El Secreto de la Vida

Capítulo 26

Narrado por VALERIA

El aire es gélido en el norte de Sefirá. El viento golpea con fuerza, levantando polvo y ceniza entre las trincheras improvisadas y los restos de vehículos destruidos. Cada explosión en la lejanía retumba en mi pecho, un recordatorio de lo cerca que estamos del enfrentamiento real. Luis y yo avanzamos entre los soldados, nuestras botas hundiéndose en la tierra endurecida por el frío.

Tengo miedo.

Lo siento en cada fibra de mi cuerpo, en la tensión de mis músculos, en el latido frenético de mi corazón. Pero me obligo a recordar lo que siempre me repito: el miedo paraliza, como la muerte. Y la vida es movimiento. Así que me muevo. Una respiración a la vez, un paso tras otro.

Luis me mira de reojo mientras ajusta la cámara sobre su hombro. No dice nada, pero sé que también lo siente. Aquí, fuera de la zona segura, cada sombra podría ocultar un peligro. Cada sonido podría ser una advertencia tardía. Pero estamos aquí para hacer nuestro trabajo. Somos periodistas, nuestra labor es documentar la verdad, capturar la guerra tal como es, sin filtros, sin distorsiones. Cada imagen que tomamos, cada testimonio que conseguimos, podría ser la diferencia entre la indiferencia y la acción. La guerra no es solo el fuego de los rifles y el rugido de los aviones; es el llanto de los desplazados, el rostro sucio de los niños que corren a refugiarse, la mirada vacía de los soldados que llevan demasiado tiempo en el frente. Recopilamos declaraciones de oficiales, imágenes de la devastación y relatos de aquellos que han perdido todo. Luis capta con su cámara a un grupo de soldados parapetados tras una trinchera improvisada, sus rostros tensos mientras intercambian fuego con una posición enemiga en la colina.

—Esto es material puro —susurra Luis mientras ajusta el lente.

Pero no tenemos tiempo de procesarlo todo. Un zumbido en el aire nos alerta, seguido de un silbido que se convierte en un rugido. Un avión de guerra corta el cielo nublado y desciende con precisión hacia la pista improvisada entre las colinas. Su silueta es imponente, las insignias en el fuselaje reflejan la luz grisácea del día. Luis mueve la cámara rápidamente, enfocando la escena.

—Debe ser alguien importante —digo, con el pulso acelerado.

El avión toca tierra, levantando una nube de polvo y escombros. La compuerta trasera se abre con un sonido mecánico y de su interior desciende un grupo de oficiales escoltando a un hombre alto, de porte firme y mirada gélida. Su uniforme es impecable, a pesar del ambiente hostil. Lo reconozco de inmediato.

El general Hakim ha llegado al frente.

Nos abren paso entre los soldados hasta un grupo de oficiales que se mantienen reunidos en torno a un mapa extendido sobre el capó de un vehículo blindado. En el centro está él. El general Hakim acaba de arribar y su presencia se impone como una muralla entre el caos y la estrategia. Su uniforme está impecable, a pesar del polvo y la sangre que mancha a los soldados que lo rodean. Su expresión es pétrea, sus ojos oscuros como el acero.

Me acerco con cautela, sintiendo el peso de cada mirada sobre mí. No soy bienvenida aquí. No somos bienvenidos aquí. Pero hay algo que debo hacer.

—General Hakim —digo con voz firme, aunque mi garganta se siente seca.

Él levanta la vista y me examina con la misma dureza con la que evalúa el campo de batalla.

—¿Periodista? —pregunta, con una mezcla de desconfianza y desinterés.

—Valeria Escobar. Trabajo para una cadena internacional —respondo. Sé que no le interesa quién soy, pero necesito establecerme. Necesito demostrar que pertenezco aquí, aunque sea una mentira.

Él asiente apenas y vuelve a enfocarse en el mapa. Pero no puedo perder esta oportunidad. Me acerco un paso más y bajo la voz.

—Tengo un mensaje para usted —digo, y noto cómo su atención se enfoca en mí de inmediato.

Los demás oficiales se apartan un poco, algunos por respeto, otros por precaución. Hakim me mira con ojos afilados, como si pudiera ver a través de mi piel.

—Adelante —dice.

Me humedezco los labios antes de pronunciar las palabras exactas que Margarita me pasó antes de partir. Un código simple, pero suficiente para abrir puertas en este mundo de sombras y guerra.

Hakim no reacciona de inmediato. Permanece en silencio, evaluándome, midiendo el peso de mis palabras. Luego, sin apartar la mirada, hace una seña a uno de sus asistentes. El hombre se aleja rápidamente y regresa minutos después con un sobre grueso, sellado con varios niveles de seguridad.

—Aquí está lo que buscas —dice Hakim, extendiéndome el sobre—. Entrega el mensaje. Y no hagas preguntas.

Sus últimas palabras son una advertencia. Sé que hay cosas que es mejor no saber, pero aún así, mientras tomo el sobre con ambas manos, la curiosidad me consume.

Luis observa todo desde la distancia, su cámara apagada por precaución. Sabe que esto no es una simple cobertura periodística. Esto es algo más. Algo que podría costarnos mucho más que nuestra credibilidad.

Guardo el sobre en el interior de mi chaqueta y asiento.

—Gracias, general.

Hakim no responde. Solo me observa un segundo más antes de volver su atención al mapa y a la batalla que sigue rugiendo más allá de esta frágil línea de defensa.

Ahora tenemos lo que vinimos a buscar.

Ahora solo falta salir de aquí con vida.

Una vez fuera con Luis, nos adentramos a buscar nuestro campamento, pero él aún me mira con cierta extrañeza.

—¿Y ese tipo de qué conoce a Margarita?

—Créeme que tengo la misma duda.

—¿Pero Margarita te envió a buscar esos papeles?

—Así es.

—¿Por qué Margarita tendría alguna suerte de secretismo con el general?

—¿Amigos de otra vida? No tengo idea, Luis. El sobre está cerrado y convengamos que Margarita no quiso darme muchas explicaciones, solo me dijo que en esta cobertura cruzaríamos a ese tipo.

—Espero que ese sobre no nos comprometa ante Hassan o Nadia.




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