Los labios fríos del hombre rozaron su mejilla y, en un susurro, continuó:
—Te prometo que serás feliz. No te dejaré. Mi amor bastará para los dos. ¿Estás lista para vengarte? ¿Quitarle su magia por todo lo que te hizo?
Evelina miró aquellos ojos grises llenos de un extraño brillo de entusiasmo. Parecía que a Elizar solo le importaba la venganza. Sintió cómo la magia pujaba por salir. Inundaba cada célula de su cuerpo y exigía libertad. De sus manos brotó una espesa niebla roja. Para no dañar a Elizar, se apartó de sus brazos y dirigió el flujo mágico hacia un árbol cercano.
El viejo haya se cubrió de humo, que giró a su alrededor antes de desvanecerse en el aire. En lugar del árbol verde, quedó solo un tronco carbonizado. Evelina ocultó el rostro entre sus manos y se apoyó en el pecho del hombre:
—¿Qué clase de monstruo soy? Esta magia es oscura, solo destruye, solo causa daño.
—No solo daña —susurró Elizar, acariciando lentamente su espalda con los dedos—. También puede protegerte. Puedes vengarte de quien te hirió. ¿De verdad vas a perdonarle lo que te hizo?
Ella se secó el rostro. Ya no lloraba. Imaginó por un instante que en lugar del tronco calcinado estaba Anvar. El corazón le dio un vuelco. Aunque la herida aún ardía, no podía hacerle daño al hombre que amaba. Elizar ejercía presión sobre ella, la empujaba hacia algo que no deseaba.
Evelina se soltó de aquellos abrazos helados que ya le resultaban familiares y se alejó unos pasos.
—Déjame sola. Necesito pensar.
—No te dejaré, no me lo pidas. Podrías estar en peligro.
Evelina colocó las manos en las caderas con gesto desafiante, intentando parecer amenazante:
—Puedo protegerme sola, tú mismo lo dijiste. Por favor, vete. Necesito estar sola. Pronto volveré al campamento. Aunque quisiera huir, no tengo adónde ir.
—No hagas tonterías. Recuerda que siempre te apoyaré y te ayudaré.
Las hojas secas crujieron bajo sus pasos. La joven se quedó inmóvil, como de piedra. Se sentía sola, pisoteada y despreciada. No sabía qué hacer, ni adónde ir. Avanzó lentamente, intentando calmarse.
Anvar no la amaba, eso estaba claro. Pero eso no le daba derecho a hablar de ella con tanto desprecio.
Frente a ella apareció un río. Tranquilo y pausado, transmitía serenidad y una sensación de cobijo. Evelina deseaba sumergirse en su frescura, aunque fuera por un instante, y librarse de toda esa suciedad. Sin pensarlo dos veces, se quitó la camisa y los pantalones. Luego se deshizo de la ropa interior y entró en el agua, completamente desnuda.
No le importaba que alguien pudiera verla. Todo le daba igual. Sentía que Anvar la había matado, que le había arrancado el alma y que solo quedaba una carcasa vacía.
El agua fría despejó un poco su mente. Empezó a lavar los rastros invisibles de los besos de su amado. Quería borrar de su memoria todo lo que había oído cerca de la tienda. No comprendía cómo un hombre podía besar con tanta ternura y, al mismo tiempo, no sentir absolutamente nada.
Tonta. Había creído en un cuento de hadas inventado por ella misma.
Golpeó el agua con rabia, salpicando en todas direcciones. En su mente resonaban las palabras de Elizar sobre la venganza. Y sí, quería vengarse. Por un instante, se imaginó arrebatándole la magia a Anvar. Una sonrisa cruel se dibujó en su rostro. Tal vez eso era lo que merecía.
Pero si lo hacía, Elvira obtendría la ventaja.
Recordó cómo le habían advertido que Anvar era un monstruo sin piedad. Pero en realidad, él no era así. Ella solo conocía un lado de esta guerra. Para tomar una decisión racional, necesitaba conocer el otro.
No tenía sentido seguir en el campamento y seguir destrozando su corazón con la indiferencia de Anvar. Pero no tenía adónde ir. Suspiró profundamente y tomó una decisión difícil.
Salió del agua y se vistió de inmediato. No le importaba que la ropa mojada se pegara a su cuerpo. Poseída por una nueva determinación, caminaba con paso firme.
Las voces alegres del campamento llegaban hasta ella. Evelina tomó una jarra y la llenó con agua de un balde cercano. Se acercó al gran roble donde mantenían prisioneros a los cautivos. Bajo la mirada atenta de los guardias, se agachó y acercó el recipiente a los labios del duque.
Mientras él bebía con avidez, ella murmuró en voz baja, cuidando que nadie más oyera:
—¿Por qué te intereso?
El prisionero se apartó del borde de la jarra, y el agua resbaló por su barba entreverada de hilos plateados:
—Quiero devolverte a casa. Sé quiénes son tus padres, Aynerin. Creímos haberte perdido el día en que tu alma voló a otro mundo y una extraña ocupó tu lugar. Durante dieciocho años hemos esperado tu regreso... y por fin estás aquí.
Evelina sintió un escalofrío, como si la hubiese rozado una ortiga. Intentaba comprender lo que decía aquel extraño y encontrar sentido a sus palabras. Sin duda, él sabía algo sobre cómo había llegado a ese cuerpo. Tal vez había una forma de regresar a casa.
Una chispa de esperanza iluminó sus ojos:
—Yo no soy Ayne. Me llamo Evelina. Llegué a este cuerpo por accidente.
—No. Tú eres la verdadera Ayne. Cuando eras un bebé, tu alma fue expulsada de tu cuerpo y colocada en otro. Durante todos estos años, una chica extraña ha habitado tu cuerpo. Un antiguo ritual provocó el intercambio. Ahora estás donde debes estar.
Editado: 13.08.2025