El Secreto de la Vida

Capítulo 13

Por la mañana, después de una ducha rápida que no logra borrar del todo la tensión acumulada, me dirijo a la sala principal del hotel donde se llevará a cabo una conferencia de prensa. Luis me acompaña, cargando su cámara mientras revisa una lista de ángulos y configuraciones. El lugar está lleno de periodistas de distintos países, todos hablando en voz baja mientras esperan el inicio del evento.

Kerim Quismet entra acompañado de otras autoridades del Ministerio de Defensa. Su presencia domina el ambiente de inmediato. Lleva un traje oscuro impecable, y su mirada parece atrapar a cada persona en la sala por un instante antes de pasar a la siguiente. Las cámaras se enfocan en él, y los murmullos se apagan cuando toma su asiento en el centro de la mesa.

Las preguntas comienzan. Cada periodista tiene su turno, y yo me mantengo en mi lugar, repasando las preguntas preguionadas que Nadia me entregó antes. Están redactadas de manera precisa, diseñadas para no incomodar a los funcionarios. Pero mientras escucho las respuestas genéricas y bien ensayadas, siento que algo no encaja.

Cuando llega mi turno en medio de toda esta ronda, respiro hondo y me levanto. Luis ajusta el enfoque de su cámara en silencio. Miro a Kerim directamente mientras formulo la primera pregunta, siguiendo el guion.

(Debo admitir que en otros espacios, transitar el centro de atención puede implicar algo llamativo y apasionante de querer cumplir en el ámbito del periodismo, hasta que te das cuenta que estás ahí y que una pregunta puede implicar consecuencias ineludibles, ya no parece ser tan claro el panorama).

—Ministro Quismet—le digo, buscando atajar el tembleque que amenaza en mi voz—, ¿podría confirmar si la cúpula antimisiles operó al 100% de su capacidad anoche? Según informaron, no hubo heridos ni daños materiales significativos.

Kerim asiente con una leve sonrisa.

—Efectivamente, señorita Valeria. La cúpula demostró ser una herramienta esencial para proteger a nuestra gente. Estamos orgullosos de la eficiencia de nuestro sistema de defensa.

La sala asiente con muestras de aprobación, y siento los ojos de Nadia clavados en mí, como si me estuviera advirtiendo que me limite a las preguntas preaprobadas. Pero algo me impulsa a continuar.

—Ministro —digo, esta vez con un tono más firme—, anoche vimos cómo la cúpula antimisiles operó con gran eficacia, pero tengo curiosidad acerca de los misiles interceptados. ¿Han investigado su origen con detalle?

Kerim entrelaza los dedos sobre la mesa, su expresión se mantiene impasible.

—Por supuesto. Cada cohete fue analizado de acuerdo con nuestros protocolos. Podemos confirmar que se trató de proyectiles hostiles, lanzados por fuerzas con intenciones claras de desestabilizar nuestra seguridad o de poner a prueba el cinturón que protege la zona segura de nuestra ciudad.

La respuesta parece satisfactoria para muchos en la sala, pero no para mí. Decido rodear el tema, formulando cuidadosamente mis palabras.

—Entiendo, ministro, pero hay cierta confusión sobre cómo fueron detectados tan rápidamente. Algunos expertos han mencionado que el tiempo de reacción fue inusualmente corto. ¿Podría detallar cómo lograron esa precisión? —mi tono es neutral, pero la pregunta está cargada de intenciones.

Los murmullos en la sala se intensifican levemente. Kerim me dedica una mirada que parece atravesarme.

—Nuestra tecnología de defensa es de última generación, señorita Valeria. Los radares avanzados y la inteligencia artificial trabajan en conjunto para asegurar que cualquier amenaza sea neutralizada en cuestión de segundos. Estamos en constante vigilancia.

Su respuesta es precisa, pero algo en su tono me hace dudar. No puedo contenerme.

—¿Y no existe la posibilidad de que esos misiles no fueran realmente enemigos? —insisto, manteniendo mi voz firme—. ¿Quizás pruebas internas que pudieron ser malinterpretadas?

Un silencio cargado cae sobre la sala. Algunos periodistas levantan la vista de sus notas, mientras otros parecen contener la respiración. Kerim inclina ligeramente la cabeza, evaluando mis palabras.

—Es una teoría interesante —responde, su voz más baja pero firme—. Sin embargo, es nuestro deber actuar frente a cualquier indicio de peligro, sea cual sea su naturaleza. La seguridad de nuestro pueblo no se presta a especulaciones.

Siento un nudo en el estómago, pero no puedo retractarme ahora.

—Entendido, ministro. Solo quería asegurarme de que no hay lugar para malentendidos —digo, intentando mantener la compostura mientras retomo mi asiento.

Kerim mantiene su mirada fija en mí por un instante más antes de responder a la siguiente pregunta. Aunque su tono vuelve a ser cálido y diplomático, sé que mi intervención no pasó desapercibida. El aire en la sala se siente más denso, y la presión en mi pecho es innegable.

Un silencio tenso se apodera de la sala. Siento que cada ojo está sobre mí, incluido el de Kerim, cuya sonrisa se ha desvanecido para dar paso a una expresión impenetrable. Su mirada fija en la mía es un recordatorio de que acabo de cruzar una línea.

Kerim me observa por un instante más, como si estuviera evaluando cada palabra que acabo de decir. Finalmente, asiente.

—Entiendo su curiosidad, y es comprensible. Pero le aseguro que nuestras acciones fueron necesarias y justificadas. Estamos comprometidos con la transparencia y la seguridad de nuestro pueblo.

La sala parece relajarse ligeramente, pero yo sigo sintiendo el peso de la mirada de Kerim mientras tomo asiento. Luis me susurra al oído.

—Eso fue… atrevido.

—¿Demasiado? —pregunto, aunque ya conozco la respuesta.

—Tal vez. Pero Nadia no parece pensar lo mismo.

Nadia se acerca a mí al final de la conferencia. Su expresión es severa, pero su tono es sorprendentemente neutral.

—Valeria, un recordatorio: estamos aquí para contar una historia, no para crear una.




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