Cuando salgo del edificio, el aire frío de la tarde me golpea en la cara. Respiro hondo, tratando de calmarme, pero no puedo detener el torbellino en mi cabeza. Sé lo que acabo de hacer: he tomado una decisión que cambiará mi vida por completo. Mi corazón late con fuerza, una mezcla de miedo y adrenalina recorriendo mi cuerpo.
Saco el móvil del bolsillo y, con manos temblorosas, marco el número de Rodrigo. Él contesta al tercer tono, su voz cansada, con ese dejo de exasperación que ya se ha vuelto habitual.
—¿Qué pasa, Valeria? Estoy en medio de una reunión.
Su tono es cortante, como si mi llamada fuese una interrupción que no se puede permitir. Sé que me ama, pero también sé que está harto de mío, que cada llamada de estas es un pedido de dinero o algo que quebranta mi orgullo, mi ego y sus cuentas ya en problemas por mi culpa, por mi carrera y por creer que haber invertido en mí pudo haber sido alguna vez una buena idea.
Cierro los ojos, tratando de armarme de valor.
—Rodrigo, necesito verte. Es urgente.
—No puedo salir ahora. ¿Puedes esperar hasta la noche?
—No—respondo con firmeza—. A la noche ya no estaré… Es importante. Por favor, Rodrigo.
—¿Dónde vas?
—Rodrigo, por favor.
—¿En serio vas a tomar deuda para otro viaje? Amor, sabes cuánto te amo y aprecio tu trabajo y tu esfuerzo, pero…
—¡Rodrigo, no voy a pedirte dinero!
Hay un silencio al otro lado de la línea, un silencio cargado de tensión. Finalmente, suspira.
—Dímelo por teléfono, entonces. No tengo tiempo, en serio que ambos necesitamos que yo cumpla con mis obligaciones laborales.
Mi estómago se revuelve, pero sé que no tengo alternativa. Trago saliva y comienzo a hablar.
—Voy a irme al Sefirá.
—¿Qué? —Su tono cambia de inmediato, pasando de la indiferencia al desconcierto—. ¿De qué demonios estás hablando?
—Aceptaron mi propuesta. Me voy en un par de horas.
—¿De qué propuesta…? Valeria, esto ya es demasiado…
—Tengo todo cubierto de parte de la redacción.
—Camino a que te mates, ¿es que eres consciente de lo que dices?
—¡Rodrigo! No vas a herirme más de lo que ya estoy, en serio quiero hacer esto y es importante, no tengo más oportunidades, el tiempo se acaba y sabes que estoy en la ruina.
—¡Valeria! ¿Te has vuelto loca? —Su voz se eleva. Lo imagino apretando el puente de su nariz, ese gesto suyo tan característico cuando está al borde de perder la paciencia—. ¿Por qué harías algo así?
—Es mi oportunidad, Rodrigo. Lo sabes. Es mi única salida.
—¿Tu salida de qué? ¿De nuestra relación? ¿De las deudas que hemos estado intentando manejar juntos? —Su tono está cargado de reproche, y cada palabra es como un golpe—. Sabes que en cuanto tenga el ascenso podré ayudarte más de lo que ya hago. Valeria… Amor… Por Dios, yo…
—No lo entiendes… Lo siento, amor mío. Debo ir a campo de batalla, pero…sabes que mi corazón siempre estará contigo.
—¡Claro que lo entiendo! Estás huyendo. ¡Podemos hacer esto sin que te metas en problemas o que tu vida corra peligro!
—No estoy huyendo —replico, sintiendo cómo la furia comienza a hervir dentro de mí—. Estoy buscando una solución y puede que esta sea la que más necesito. Algo que me dé sentido, algo que me saque de este agujero.
—Podrías haberme hablado antes de decidir esto. ¿Hace cuánto lo vienes considerando? Podríamos haberlo resuelto juntos.
—¿Cómo, Rodrigo? ¿Endeudándote aún más por mi culpa? —La rabia se mezcla con la culpa, y mi voz tiembla—. No puedo seguir arrastrándote conmigo. El banco me quitó las tarjetas de crédito y las tuyas están al borde de colapsar…por mí…
—¡No, no es por ti! ¡Es porque te amo y porque yo elijo ser de ayuda para ti!
—Es mucho ya. Y se pondrá peor en cuanto empiece mi tratamiento y en cuanto sigan creciendo los intereses de…
No puedo contarle de mis préstamos, al menos de aquellos que no está al tanto.
—Valeria, no me importa lo que me cueste. Yo puedo arreglarlo. Puedo pagar tus deudas, ayudarte con tus tratamientos médicos. Pero no hagas esto. No te vayas.
Cierro los ojos, sintiendo cómo las lágrimas comienzan a deslizarse por mis mejillas. Su oferta es tentadora, pero sé que no puedo aceptarla. Sería como ponerle una tirita a una herida abierta.
—No puedo, Rodrigo. Necesito hacer esto por mí misma.
—¿Por ti misma? —Su tono se endurece de nuevo—. ¿Crees que irte a un maldito lugar en guerra es la solución?
—No espero que lo entiendas —respondo, mi voz apenas un susurro—. Pero tengo que hacerlo.
—Dame tu ubicación. Ahora mismo. Voy para allá.
—Está bien. Nos vemos en Royal—. Es el café que está en planta baja del edificio donde vivo.
Cuelgo antes de que pueda decir algo más y comienzo a caminar hacia el lugar acordado, sintiendo el peso de la decisión en cada paso. Cuando llego, Rodrigo ya está allí, esperándome con una expresión mezcla de preocupación y enojo.
Me acerco y me siento frente a él. Por un momento, ninguno de los dos dice nada. El silencio se extiende entre nosotros como un abismo.
—Explícame qué está pasando —dice finalmente, su voz cargada de frustración.
Le cuento todo, desde mi conversación con Margarita hasta mi desesperación por salir del pozo en el que estoy. Sus ojos permanecen fijos en los míos, su expresión cada vez más oscura.
—Esto es una locura, Valeria. No tienes idea de lo que te espera allá.
—Tal vez no, pero tengo que intentarlo.
—¿Y qué pasa conmigo? —pregunta, su voz quebrándose ligeramente—. ¿Qué pasa con nosotros?
—No puedo seguir siendo una carga para ti, Rodrigo. Necesito encontrar mi propio camino.
—¿Acaso estás terminando conmigo?
—No veo lógica o coherencia para ti que sostengamos una relación cuando ambos sabemos que lo que pueda pasarme allá... Si salgo viva de esto, volveremos a nuestra relación, Rodrigo. Siempre que estés disponible.