Narrado por VALERIA
El calor en las afueras de la zona segura del Sefirá es sofocante, mezclado con el aroma metálico de la pólvora y el polvo que se levanta con cada explosión lejana. Llevo mi cámara en mano, grabando lo que puedo entre los restos de edificios y la desesperación de los refugiados que buscan una salida a un infierno que parece no terminar. Mi mente, sin embargo, está en otra parte, enredada en una espiral de pensamientos que me carcomen por dentro.
Cada entrevista, cada toma de destrucción, cada grito de auxilio que resuena en el ambiente se siente ajeno, distante. Como si estuviera viendo todo a través de un vidrio empañado. No debería ser así, pero mi cabeza no deja de girar en torno a una sola persona: Kerim Quismet.
Arrogante, peligroso, controlador. Pero también jodidamente atractivo. Alto, con esa mirada gélida que puede derretir y congelar al mismo tiempo, con su traje impecable que parece hecho a medida de su poder. Y por encima de todo, una fuente de información que podría elevar mi carrera a niveles que jamás imaginé.
Lo odio por lo que me ha hecho considerar. Por la propuesta que me lanzó como si fuera un pacto inevitable. Ser su amante, su mujer, o lo que sea que necesite para satisfacer sus apetitos personales a cambio de acceso a información clasificada. Una oportunidad de oro envuelta en una trampa de seda.
¿Es prostitución? ¿O es simple pragmatismo?
Me repito a mí misma que en la guerra nadie es inocente, que cada pieza en el tablero se mueve por conveniencia. Lo que me pide no es distinto a las concesiones que otros han hecho por mucho menos. Si lo acepto, tendré el tipo de reportajes que otros periodistas solo pueden soñar. Accederé a reuniones secretas, a documentos que nadie más podrá ver. Seré la primera en contar la historia que cambiará el rumbo de esta guerra.
Y si además de eso, termino en su cama, disfrutando del placer de un hombre que podría destruirme con una sola palabra, ¿realmente pierdo algo?
Muerdo mi labio y levanto la vista hacia la cámara, ajustando el enfoque. Mi moral se tambalea, pero mi ambición pesa más. Puedo hacerlo. Puedo jugar este juego y salir ilesa, incluso más fuerte. La ética es solo un obstáculo cuando el poder está en juego.
Así que tomo mi decisión.
Cuando regreso a la capital, la invitación llega sin demora. Un mensaje discreto, un destino exclusivo. La suite de un hotel de lujo en el distrito más exclusivo de Sefirá. Sé lo que significa y sé lo que implica. Me preparo para lo inevitable, vestida con elegancia, con cada detalle cuidadosamente calculado.
El vestíbulo del hotel es un santuario de mármol y cristal, un mundo alejado del caos de la guerra. Subo en el ascensor privado y cuando las puertas se abren, Kerim ya me espera. Su traje está impecable, pero ha dejado de lado la corbata, el primer indicio de que esta noche es distinta.
—Puntual —dice con una sonrisa apenas perceptible. Su mirada me recorre con la misma intensidad que la primera vez que me desafió en aquella conferencia de prensa.
Entro en la suite, un espacio diseñado para la opulencia y la discreción. La iluminación es tenue, cálida. Botellas de vino sobre la mesa, un balcón con vista a la ciudad iluminada. Kerim se acerca, se toma su tiempo, su sola presencia llenando cada rincón de la habitación.
—Aún puedes cambiar de opinión —murmura, pero sé que no es una oferta genuina.
—Ya he tomado mi decisión —respondo, sintiendo la electricidad en el aire.
Kerim es más respetuoso y galante de lo que esperaba entre cuatro paredes. Hay algo en su manera de moverse, en cómo me observa, que revela una faceta más compleja de lo que imaginé. Su piel bronceada contrasta con la suavidad de las sábanas de seda mientras su tacto es firme, decidido, pero sin apresurarse. La arrogancia y el dominio que exhibe en público se diluyen en una seguridad contenida, controlada, casi reverente.
Me toma en sus brazos con la precisión de quien mide cada movimiento, como si estuviera descubriéndome con la misma curiosidad con la que se desentraña un secreto bien guardado. No hay palabras innecesarias, solo la comunicación tácita de cuerpos que se entrelazan en un pacto silencioso.
El lujo del lugar se convierte en el escenario de una noche que se extiende sin prisas, donde cada instante es un intercambio calculado de poder y rendición. Me sorprende lo mucho que disfruto de su fuerza, de su temple, de la manera en que se adueña del momento sin perder la compostura. Kerim no es solo un hombre peligroso en la política, lo es también en la intimidad, en la forma en que seduce con precisión quirúrgica.
Cuando el amanecer comienza a teñir de dorado la ciudad más allá del ventanal, me encuentro despierta, con su silueta apenas delineada por la luz. No sé si acabo de sellar mi destino o si acabo de dar el primer paso hacia un abismo del que ya no podré salir. Pero lo cierto es que no me arrepiento.