Esa frase la sacudió por completo. Todo volvió a su sitio. Para el rey, ella no era más que una muñeca que se puede reemplazar con facilidad. Evelina negó con la cabeza:
—Tienes prometidas.
El rostro de Anvar se oscureció como una nube de tormenta. Ignoró por completo sus palabras y le besó la mejilla con suavidad:
—Entonces supongo que Elizar aún no sabe que ya no eres suya.
—Lo importante es que tú entiendas que no soy tuya tampoco. No seré tu favorita.
—Ni te lo propuse, – dijo Anvar, apoderándose de sus labios con autoridad, sin dejarle pronunciar una palabra más. Era evidente que ya había tomado una decisión y su opinión no contaba.
Él tenía un efecto magnético sobre ella. Se derretía bajo sus besos, una llama ardía en su vientre, y su mente simplemente se apagaba. Todo lo que deseaba era no separarse jamás de sus labios. Se besaron largo rato, insaciablemente, devorándose con urgencia y deseo. Dentro de Evelina hervía una pasión que amenazaba con desbordarse.
A lo lejos, se escuchó la voz de Gustav:
—¡Perdonad, Majestad! Hemos capturado a unos exploradores enemigos.
—¡Maldita sea! ¡Qué momento más inoportuno! —maldijo Anvar, apartándose, con la respiración agitada. Sus ojos aún velados por el deseo. Se alejó de Evelina y murmuró—: Que entren.
Solo entonces Evelina comprendió la magnitud del desastre que casi ocurría. Como si intentara borrar las huellas de un crimen, se pasó los dedos por los labios. Gustav entró en la tienda con cuatro prisioneros. Sus manos atadas a la espalda, cadenas tintineando en los pies. Uno de ellos la observaba fijamente.
Tenía el cabello oscuro con mechones grises, arrugas finas le surcaban la piel alrededor de los intensos ojos castaños, y un hilo de sangre bajaba por la comisura de sus labios. Pese a ser un enemigo, Evelina sintió el impulso inmediato de curarlo.
El extraño no apartaba la mirada. Finalmente, murmuró, visiblemente impactado:
—No puede ser... ¡Santos cielos!
—¿Nunca viste a una chica antes? —se burló Gustav con desdén. El prisionero guardó silencio unos segundos más, luego, con voz ronca, dijo:
—Venimos con una propuesta.
—No mientas, os capturaron espiando —replicó Gustav con agresividad. El desconocido se encogió de hombros:
—Eso no significa que no tengamos algo que ofrecer. Nos retiraremos de Genesik. A cambio, dejadnos ir... y entregadnos a esta muchacha.
Clavó la mirada en Evelina y no hubo duda alguna sobre a quién se refería.
Un escalofrío le recorrió la espalda. No entendía para qué la querían. Sospechaba que habían descubierto su don y querían utilizarla para curar a sus soldados. Pero lo más aterrador era otra cosa: temía que Anvar aceptara la propuesta. Al fin y al cabo, ¿qué valor tenía una simple sirvienta comparada con toda una ciudad?
El rey se acercó y le tomó la mano como si temiera que la arrancaran de su lado:
—¿Por qué os interesa Ayne?
—Será mejor mantenerlo en secreto —respondió el prisionero. Anvar frunció el ceño con severidad:
—No será mejor. Si queréis a mi chica, decídme para qué.
—Esa es nuestra única condición. Sin explicaciones. No os preocupéis, no le haremos daño.
—¿Por qué habría de creeros? —la voz de Anvar subió un tono—. ¿Creéis que soy tan estúpido como para liberaros y entregaros a la chica solo por vuestra palabra?
—Soy el duque Vincent Friedman. Espero que mi nombre os sea familiar.
Anvar soltó la mano de Evelina y se sentó con gesto medido, cruzando una pierna sobre la otra. Ella sintió un vacío frío en el alma. El rey claramente se interesaba por ese hombre y no descartaba la posibilidad de cederla. Anvar entrelazó los dedos sobre el vientre:
—Claro que he oído hablar de vos. Hoy hemos atrapado una presa importante. Sois el hermano de la difunta reina, la primera esposa del rey. Una lástima que no gobernéis Dalmacia; si fuese así, tal vez podríamos tener conversaciones más civilizadas.
Vincent se irguió, adoptando una postura digna:
—No soy un cualquiera en la corte. Os garantizo que cumpliré cualquier acuerdo. Nos dejáis marchar con la muchacha y abandonamos Genesik. Estoy seguro de que pronto encontraréis un nuevo entretenimiento. Y a cambio de vuestra generosidad, salvaréis cientos de vidas. Firmaré un tratado. Me comprometeré.
Evelina apretó los labios. En sus palabras había lógica. Si se iba con ellos, evitaría una masacre. No quedaban dudas: Anvar aceptaría. Por una causa tan noble, incluso ella misma estaba dispuesta a irse… si tan solo supiera qué planeaban con ella. El rey aún no daba su respuesta:
—No estáis en posición de imponer condiciones. Me pregunto si podría intercambiar al ilustre duque por toda una ciudad.
—Oh, la reina Elvira no se preocupa demasiado por mí. Seguro se alegrará de mi ausencia —el desprecio en su voz al hablar de la soberana era evidente. ¿Había una enemistad oculta entre ellos o solo fingía?
Anvar se rascó la nuca, pensativo:
—¿Y cómo pensáis convencerla de que abandone la ciudad?
—No os preocupéis por eso. Cumpliremos el acuerdo.
Anvar se inclinó hacia adelante, con voz baja y afilada:
—Prometo considerar vuestra oferta… si me decís por qué queréis a Ayne.
Editado: 12.08.2025