La ceremonia comienza con una elegancia que casi me corta la respiración. Desde mi lugar en el palco, me siento transportada a otra realidad, una en la que todo parece concebido para deslumbrar y dominar los sentidos. Las luces doradas reflejan un brillo cálido que resplandece sobre los tejidos lujosos de los asistentes. Cada detalle, desde las columnas decoradas con filigranas hasta el aroma tenue de incienso que flota en el aire, parece cuidadosamente orquestado para crear una atmósfera que exuda poder y control. Me encuentro entre una multitud de figuras importantes, y aunque mis ojos se pierden entre ellos, es imposible ignorar cómo todo el escenario parece gravitar alrededor de un hombre: Kerim Quismet.
Yo he venido a este lugar a hacer coberturas de prensa, no a regodearme de que estoy codo a codo con las figuras más llamativas a nivel mundial al día de hoy
Luis me echa un vistazo desde el vestíbulo principal donde yace junto a Nadia con su gente del canal local y me dirige una sonrisa al estilo “todo va a estar bien” a lo que correspondo con una sonrisa que evidencia mi estado de tensión.
Mi atención regresa al salón, en los gestos contenidos de los altos mandatarios que conversan cerca del borde del escenario. Todos parecen perfectamente conscientes de cómo sus movimientos serán percibidos. Kerim está de este lado, destacándose con su porte imponente. Lleva una túnica negra de corte impecable, decorada con bordados plateados que semejan constelaciones, brillando bajo las luces como si fueran un mapa estelar que guiara su camino.
Desde mi palco, tengo una vista privilegiada de todo. Pero en este momento, esa sensación de superioridad visual no me otorga claridad. Miro a Kerim, quien parece moverse entre las figuras de poder como si fuera el eje central de sus interacciones. Me siento insignificante y al mismo tiempo atrapada por la idea de que su mirada se cruce nuevamente con la mía en este espacio que es tan intimidante.
Y sucede. Su mirada encuentra la mía, breve pero intensa, como una chispa que enciende algo profundo dentro de mí. Siento un escalofrío recorrerme, es una mezcla de atracción y desconcierto. No lo conozco realmente; apenas hemos intercambiado unas pocas palabras desde mi llegada y ninguna de ellas ha sido a título personal como para que me haya correspondido hoy la oportunidad de ser ubicada donde estoy. Pero hay algo en él, algo que me atrae y me inquieta en igual medida. Me pregunto por qué insiste en tenerme cerca, qué espera de mí en un evento de esta magnitud.
La música de la orquesta comienza a llenar el salón, convirtiéndose en una melodía etérea que parece abrazar a cada invitado. La cortina del escenario, un tejido que parece estar hecho de estrellas líquidas, se levanta lentamente para revelar el primer acto del show que recibe el nombre de “La Apertura del Portal”.
Intento procesar mentalmente la situación para poder hablar de ello luego en mis redes o en los canales que me citen. No podemos grabar debido a los estrictos protocolos del lugar, pero mucho de lo que aquí sucede merece ser contado.
Todo en esta obra está cargado de simbolismo, desde los bailarines que se mueven como corrientes de energía hasta los colores que cambian en perfecta sincronía con las notas de la música.
La cantante principal emerge, vestida con un traje que parece tejido con rayos de luna. Su voz, poderosa y llena de emoción, narra la historia de un portal mágico, un umbral hacia un mundo donde los sueños se convierten en realidad. Cada palabra que canta parece dirigirse a los corazones de los presentes, como si nos prometiera que la magia y la esperanza no son ilusiones, sino posibilidades tangibles.
El Secreto de la Vida está en manos de todas estas personas.
Sin embargo, no puedo evitar pensar en lo irónico que resulta todo esto. Desde el palco, mi visión de esta celebración de independencia está impregnada de una contradicción inquietante. La opulencia, la esperanza proyectada en cada gesto, parece un velo que oculta algo mucho más oscuro. La guerra sigue presente, latente como una sombra que ninguno de los asistentes puede ignorar, aunque todos elijan no hablar de ello y se encierran en este palacio mientras otros prestan batalla en los límites más desafiantes de esta ciudad.
Kerim desaparece del palco y sube al escenario tras la ópera. Su figura, alta y solemne, destaca incluso entre los focos que iluminan la sala. Su voz, cuando comienza a hablar, tiene una cualidad hipnótica.
—Habitantes de nuestra sagrada ciudad del Sefirá, cada una de las personas que decide estar presente en esta ceremonia, del mismo modo que aquellos que siguen la pista de manera virtual, pero con compromiso patriota, sepan que estamos al trabajo bajo el amparo de la mirada de Dios quien nos ha bendecido con su mayor enseñanza de toda la Historia y hoy solo nos queda el poder de progresar.
En efecto su voz es firme, autoritaria, pero también cargada de una pasión que logra conectar con la multitud. Habla sobre sacrificio, sobre el coraje de su pueblo y la visión de un futuro mejor. Sus palabras resuenan en mí, no porque comparta su causa, sino porque tienen ese poder de envolverte, de hacer que por un momento olvides tus dudas.
De vez en cuando, su mirada vuelve a encontrarse con la mía. Siento que mide mis reacciones, que busca algo en mí que yo misma no alcanzo a entender. Es desconcertante, y a pesar de mi resistencia, no puedo apartar la vista. Hay algo en él que me intriga, algo que parece al mismo tiempo peligroso y seductor. Me pregunto si esta conexión que siento es real o si es simplemente el efecto de su carisma.
Cuando termina su discurso, la sala estalla en aplausos. Durante un flash de luces, intercambio una nueva mirada con Luis quien ha de estar pensando algo similar a lo que pienso yo y es que este discurso me ha sugerido a una suerte de pastor de iglesia tratando de evangelizar, es decir, convencer a la gente de que Dios le ha tomado por Elegido o algo así. Mmm.