El Secreto de la Vida

Capítulo 4

Voy al área de redacción y me siento frente a mi escritorio. No me atrevo a encender el monitor de inmediato. Es como si el peso de la decisión que acabo de tomar me aplastara. No puedo permitirme dudar, no ahora. Respiro hondo y dejo que mis dedos se deslicen por el teclado, enviando un correo a Margarita para confirmar los pasos que debo seguir. Minutos después, me llega su respuesta.

"Prepárate para dos asesorías. La primera será con un corresponsal experimentado que ha estado en zonas de conflicto, y la segunda con un experto en geopolítica. Tendrás que comprender el contexto del Sefirá antes de siquiera poner un pie allá. Las videollamadas serán esta misma tarde. Asegúrate de estar lista. Margarita."

No hay adornos en sus palabras, ni ánimo, ni preocupación. Solo pragmatismo. Eso me reconforta de algún modo. Me pongo a revisar todo lo que tengo a mano sobre la región, buscando información adicional que me prepare para las sesiones. Sin embargo, mi mente sigue divagando, atrapada entre la ansiedad y las emociones que luchan en mi fuero interno.

Es cuestión de tiempo.

El cursor titila en la pantalla de mi laptop mientras espero que se conecte la videollamada con Javier. Margarita me avisó que él es uno de los mejores en su campo: un periodista veterano con más de veinte años de experiencia en coberturas de conflictos armados. Mi corazón late con fuerza. Sé que esta conversación podría marcar la diferencia entre la vida y la muerte, y no puedo permitirme perder ni una palabra de lo que tenga para decirme.

Finalmente, la imagen se estabiliza. Javier aparece en pantalla con una gorra de béisbol descolorida y una barba canosa que le da un aire de sabiduría. Sus ojos son penetrantes, pero cálidos, como los de alguien que ha visto demasiado y, aun así, conserva algo de humanidad.

—¿Valeria, cierto? —Su voz es grave, con un acento neutro que resulta tranquilizador.

—Sí, señor. Mucho gusto. Gracias por tomarse el tiempo para hablar conmigo.

Él hace un gesto con la mano, como restándole importancia.

—Déjate de formalidades. Llámame Javier. ¿Es tu primera vez en un conflicto armado, jovencita?

—Así es, la primera—admito, tratando de sonar segura, aunque el nudo en mi estómago dice lo contrario.

Javier asiente lentamente, como si ya lo supiera.

—Bien, vamos a empezar desde lo básico. Lo primero que tienes que entender es que este trabajo no es para héroes. No eres una soldado, Valeria. No estás ahí para salvar a nadie ni para meterte en el centro del caos. Eres una observadora y comunicadora de la situación, ¿me entiendes?

—Sí, lo entiendo.

—Perfecto. Ahora, quiero que te grabes esto en la cabeza: tu seguridad es lo más importante. No importa qué tan buena sea la historia que encuentres, si terminas muerta, no sirve de nada. Siempre tienes que tener una ruta de escape. Siempre. Y nunca confíes en que alguien más te la va a garantizar. ¿Me sigues?

—Sí, Javier. Estoy tomando nota.

Lo hago, pero creo que todo va sucediendo más rápido de lo que mi mente es capaz de procesar por completo.

—Bien. Lo siguiente: vístete para no destacar. Nada de colores brillantes ni logos que llamen la atención. Ropa cómoda, funcional y de tonos neutros. ¿Tienes un chaleco antibalas?

—No todavía, pero Margarita está gestionándolo.

—Que sea nivel IV, mínimo. Nada de ahorrarse en eso y debes dejar muy en claro ante la redacción, ¿de acuerdo? Un chaleco te puede salvar la vida, pero solo si es el adecuado. Y asegúrate de que te quede bien; un chaleco mal ajustado es casi tan inútil como no llevar uno encima.

Mientras hablo con él, anoto frenéticamente en mi libreta. Cada palabra parece cargada de un peso que no puedo ignorar.

—Hablemos de equipo —continúa Javier—. Necesitarás un casco, por supuesto, y una máscara de gas. No sabes cuándo te puedes topar con gases lacrimógenos o, peor aún, armas químicas. También lleva un botiquín de primeros auxilios y aprende a usarlo. ¿Sabes aplicar un torniquete?

—No, pero puedo aprender. ¿Se ata antes de la herida, como en las películas?

—Hazlo, practica. Hoy mismo. Un torniquete bien aplicado puede ser la diferencia entre la vida y la muerte. Y no confíes en que siempre habrá alguien para ayudarte. En el campo, estás sola, deberías llevar un móvil y elementos para grabar de respaldo, todo siempre cerca y en acción, con carga y suplencias, estas épocas tienen tecnología que hace un potente diferencial.

Su tono es directo, casi brutal, pero sé que es necesario. No está aquí para darme una charla motivacional; está aquí para prepararme para lo peor.

—Te voy a contar algo —dice de repente, apoyándose en el respaldo de su silla—. Una vez, en Dabur, me encontraba en un edificio bombardeado, tratando de entrevistar a un grupo de civiles atrapados. Todo parecía tranquilo, hasta que no lo fue. Un ataque aéreo nos tomó por sorpresa. El edificio comenzó a colapsar, y lo único que me salvó fue que ya había identificado una salida de emergencia antes de entrar. Si no lo hubiera hecho, no estaría aquí hablando contigo.

Su relato me pone la piel de gallina. Intento imaginarme en esa situación, pero la idea es tan aterradora que casi no puedo sostenerla.

—¿Sabes cuál fue mi error? —pregunta, como si estuviera leyendo mis pensamientos—. Uno que casi me mata.

—¿Cuál?

—Confiar demasiado en que las cosas estaban bajo control. Nunca asumas que estás a salvo, Valeria. Nunca. Incluso cuando todo parezca tranquilo, siempre tienes que estar alerta. El peligro no avisa y los protocolos están hechos por claros motivos, sobre todo los de supervivencia, más en este enfrentamiento que tiene características especiales y es que nadie sabe realmente a lo que se está enfrentando con los supuestos poderes de ese libro de porquería que ojalá nunca se hubiera hallado. Es como enfrentar un virus del que nadie sabe nada y es tan letal que no se puede dar con una cura de buenas a primeras.



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En el texto hay: millonario, amor odio, arabe

Editado: 19.01.2025

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