El Secreto de la Vida

Capítulo 21

Narrado por VALERIA

El viento silba con fuerza desde la cima de El Infinito, el edificio más alto de El Sefirá. Desde aquí, la ciudad parece un océano de luces en constante movimiento, reflejándose en los ventanales de la estructura imponente. Luis y yo estamos aquí para cubrir una celebración en honor a la fortaleza del país, una exhibición de poder y estabilidad tras los recientes eventos.

Mientras Luis ajusta su cámara y revisa ángulos, yo me permito un instante para observar a mi alrededor. La música clásica se mezcla con el murmullo de conversaciones elegantes, el tintineo de copas y las sonrisas ensayadas de los presentes. Hay algo irreal en la opulencia de este lugar, en la forma en que todo parece construido para ocultar lo que realmente sucede bajo la superficie.

Y es ahí cuando lo noto. Un grupo de funcionarios, vestidos con la pulcritud de siempre, caminan con un propósito claro, pero en una dirección distinta a la del evento. Me doy cuenta de que son los mismos con los que debía coordinar entrevistas y notas de prensa. Acelero el paso, intentando alcanzarlos antes de que desaparezcan en el mar de invitados. Pero ellos parecen tener otra prioridad, avanzan con decisión, ignorando el bullicio de la celebración y evitando cualquier contacto visual. Se mueven con sigilo, pero con decisión, descendiendo por un corredor lateral. Algo en su comportamiento me enciende una alerta en el pecho.

—Voy a dar una vuelta —le digo a Luis, quien sigue enfocado en su equipo.

—¿Otra exclusiva? —responde sin apartar la vista de la cámara. Su tono es mitad burla, mitad resignación.

—Solo curiosidad —digo, dándole una palmadita en el hombro antes de deslizarme entre los invitados. Aunque en realidad, esos funcionarios con los que debía coordinar entrevistas están relacionados directamente con los acontecimientos de la guerra. Conseguir una declaración de ellos sería crucial para esclarecer ciertos puntos oscuros del conflicto y entender cuál es la verdadera posición del gobierno. Si logro hablar con ellos, podría obtener respuestas sobre las estrategias militares, las posibles negociaciones y las decisiones que están tomando a puerta cerrada. No son simples burócratas, son piezas clave en la maquinaria de esta guerra.

Avanzo con paso medido, manteniéndome a una distancia prudente mientras sigo el rastro de los funcionarios. Ellos descienden por una escalera restringida, cruzando una puerta de seguridad. Me detengo. No puedo seguir sin levantar sospechas. Respiro hondo y estoy a punto de regresar a la celebración cuando algo llama mi atención.

Un pasillo estrecho se extiende hacia la misma dirección a la que se dirigían los funcionarios. Un acceso alternativo. Mis manos se tensan. Esto es una locura. Pero la curiosidad, esa maldita maldición de periodista, me empuja hacia adelante.

Las palabras de Kerim resuenan en mi mente. Fragmentos de conversaciones, advertencias veladas, pistas que apenas ahora comienzo a comprender. Me guían entre puertas de acero, pasillos con poca iluminación y esquinas donde mi corazón martillea contra mi pecho.

Hasta que llego a una puerta que no puedo atravesar.

Intento empujar, girar el pomo, buscar algún mecanismo oculto. Nada. La frustración crece en mi garganta cuando noto un pequeño destello rojo sobre mí. Una cámara. Me están observando. Mi estómago se revuelve de inmediato. Esto no es un simple acceso restringido, es una trampa en la que acabo de meterme sola.

Doy un paso atrás, preparada para huir, cuando una sombra se interpone en mi camino.

—Valeria.

La voz de Kerim es grave, cargada de algo que no logro descifrar del todo. Se alza imponente, bloqueando cualquier intento de escape. Su mirada, gélida como siempre, se clava en la mía con una mezcla de incredulidad y algo más oscuro. Algo peligroso.

El miedo me paraliza. No sé si está enojado o entretenido por mi osadía, pero en este momento no puedo permitirme demostrar debilidad.

—No sabía que formaba parte del tour —logro decir con una voz más firme de lo que esperaba.

Él no responde de inmediato. Se acerca, cada paso suyo parece resonar en los estrechos pasillos subterráneos. Cuando está lo suficientemente cerca, extiende la mano y, antes de que pueda reaccionar, me toma de la muñeca con un agarre firme pero contenido.

—Ven conmigo.

No es una invitación, es una orden. Y lo peor es que la obedezco.

Me conduce a través de una puerta lateral que apenas noto hasta que la atravesamos. La luz escasea, pero mis ojos se adaptan a la penumbra y entonces lo comprendo. No es un pasadizo cualquiera.

Son catacumbas.

Las paredes son de piedra antigua, erosionadas por el tiempo. La humedad impregna el aire con un aroma a tierra y algo más, algo metálico. La opulencia del mundo exterior queda atrás con cada paso que damos, reemplazada por el peso de siglos de historia enterrada.

—¿Qué es este lugar? —pregunto con un hilo de voz.

—Y más importante aún —añado, con el valor que aún me queda—, ¿por qué funcionarios del gobierno vendrían a un sitio como este?

Kerim mantiene su expresión impenetrable, pero hay un ligero cambio en su postura, una tensión que no estaba allí antes. Cruza los brazos y suelta un suspiro, como si evaluara qué versión de la verdad va a entregarme.

—Hay muchas razones por las que alguien vendría aquí —responde, su voz calmada pero medida—. Seguridad nacional, inspecciones rutinarias, incluso simples medidas de mantenimiento de las estructuras antiguas.

Frunzo el ceño. La respuesta es demasiado vaga, demasiado perfecta en su generalidad. No encaja con la urgencia y la cautela con la que los funcionarios se movían.

—No te creo —digo, con una media sonrisa cargada de incredulidad—. No parecían venir a una simple inspección. Parecían buscar algo.

Kerim me observa en silencio, su mandíbula tensa. Aprovecho su vacilación para seguir adelante con mi teoría.




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