Narrado por VALERIA
El sol comienza a filtrarse por la ventana de mi habitación, proyectando destellos dorados sobre las sábanas revueltas. Parpadeo varias veces, intentando despejarme del sueño denso que aún se aferra a mis pensamientos. La noche anterior sigue latiendo en mi mente, cada imagen, cada teoría, cada emoción sigue enredándose en un torbellino imposible de ignorar. Pero hay algo más, algo que no encaja.
Luis no ha venido a buscarme.
Siempre lo hace. Es parte de nuestra rutina. Luis madruga antes que yo, toca mi puerta con una broma o un comentario sarcástico, se queja del desayuno del hotel y me arrastra fuera de la habitación para ponernos a trabajar. Pero hoy no hay nada. Ningún golpe en la puerta, ningún mensaje, ningún rastro de él.
La inquietud se desliza por mi piel como un escalofrío. Me levanto rápida, me pongo una camiseta holgada y unos pantalones deportivos, y salgo de mi habitación rumbo a la suya. Camino por el pasillo con pasos firmes, el eco de mis pisadas acompañando mi creciente ansiedad. Cuando llego a su puerta, golpeo suavemente.
—Luis, ¿estás despierto?
Silencio.
Golpeo otra vez, esta vez con más fuerza.
—¿Luis?
Nada.
Mi corazón late un poco más rápido. Dudo por un instante, pero finalmente giro el picaporte. Para mi sorpresa, la puerta se abre sin resistencia.
El aire dentro de la habitación es denso, cargado de una tensión que puedo sentir incluso antes de ver su rostro. Luis está sentado en el borde de la cama, con la cabeza entre las manos, su espalda curva como si llevara el peso del mundo sobre ella. Sus hombros suben y bajan con una respiración irregular, y cuando levanta la vista hacia mí, veo el brillo de sus ojos enrojecidos.
Está llorando.
El impacto de esa imagen me atraviesa el pecho. Nunca he visto a Luis así. Es el tipo de persona que esconde sus emociones detrás de un escudo de sarcasmo y risas forzadas. Pero ahora está roto, vulnerable, y no sé exactamente qué hacer.
—Val, ¡mierda! —dice en un susurro, pasándose las manos por el rostro, como si intentara borrar las evidencias de su angustia. —No deberías estar aquí. Yo…caray, ¿qué hora es?
Ignoro sus palabras. Entro en la habitación y cierro la puerta tras de mí.
—¿Qué pasa? —pregunto en voz baja, sentándome a su lado en la cama como si la hora no fuese un problema. Es que no lo es si consideramos que no se encuentra bien.
Luis sacude la cabeza, riendo de una forma que no tiene nada de alegría.
—Nada. No es nada. Solo... mala noche.
Suspiro, cruzando los brazos.
—Luis, por favor. Mírame.
Él lo hace, y su mirada me dice lo que su boca aún no. Hay dolor ahí, una lucha interna que se niega a poner en palabras. Pero yo lo conozco. Y si algo sé de él, es que nunca deja de hablar a menos que algo lo haya golpeado demasiado fuerte.
—Yo…solo problemas de pareja a la distancia—me reconoce.
—¿Y quisieras hablar de ello?—digo con suavidad, cuidando mis palabras.
Luis aprieta la mandíbula y desvía la mirada.
—Llamó anoche. Me pidió que volviera. Me dijo que esto ya no tiene sentido, que lo que hacemos aquí es peligroso y estúpido. Que mi familia está preocupada, parece que las noticias solo muestran lo peor. Y sí sé que estamos en peligro inminente, pero también sé que me necesitan. Que... me extrañan.
El peso de sus palabras cae entre nosotros como una piedra en un estanque silencioso.
Entiendo su dilema. Entiendo el nudo en su garganta y el conflicto en su corazón. Estar aquí, en Sefirá, cubriendo esta guerra, es su vida, pero también lo es la persona que dejó atrás. Y ahora esas dos partes están en guerra dentro de él.
Sin pensarlo, lo abrazo.
Luis se tensa al principio, pero luego suelta un suspiro entrecortado y apoya la frente contra mi hombro. Sus manos se aferran con fuerza a la tela de mi camiseta, como si yo fuera lo único que lo mantiene a flote.
—No sé qué hacer, Val —murmura contra mi piel.
Yo tampoco. Pero intento encontrar las palabras adecuadas.
—No puedo decirte qué hacer, Luis. Pero sí puedo preguntarte algo: ¿cuál es tu camino? ¿Cuál es tu sueño?
Luis se aparta levemente, mirándome con el ceño fruncido.
—¿Qué clase de pregunta es esa?
—Una importante. No se trata solo de lo que debes hacer ahora, sino de lo que quieres para ti. Si tu sueño es volver y estar a salvo con esa persona, entonces ese es tu camino. Pero si tu sueño también es estar aquí, contar estas historias, hacer que el mundo vea lo que pasa... entonces debes encontrar una manera de que ambas cosas coexistan.
Luis se queda en silencio. Se pasa las manos por el cabello y suspira.
—Suena muy bonito, pero la vida no funciona así de fácil, Val.
Sonrío con tristeza.
—Lo sé. Pero tampoco tiene que ser una elección entre blanco y negro. Tal vez la clave esté en cómo terminas esto. En cómo te aseguras de que esta tarea tenga sentido, tenga propósito, y luego vuelves, no huyendo, sino sabiendo que hiciste lo correcto. Por ellos y por ti.
Luis me observa con los ojos llenos de algo indescifrable. Finalmente, asiente lentamente.
—Tal vez tienes razón —dice en un susurro—. Tal vez mi camino es terminar esto... y luego volver por amor.
Sonrío, y por primera vez en esa mañana, Luis también lo hace.
—Ve, cámbiate, date una ducha y te espero fuera. Aviso que el primer reportaje puede esperar unos minutos más.
—Gracias, Val.
—A ti por confiar en mí.
El alivio dura poco. Apenas unos minutos después de salir de la habitación de Luis, mi teléfono vibra con insistencia en mi bolsillo. Un mensaje de Margarita, mi jefa. "Reunión urgente. Meet privado, busca un espacio. Ahora." Su tono es seco, sin rodeos, y eso me pone en alerta. Margarita no suele dramatizar, pero tampoco se toma molestias innecesarias. Si está contactándome de esta manera, es porque realmente algo importante está en juego.