El ascensor me devuelve al vestíbulo silencioso del hotel, y en cuanto pongo un pie fuera, la brisa de la mañana me golpea el rostro, despertándome de golpe. El aire de Sefirá nunca ha sido tan frío, o quizás es mi cuerpo que aún siente el calor de la noche. Respiro hondo, recuperando la compostura. Me aferro a la idea de que nada puede delatarme, que puedo seguir con mi vida como si nada hubiera pasado, aunque en el fondo sepa que eso es una mentira.
Luis me espera en la zona de prensa, su mirada inquisitiva recorriéndome de arriba abajo. No dice nada, pero sé que sospecha. Su silencio es más pesado que cualquier pregunta que pudiera hacerme. Nunca hemos sido de compartir nuestras vidas personales más allá de lo necesario, pero esta vez su ceño fruncido me dice que ha notado algo fuera de lugar.
—¿Lista para trabajar? —pregunta al fin, ajustando la correa de su cámara.
—Siempre —respondo, obligándome a sonreír.
El día promete ser largo. Tenemos que documentar los estragos de los últimos ataques, y mientras reviso el equipo, mi teléfono vibra en mi bolsillo. Un número desconocido. Me alejo de Luis, contestando con cautela.
—¿Sí?
—Escucha con atención y no intentes grabar —dice una voz distorsionada. Me detengo en seco.
El video llega sin más instrucciones. Lo abro con el pulso acelerado, sintiendo cómo el aire se espesa a mi alrededor. La imagen es borrosa al principio, como si hubiera sido capturada con una cámara oculta o en condiciones precarias. Poco a poco, la imagen se estabiliza y puedo distinguir un túnel de piedra iluminado por antorchas titilantes, sus paredes cubiertas de inscripciones en un idioma que no reconozco. La escena avanza con movimientos torpes, como si quien graba estuviera ocultándose o avanzando con cautela.
Entonces, la cámara enfoca un gran portón de madera, resguardado por dos figuras envueltas en túnicas oscuras. Se oye un sonido metálico cuando un cerrojo se desliza y el portón se abre. La imagen tiembla mientras el camarógrafo avanza al interior de una cámara subterránea. Mi corazón se detiene por un segundo. La sala está repleta de símbolos antiguos, algunos pintados en rojo oscuro, otros tallados en piedra negra. Entre el juego de luces y sombras, percibo la forma de un pedestal en el centro. Sobre él, un libro.
El Libro.
El lomo está gastado pero intacto, las páginas parecen de un material ajeno al papel, casi translúcidas bajo la tenue iluminación. Las figuras encapuchadas se inclinan reverencialmente frente a él. Uno de ellos alza la vista hacia la cámara, como si pudiera verme a través de la pantalla. La imagen se corta abruptamente antes de que pueda procesarlo por completo.
El Libro.
Mi respiración se corta. Es real.
—No puedes guardar la imagen —continúa la voz—, pero ahora lo has visto. Ahora sabes que existe. Y ahora debes retractarte de todo lo que dijiste.
—¿Retractarme? —pregunto en un susurro.
—Dilo. Anuncia que el libro es real. Que lo has visto. Que nadie más lo dude. Difunde la verdad y evitarás problemas.
Pero sé que no es cierto. Difundir esto no evitará problemas, sino que los atraerá como un faro en la oscuridad. Fanáticos. Cazafortunas. Gente dispuesta a matarme solo por haberlo visto.
El video se borra de mi pantalla antes de que pueda reaccionar. Miro el teléfono, aún temblando. Mi cuerpo entero se siente en tensión. ¿Cómo han conseguido mi número? ¿Cómo sabían que yo era la persona indicada para recibir ese mensaje? Todo esto se siente como una trampa. Y aún más preocupante, si el libro es real, significa que todo lo que se ha dicho sobre él, las leyendas, los misterios, las guerras silenciosas entre facciones ocultas… también lo son.
Luis se acerca. Me observa con atención, notando la palidez en mi rostro.
—Valeria, ¿qué pasa?
No puedo decirle la verdad. No ahora. No cuando mi vida acaba de convertirse en un blanco en movimiento.
—Nada —miento—. Tenemos trabajo que hacer.
Pero mientras seguimos avanzando en la cobertura del conflicto, mi mente no deja de divagar. Ahora soy una pieza dentro de algo mucho más grande de lo que imaginaba, y lo peor es que no sé quién está moviendo las fichas.