El Secreto de la Vida

Capítulo 11

La velada sigue su curso con una sofisticación que parece inagotable. Cada rincón de la sala está diseñado con el lujo del buen gusto para deslumbrar, y los asistentes, vestidos con prendas que parecen salidas de un sueño, conversan animadamente. Sus voces van entremezclándose con la música suave que ahora llena el aire. Aprovecho la atmósfera para cumplir con una de las razones por las que estoy aquí: hacer contactos.

Me acerco a un pequeño grupo que parece compuesto por figuras influyentes. Con una sonrisa profesional, me presento como periodista internacional. La mayoría me recibe con cortesía, algunos con interés genuino al escuchar que trabajo para una cadena importante. Recojo impresiones y comentarios sobre la ceremonia, anotando mentalmente quién podría ser útil para una entrevista más formal más adelante (realmente me frustra no poder ser yo quien esté haciendo la cobertura de este evento). Entre ellos, hay empresarios, funcionarios y artistas, cada uno aportando algo al ambiente cuidadosamente orquestado en este país que condensa sus propias culturas e intereses.

Mientras intento sostener una conversación con uno de los organizadores del evento, siento esa misma presencia magnética de antes. Kerim. Su silueta se destaca incluso entre la multitud; se mueve con una seguridad que parece envolverlo. De alguna manera, me encuentra en el grupo, y su mirada me envuelve como una corriente eléctrica. Se acerca, cortés pero con determinación.

—Señorita Escobar—dice suavemente, inclinando la cabeza en un gesto que podría pasar por respetuoso, pero sus ojos tienen un brillo que sugiere algo más—. Me temo que les estoy robando a su invitada.

Antes de que pueda procesar lo que está ocurriendo, Kerim me aparta del grupo con Nadia, Luis y la prensa local, llevándome hacia una mesa donde dos copas de vino que ya están servidas. No puedo decidir si está actuando como el anfitrión cortés o si simplemente está marcando territorio del mismo modo que me apartó en cuanto llegué horas atrás a la ópera de apertura.

—Espero no haber interrumpido nada importante —dice mientras toma asiento frente a mí, manteniendo su tono cálido y a la vez cargado de una confianza que raya en la audacia de la galantería.

—No, claro que no—respondo, ajustándome el vestido mientras trato de mantener la compostura—. Aunque sospecho que usted tiene otras prioridades esta noche, señor. De todas maneras, le agradezco su invitación al palco para ver la inauguración de esta ceremonia.

Kerim sonríe en mi dirección y debo admitir que es una expresión que no puedo descifrar del todo.

—Siempre hay tiempo para buenas conversaciones. Sobre todo con alguien que tiene el don de observar más allá de lo evidente.

Su comentario me toma desprevenida, pero no dejo que lo note. Estoy acostumbrada a lidiar con personas persuasivas, y si algo me ha enseñado mi carrera, es que siempre hay una segunda intención detrás de las palabras halagadoras.

Sin embargo, mientras hablamos, noto algo extraño. Mi atención, por un instante, se desvía hacia un hombre situado al otro lado de la sala. Está de pie cerca de una de las columnas, observando a los invitados con una actitud que no encaja del todo con la celebración, sobre todo porque juzgaría que estaba hablando con él mismo, ¿o por un auricular? ¿O es paranoia mía nada más? Quizá. Su postura es tensa, casi alerta, y aunque lleva un traje formal, algo en su apariencia me hace dudar. Su corbata está mal ajustada, y el reloj que lleva parece demasiado discreto para el resto del atuendo, como si no perteneciera a este entorno.

—¿Pasa algo? —pregunta Kerim, siguiendo mi mirada.

—No, nada importante —respondo, aunque mi mente está trabajando a toda velocidad. Trato de parecer casual mientras tomo un sorbo de vino y desvío la conversación hacia temas generales.

Kerim sigue hablándome, su tono busca ser persuasivo y encantador, pero yo no puedo quitar los ojos de aquel hombre. ¿Quién es? ¿Qué hace aquí? La sala está llena de seguridad; Nadia, la encargada de logística del evento, se aseguró de que cada invitado estuviera cuidadosamente registrado. Entonces, ¿cómo es que hay algo en este hombre que no encaja?

Cuando Kerim es llamado por otro alto funcionario, aprovecho la oportunidad para seguir al desconocido con la mirada. Lo veo moverse hacia una mesa lateral, donde toma un vaso de agua, pero no habla con nadie. Su comportamiento me parece cada vez más sospechoso.

Decido actuar. Con movimientos sutiles, me deslizo entre los grupos de invitados hasta que estoy lo suficientemente cerca para observar al hombre con mayor detalle. Tiene una cicatriz en la mandíbula que parece reciente, y su mirada, aunque no dirigida a nadie en particular, está llena de alerta.

Mi corazón late con fuerza. Necesito confirmarlo. Sin perder tiempo, me dirijo hacia el área de logística, donde encuentro a Nadia revisando un informe junto a uno de los encargados de seguridad.

—Nadia, necesito hablar contigo un momento —le digo en voz baja.

Ella levanta la vista, su expresión cambiando de curiosidad a preocupación al ver mi rostro.

—¿Qué sucede?

—Hay un hombre aquí que no creo que sea un invitado. Está cerca de la columna del lado este, lleva un traje oscuro, pero algo en su postura y actitud no encaja, creo que le he visto hablar por un auricular solapado. ¿Podrías confirmar si está en la lista? No quisiera armar un alboroto, podrás comprender que llevo cierta experiencia en estos ámbitos y algo me hace sospechar de ese sujeto.

Lejos de poner en duda mis palabras, Nadia asiente de inmediato, sacando su tableta digital. Mientras revisa, trato de no parecer alarmada, aunque siento que la tensión está aumentando. Si mis sospechas son correctas, esto podría ser mucho más que un simple intruso.

Tras unos minutos que se sienten eternos, Nadia levanta la mirada, su rostro ahora serio.

—No está en la lista, de hecho ni siquiera lo reconozco. Y no hay registros de que haya pasado por los controles de seguridad.




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