Narrado por KERIM
Aquí estoy, de pie frente a la puerta, con la mano temblorosa antes de empujar el metal frío. La sola idea de lo que debo hacer me revuelve el estómago, pero no tengo opción. La seguridad de todos depende de ello, y aunque mi corazón grita su nombre, mi deber es mayor.
Es terrible la sensación de no saber si has confiado en la persona correcta o si pudo haber sido un error.
Respiro hondo, buscando en el fondo de mi ser la fortaleza que necesito. Abro la puerta y entro, el clic metálico hace eco resonando en la habitación como una sentencia.
—¿Qué información intercambiaste con el general Hakim? —pregunto de inmediato, apenas cierro la puerta tras de mí. La voz me sale más dura de lo que pretendía, pero no puedo permitirme mostrar debilidad. No ahora.
Valeria alza la mirada, sus ojos verdes, que tantas veces me han hipnotizado, ahora reflejan cansancio, pero también una determinación que me hiela la sangre. La veo, allí sentada, irradiando una belleza que aún me corta la respiración, y cada fibra de mi ser suplica por creerla, por abrazarla y alejarla de todo esto. Pero no puedo. Las pruebas son demasiado claras, las implicaciones demasiado graves.
Cruza los brazos con un ademán desafiante, como si esperara este interrogatorio. Su postura es firme, casi desafiante, pero alcanzo a percibir una sutil vibración en su labio inferior. ¿Es miedo? ¿Incertidumbre? O quizás, la más dolorosa de todas las opciones, ¿es una actuación?
—Solo papeles para mi jefa en la prensa —responde sin dudar. Su voz es clara, directa, sin el menor titubeo.
—¿Tu jefa al otro lado del mundo?
—Sí, Kerim, como todas las coberturas que hacemos, ¿qué te sucede? Te ves molesto.
Cada palabra suya es un puñal que se clava en mi interior. ¿Cómo puedo dudar de ella, de la mujer que empezaba a amar, de la persona a la que le he confiado mis secretos más profundos? Pero la duda ya está sembrada, creciendo como una enredadera venenosa alrededor de mi corazón.
—¿Qué clase de papeles? —insisto, acercándome un poco más. Cada paso que doy reduce la distancia entre nosotros, pero también aumenta la brecha que se ha abierto entre nuestras almas. Mi voz es baja, controlada, un susurro peligroso que apenas alcanza a romper el silencio sepulcral de la habitación.
Necesito saber la verdad. No puedo permitir que las emociones nublen mi juicio. El destino de muchos depende de ello, incluyendo el suyo.
—No lo sé, Kerim —su tono se endurece ligeramente, como si mi pregunta la hiriera—. Me dieron un sobre sellado, ¿cómo iba a saber qué contenía?
La luz artificial en este edificio gubernamental es fría y estéril, proyectando sombras angulosas en las paredes de acero y cristal. Es un lugar sin alma, un reflejo de la situación en la que nos encontramos. Un lugar donde la verdad se distorsiona y la lealtad se pone a prueba. Me apoyo en el escritorio, observándola con el ceño fruncido. Intento leerla, buscar en sus ojos alguna señal de engaño, alguna pista que me revele la verdad.
Puedo ver el cansancio en su rostro, la tensión en sus hombros, el rastro de preocupación que empaña su mirada. Pero no me importa. No ahora. No puedo permitirme ser indulgente. Demasiado está en juego.
La decepción se instala en mi pecho como una losa de piedra. Quería confiar en ella. Le mostré lo que nadie más ha visto, la vulnerabilidad que guardo celosamente bajo una coraza de acero. Pensé que era la persona correcta, la única capaz de comprenderme y aceptarme tal como soy. Y ahora, su inocencia, si es que es real, es una barrera entre nosotros que no puedo atravesar.
Extiende el sobre acolchado hacia mí. Sus dedos tiemblan ligeramente al ofrecérmelo, una señal que no puedo ignorar. Lo tomo sin apartar la vista de su rostro, intentando descifrar sus intenciones, buscando desesperadamente una señal de arrepentimiento o de remordimiento. El papel se siente frío y áspero en mis manos, como si estuviera tocando la propia traición.
Rompo el sello con un movimiento brusco, ignorando el dolor que me produce destrozar la confianza que una vez compartimos. Deslizo los documentos fuera de su contenedor, sintiendo cómo el aire se vuelve más denso a mi alrededor, como si la habitación se llenara de una energía oscura y amenazante.
El aire en la habitación parece detenerse cuando mis ojos recorren las hojas. Cada línea, cada palabra, cada símbolo, me golpea como un puñetazo. Mis dedos se tensan al ver el contenido. Es un estudio detallado de las inscripciones en el reverso del espejo en el libro de El Secreto de la Vida. Diagramas complejos, traducciones parciales, análisis de patrones que solo yo y un puñado de personas conocemos. Información que no debería estar en manos de nadie fuera de mi círculo más cerrado, información que podría destruir el equilibrio del mundo.
Levanto la vista y la encaro. Su rostro es una máscara de confusión y temor, pero no puedo permitirme confiar en las apariencias.
—¿Quieres que crea que no sabías nada? —digo en voz baja, pero el peso de mis palabras hace que ella endurezca la mirada. El silencio se alarga entre nosotros, un silencio cargado de acusaciones y defensas, de amor y traición.
—¡Porque no lo sabía! —replica con frustración, levantándose de la silla. El movimiento es repentino, casi agresivo, y por un instante temo que vaya a atacarme. Pero luego veo el miedo en sus ojos, el pánico que la consume por dentro.
—¿Qué clase de periodista recibe un sobre sellado y lo abre sin permiso? Margarita me pidió que lo entregara, nada más. Yo no tenía idea de lo que contenía.
Su reacción es convincente. La conozco. Conozco sus gestos, sus expresiones, la forma en que se mueve y respira. Y cada fibra de mi ser me dice que está diciendo la verdad. Pero la lógica me dice otra cosa. La evidencia es irrefutable. Los documentos estaban en su poder. Ella los iba a entregar.
Pero no puedo permitir que mi instinto me haga débil. No puedo permitir que mi amor por ella nuble mi juicio. El mundo está en peligro, y debo actuar con determinación y sin vacilaciones.