Evelina durmió mal toda la noche. Soñó con lobos, persecuciones, lluvia… y Anvar. Incluso en sus sueños, el hombre continuaba su dulce tortura: la besaba con avidez y se permitía mucho más de lo que dictaba el decoro. Despertó empapada en sudor, confusa, decepcionada. No quería que aquel sueño terminara jamás. Sacudió la cabeza —aquello no era normal. No podía soñar con un hombre que no la necesitaba y que nunca sería suyo.
Tras el desayuno, se apresuró a llegar a la enfermería y se lanzó de inmediato sobre los libros. Pasó medio día entre páginas antiguas hasta que finalmente encontró algo. Una respuesta. Poción de amor. Existía, al menos según una página desgastada y escrita con letra inclinada. No entendía por qué Anvar querría hechizarla, a ella, una simple sirvienta, destinada a obedecer sin rechistar. Las puertas se abrieron de golpe y Evelina dio un respingo. Titus entró, visiblemente preocupado y molesto, pero eso no impidió que ella preguntara:
—En este libro encontré que existe una poción de amor. ¿Es cierto que uno puede enamorarse gracias a eso?
—Es cierto —respondió él sin rodeos—, pero no es muy efectiva. Solo funciona en magos débiles o en personas sin habilidades. Y aún así, el efecto dura apenas un día. Para mantenerlo, debe tomarse a diario.
Titus se acercó a la mesa, cerró el libro y lo empujó hacia un lado.
—Deberías concentrarte en desarrollar tu don, en vez de perder el tiempo con tonterías sobre cómo enamorar a un hombre. Las mujeres siempre están pensando en lo mismo: casarse.
Evelina sintió cómo sus mejillas ardían de la indignación. Aquella afirmación la ofendía profundamente. Ella no quería casarse; lo que deseaba era liberarse de esa obsesión que le oprimía el pecho.
—¿Y cómo se supone que lo desarrolle si nadie me enseña y en estos libros no hay nada útil?
—No podré enseñarte durante un tiempo. Me voy con el rey a la guerra. Habrá muchos heridos, y debo atenderlos.
—¿Guerra? —Evelina se enderezó, alarmada.
—Los daltinianos han sitiado la ciudad de Gnesiak. Nadie puede escapar, la comida se agota y dentro hay mujeres, niños, ancianos… Apenas quedan soldados. Si se rinden, dudo que sobrevivan. Serán convertidos en esclavos. El rey ha decidido atacar en el punto más débil para romper el cerco, evacuar a los civiles y reabastecer. Y, si puede, masacrar a los daltinianos. Aunque eso último... no lo veo claro. Pero a Anvar no hay quien lo detenga.
El corazón de Evelina dio un vuelco. Se irguió, cruzó los brazos y dijo con firmeza:
—¿El rey también irá?
—Por supuesto. Dice que no abandonará a su gente. Es una locura. No hay heredero, y si muere… Pero él no escucha a nadie.
Evelina sonrió con tristeza. Ese gesto demostraba que Anvar no era el tirano cruel que algunos decían. Actuaba como un verdadero líder. Se sacudió el vestido con gesto decidido:
—Bien. Voy a preparar mis cosas. ¿Cuándo partimos?
—No vamos —la corrigió Titus—. Voy. Tú te quedas en palacio.
—Pero acabas de decir que habrá muchos heridos. Yo puedo sanarlos. Ya controlo algo de mi magia. Mira.
Agarró su brazo, cubierto de ampollas, cerró los ojos y liberó su energía. Una niebla verde envolvió la piel y en segundos las heridas desaparecieron. Titus observaba, asombrado:
—¡Increíble! Eres muy poderosa, Ayne. Espero volver con vida para seguir instruyéndote.
—No. Voy contigo. Ayudaré a sanar a los heridos.
—Ojalá tuviera tu entusiasmo. Pero no tienes suficiente reserva mágica para atender a todos. Necesitas tiempo para recargar energía. Además, el rey fue muy claro contigo. Ordenó que te quedaras aquí.
—¿De verdad lo dijo?
—Sí. Lo dijo delante de todos los comandantes. Me lo ordenó expresamente.
Evelina no entendía. Podía ser útil, ¿por qué la dejaban de lado? ¿Es que no confiaba en ella? ¿La seguía considerando una espía? Apretó los labios de frustración.
—¿Dónde está el rey?
—En la sala de guerra. Al menos, cuando salí, seguía allí.
Evelina no dudó. Caminó con paso firme hasta la sala de reuniones. Ante la puerta, un guardia corpulento se cruzó en su camino.
—¿Qué quieres, Ayne? Hay consejo, no puedes entrar.
—Entonces esperaré.
—Ve a limpiar más tarde. Largo de aquí.
Ella comprendió que él aún no sabía sobre su nuevo cargo. Así que aprovechó:
—El rey me mandó venir. Algo se derramó dentro.
—¿Ah, sí? Bueno, pasa.
El guardia se hizo a un lado, y ella se deslizó veloz junto a él. Pero justo cuando iba a entrar, la sujetó por la muñeca.
—Espera... ¡No traes un trapo!
Editado: 12.08.2025