El Secreto de la Vida

Capítulo 15

NARRADO POR KERIM QUISMET

Mi pulso se acelera ligeramente, convertido en un latido irregular que resuena en mis oídos como un tambor distante. Intento controlarlo con una respiración profunda, lenta, medida. Inhalo hasta que el aire llena mis pulmones, y luego exhalo con la misma precisión, como si cada bocanada fuera un intento de expulsar la tensión que se acumula en mi pecho. No puedo permitir que mis emociones me traicionen, no aquí, no ahora. El autocontrol de las emociones lleva al autocontrol del pensamiento, y la alta gerencia emocional es alta gerencia organizacional. Lo repito como un mantra en mi mente, una fórmula que me ha mantenido a flote en los momentos más críticos, en las horas más oscuras. Pero esta vez es distinto. Esta vez no se trata de una crisis externa, de un enemigo visible o de una amenaza predecible. Esta vez es ella.

Valeria. La mujer que no he podido sacar de mi mente desde que la vi en aquella ceremonia, con su vestido blanco de segunda mano ceñido en su figura esbelta, contrastando con la palidez casi etérea de su piel. Su cabello castaño, recogido con elegancia, dejaba escapar unos cuantos mechones que acariciaban su rostro. Pero lo que más me impactó fue su mirada, fue desde la primera nota de prensa que dispuse. Esos ojos verdes, penetrantes, que parecían ver más allá de las apariencias, más allá de las máscaras que todos llevamos. En ese momento, supe que no era una mujer común. Su inteligencia y audacia, cualidades que tanto admiro, ahora se convierten en un arma que amenaza con poner en jaque todo lo que hemos construido. Y lo hace de manera absolutamente injustificada e indebida. Pero no así ingenua.

Respiro de nuevo, más hondo esta vez, intentando contener el enojo que hierve en mi interior como un volcán a punto de entrar en erupción. Esto no es solo un ataque contra mi credibilidad, es una potencial crisis política, una tormenta que podría arrasar con todo si no la manejo con precisión. No puedo echarla, eso sería darle la razón, validar sus acusaciones y devolverla a su ciudad como una mártir. No, no puedo permitirme ese lujo. Habrá que negociar, y tengo motivos para hacerlo. Motivos que ella desconoce, pero que podrían cambiar las reglas del juego.

—Señores —digo con voz firme, levantándome de mi asiento—, valoro la información ofrecida, aunque esta reunión queda suspendida. Tenemos una situación prioritaria que atender. Mantengan la información sobre Uruk bajo estricto resguardo y las investigaciones activas. Nadie fuera de este cuarto debe saber lo que discutimos hoy.

El silencio que sigue es denso, cargado de tensiones no dichas. Los miembros del equipo intercambian miradas, pero nadie se atreve a cuestionar mi decisión. Nadie excepto nuestra expertiz.

—Es que necesitamos el libro para la investigación, sino no tiene sentido alguno —salta la historiadora, una mujer de cabello canoso y gafas de montura fina que siempre parece estar al borde de la exasperación. Su voz es aguda, casi desesperada, como si la sola idea de continuar sin el libro fuera una afrenta personal.

Su compañero, un hombre más joven y de modales más cautelosos, interviene de inmediato, como si intentara evitar que la situación se descontrole aún más.

—Lo que estamos queriendo decir es que la investigación solo arroja hipótesis capaces de corroborarse con el material en mano —explica, tratando de suavizar las palabras de su colega. Su tono es conciliador, pero no logra ocultar la tensión que subyace en sus palabras.

¿Es que están locos? Se les ha solicitado una investigación exhaustiva sobre un tema, pero eso no les da autoridad para exigir el elemento de discordia más preciado de todos los tiempos. Ni siquiera yo he conseguido acceder al libro en cuestión, y no es mi tarea discutir eso. Lo que sí es mi tarea es protegerlo, custodiarlo como si fuera la clave de nuestra supervivencia.

—Me temo que eso no será posible —digo con frialdad, sin dejar espacio para réplicas—. Tendrán que avanzar sin el libro. Caso contrario, agradecemos vuestro servicio. Ustedes eligen. ¿Estamos?

Mis hombres asienten, excepto la historiadora, cuyo rostro refleja una mezcla de frustración y desprecio. No tengo tiempo para lidiar con su insolencia ahora. Me retiro de la sala seguido de mi equipo más cercano, mis pasos resonando en el pasillo mientras mi mente trabaja a toda velocidad. Valeria es una variable que no puedo controlar fácilmente, y eso la hace peligrosa. Pero también es una oportunidad. Si puedo convencerla de que trabaje conmigo, en lugar de contra mí, podría neutralizar el problema antes de que escale. Ha tomado visibilidad, y eso la convierte en un peón clave en este tablero.

Cuando llego a mi despacho, pido que traigan todos los informes relacionados con las declaraciones de Valeria. Las pantallas en mi escritorio se iluminan con titulares y fragmentos de sus reportajes. Es metódica y precisa, lo que hace que sus palabras tengan un impacto aún mayor. Los grupos políticos internacionales están utilizando sus afirmaciones para cuestionar nuestra legitimidad, insinuando que podría haber una conspiración dentro de nuestras filas, sin arrojar acusaciones directas. ¿Qué quiere, acaso? Es una estrategia vieja, dirigida, intencionada y por demás peligrosa. Juzgaría que estúpida, pero si algo me queda en claro es que esta mujer estúpida no es.

Es una mujer desesperada, sus obras tienen fines específicos y eso la hace también de riesgo.

Tomo el teléfono y llamo a Nadia, quien maneja las relaciones públicas y la logística del evento.

—Nadia, necesito que localices a Valeria Escobar. Quiero una reunión con ella esta noche. Sin excusas. Y asegúrate de que nadie más se entere de esto.

—De inmediato, señor Quismet —responde con profesionalismo, aunque percibo un leve tono de sorpresa en su voz.

Cuelgo y me quedo mirando la ciudad desde la ventana de mi despacho. Las luces brillan como estrellas artificiales, un mar de esperanzas y ambiciones que descansan sobre mis hombros. Los sueños de millones de personas están puestos en mí, en nosotros, en este gobierno. Y no podemos fallarles. Hay asuntos superiores de bien común y de soberanía que me encuentro en la obligación moral, trascendental y no utilitarista de resolver.




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