentos de los recuerdos de la verdadera Ayne, todo sería más fácil. Temía la sentencia de Anvar. Ignoraba qué destino les esperaba a las hechiceras sin linaje en ese reino, así que se preparaba para lo peor.
Anvar entró en su despacho, sirvió un líquido oscuro en un vaso y lo bebió de un trago. Luego, la miró con seriedad:
—¿De verdad no sabías que tenías magia?
—No sabía que podía sanar. Ni siquiera sé cómo lo hice. No estoy segura de poder repetirlo.
Anvar se dejó caer en su amplio sillón, con el ceño fruncido. Observaba a la joven como si acabara de cometer un crimen imperdonable. Evelina temía que hubiese descubierto su magia oscura. Ninguna mentira podría salvarla ahora.
Titus dio un paso al frente y se dirigió al rey:
—Sanar es un don único. Casi no quedan sanadores verdaderos. Permitidme tomarla como aprendiz. Le enseñaré a usar su poder y la convertiré en una digna sucesora. Sería un pecado enterrar ese talento entre cubos sucios.
Anvar asintió lentamente y se volvió hacia Evelina:
—¿De verdad no recuerdas nada?
—No. Mi único recuerdo es cuando me atrapaste en el comedor y no me dejaste caer.
—Muy bien. A partir de hoy, estudiarás sanación. Te alojarás cerca de la enfermería. Debemos descubrir qué ocurrió con tu memoria. Nadie la pierde sin razón. Y otra cosa: esta noche, después de la cena, vendrás a verme. Quiero presenciar tu magia personalmente.
Un calor sofocante recorrió la espalda de Evelina al escuchar esa orden. Temía que el encuentro se tornara demasiado personal, especialmente tras aquella insinuación atrevida de Anvar. No se atrevió a contradecirlo, por miedo a levantar sospechas. Se dirigió a su antigua habitación para recoger sus escasas pertenencias. La instalaron en un cuarto individual. Se sintió aliviada de no tener que compartir espacio con las demás criadas ni limpiar la bacinilla del rey.
En su nueva estancia olía a hierbas secas. El colchón delgado estaba cubierto por sábanas limpias. Guardó su ropa en un armario de madera con puertas chirriantes. En la mesa había un candelabro con velas nuevas y un pequeño espejo. Dos sillas estaban empujadas bajo el escritorio, sus respaldos delatando su presencia. El ambiente era austero, pero al menos estaba limpio. Evelina se acercó a la angosta ventana que daba al patio trasero y observó los caballos que se dirigían despacio a las caballerizas.
De pronto, la puerta se abrió bruscamente y entró Elizar. Parecía inquieto.
—Evelina, ¿estás bien?
Sin esperar respuesta, la abrazó con fuerza, tan fuerte que le robó el aliento. Evelina le tocó los hombros y lo empujó suavemente. Solo tras llenar sus pulmones de aire pudo hablar.
—Vas a asfixiarme.
—Perdón... me preocupé mucho —aflojó su abrazo, pero no la soltó del todo—. No tienes idea de lo especial que eres. Dentro de ti habitan dos esencias: la luz y la oscuridad. La sanación... eso es pura magia blanca.
Evelina se liberó de sus brazos fríos y se alejó. Corrió una silla y se sentó, inquieta por lo que había oído.
—¿Eso significa que ya no me ejecutarán?
—No lo sé. Nunca conocí a alguien con ese don. La magia blanca está permitida, pero la oscura es perseguida. Te aconsejo que no se lo cuentes a nadie, y menos a Anvar. He oído que quiso empujarte por un acantilado.
El recuerdo la hizo apretar con fuerza la tela de su vestido. Por la mañana pensó que moriría. Anvar había jugado con su miedo para sonsacarle información. Ella le dijo lo primero que se le ocurrió. Sabía que él jamás creería en un amor verdadero entre ellos. Evelina entornó los ojos, sospechando:
—¿Tienes un espía entre sus hombres?
—Por supuesto. ¿Pensabas ocultármelo? —Elizar se acercó de nuevo y le tomó las manos, obligándola a ponerse de pie—. Evelina, no deben existir secretos entre nosotros. Anvar es astuto. Detrás de su máscara de afecto esconde otras intenciones —rozó su sien con los labios helados—. Esta noche iré a verte. Entrenaremos. Y mañana... mañana debes acercarte al rey. Será más difícil ahora que ya no eres su sirvienta.
—No vengas. Anvar me ha ordenado visitarlo después de la cena. También quiere entrenar conmigo.
Los ojos de Elizar brillaron como los de un depredador al acecho. Una sonrisa sombría se dibujó en su rostro.
—Esta es nuestra oportunidad, Evelina. Hoy le quitarás sus poderes, y luego partiremos del palacio. Debes hacerlo por ti. Por nosotros.
Editado: 11.08.2025