Narrado por VALERIA
Regreso a la celebración en El Infinito con una extraña sensación en el pecho, como si el aire a mi alrededor fuera más ligero y, al mismo tiempo, cargado de una energía que apenas puedo comprender. Todo lo que veo me parece distinto, como si el mundo hubiera cambiado en el breve tiempo que estuve bajo tierra.
Las luces doradas reflejadas en las paredes de cristal ya no me parecen frías, sino cálidas. La música que antes sonaba como un ruido de fondo ahora me envuelve, cada nota parece estar flotando en el aire con un propósito. Incluso las conversaciones, las risas lejanas y las copas que chocan, tienen un ritmo que me parece hipnótico, probablemente ya no suspicaz ni para desconfiar, ni siquiera es algo que ya me preocupa. Me doy cuenta de que nunca había apreciado con tanta claridad la belleza de lo cotidiano.
Mientras camino por la sala, los rostros de los invitados parecen distintos, más humanos, más vivos. Veo a una mujer mayor sonriendo mientras charla con un hombre mucho más joven, y noto el brillo en sus ojos, la chispa de algo que trasciende la edad y el tiempo. Un mesero sirve una copa de vino a un grupo de diplomáticos que conversan en un círculo cerrado, ajenos al mundo que los rodea. Cada detalle cobra un significado que antes se me escapaba. Es como si mi visión del mundo se hubiera agudizado, como si pudiera ver más allá de la superficie de las cosas.
Luis me encuentra en la terraza, observando la ciudad desde lo alto. Se acerca con su habitual actitud despreocupada, pero su mirada se afina cuando me estudia con atención.
—¿Y a ti qué te pasa? —pregunta con una media sonrisa—. Pareces atónita y feliz al mismo tiempo luego de desaparecer por un largo rato. Lo cual, considerando dónde estamos, es bastante raro.
Me río, porque tiene razón. No tengo palabras para explicarlo, no sin revelar demasiado porque siento que casi no vale la pena discutir lo que me ha pasado..
—No lo sé —admito—. Creo que simplemente... estoy viendo todo desde otra perspectiva. Como si cada cosa tuviera un significado que antes no podía ver.
Luis me mira con una ceja enarcada, claramente divertido, pero también intrigado.
—Si me dices que has visto la luz de El Secreto de la Vida y que ahora todo tiene sentido, prometo dejar de grabarte para siempre.
—No es eso—respondo, aunque en parte sí lo es—. Solo... creo que me he dado cuenta de lo afortunados que somos de estar aquí, de vivir, de ver todo esto. Hasta los detalles más pequeños tienen su propia magia.
Luis me estudia por un momento más, luego sacude la cabeza con una sonrisa.
—Definitivamente algo te pasó allá abajo.
No puedo negarlo. Algo me pasó. Algo profundo. El eco de lo que descubrí sigue reverberando en mi mente, la teoría que aún intento procesar: que el contenido del libro de El Secreto de la Vida es un espejo.
Un espejo. No una colección de conocimientos antiguos ni una fórmula mística, sino un reflejo. Un reflejo de la verdad más profunda que cada uno lleva dentro.
Me estremezco.
Kerim está cerca, lo sé sin necesidad de mirarlo. Puedo sentir su presencia, la forma en que me observa desde la distancia, analizando cada una de mis reacciones. Él sabe que ahora sé algo más, que he cruzado un umbral del que no hay vuelta atrás.
Camino hasta la barra y pido una copa de vino. Mientras espero, mis dedos tamborilean sobre la superficie de mármol. Mi mente es un caos. Si el libro es realmente un espejo, entonces lo que cada persona ve en él es su propia verdad. Su esencia desnuda, sin pretensiones, sin mentiras.
¿Es por eso que tantos lo buscan desesperadamente? ¿Porque creen que hallarán respuestas definitivas cuando en realidad solo encontrarán su reflejo más puro?
Siento un escalofrío recorrerme. Si el libro cae en manos equivocadas, si alguien con el poder suficiente lo usa para manipular a otros, podría convertirse en la herramienta más peligrosa del mundo.
Tomo un sorbo de vino y dejo que el líquido ardiente me devuelva a la realidad. Luis me observa de reojo, pero decide no presionarme. Sabe que cuando esté lista, hablaré.
Kerim se acerca. Sutil, pero inconfundible. Su sola presencia me altera, no solo por lo que representa, sino porque su proximidad es un recordatorio constante de cuán involucrada estoy en esto.
—Valeria, Luis —su voz es un susurro apenas audible entre el bullicio—. ¿Necesitaban un poco de aire fresco? ¿Y si descansan un poco? Mañana tendremos una larga jornada de trabajo desde temprano.
Juzgaría que, por un instante, Luis comprende lo que realmente guardan nuestras miradas junto a Kerim.
—Sí, señor Ministro, como usted ordene—acota mi compañero y nos despedimos para luego regresar al hotel.
Estoy en un corredor interminable, cubierto de espejos a ambos lados. Camino descalza y mis pasos apenas hacen ruido sobre el suelo pulido. Cada reflejo me muestra una versión diferente de mí: una niña, una anciana, una versión mía cubierta de sangre, otra vestida con un ropaje dorado, con una corona que brilla como el sol.
Sigo avanzando y, al fondo, veo una puerta de madera antigua. Mi corazón late con fuerza. Sé que debo cruzarla. La empujo y entro en una biblioteca inmensa, donde los estantes parecen extenderse hasta el infinito. En el centro, sobre un pedestal, está el libro.
Me acerco, mis dedos rozan la cubierta y, de repente, las páginas comienzan a girar solas, como si el viento las moviera. No hay palabras escritas, solo un reflejo. Mi reflejo.
Pero no soy yo. Es otra yo. Con una mirada que parece atravesarme, como si ya supiera cada uno de mis pensamientos antes de que los formule.
—¿Qué es esto? —susurro.
Mi reflejo sonríe, pero es una sonrisa fría.
—La verdad —responde, y en ese instante, el reflejo en el libro cambia. Ya no es solo mi imagen, sino una serie de escenas fugaces que se despliegan como destellos de memoria y posibilidad. Veo mis propias elecciones, los caminos que no tomé, las mentiras que dije y las verdades que oculté. Cada versión de mí misma está allí, enfrentándome con la mirada, como si el libro supiera todo lo que soy, todo lo que podría haber sido y todo lo que aún puedo ser.