El Secreto de la Vida

Capítulo 31

Narrado por VALERIA

La reunión de emergencia se prolonga durante horas. El presidente y su equipo discuten estrategias, evalúan daños, sopesan opciones. El ambiente se vuelve cada vez más tenso, cargado de ansiedad y urgencia. Los teléfonos suenan sin cesar lo cual me provoca extrañeza porque las comunicaciones han de haber sido interferidas, no obstante el sistema es interno, los ordenadores parpadean con mensajes y alertas, los rostros se crispan con preocupación.

Yo permanezco sentada en mi rincón, observando la escena con una mezcla de fascinación y temor. Me siento impotente, incapaz de hacer nada para ayudar. Soy una simple espectadora en este drama, una observadora pasiva en un momento crucial de la historia.

Pero no puedo seguir acá sabiendo que dos de las personas que más aprecio en el mundo pueden estar en peligro ahora, siento una necesidad imperiosa de contactar con Luis, mi compañero de trabajo, mi amigo, mi confidente. Necesito saber que está bien, que está a salvo, Kerim también es parte de mis preocupaciones, pero Luis no tiene un guardia que lo resguarde en un refugio antibombas. Necesito escuchar su voz, sentir su apoyo, compartir mis miedos y mis esperanzas.

Me levanto de la silla y camino hacia una esquina de la sala donde hay un teléfono del sistema interno, necesito probarlo, pese a que ya sé cuál podría ser el resultado. Busco el contacto de Luis en mi celular, marco su número, con el corazón latiendo con fuerza en mi pecho. El teléfono suena, una, dos, tres veces... pero nadie responde.

Vuelvo a marcar, con la esperanza de que esta vez tenga más suerte. Pero el resultado es el mismo. Nadie contesta.

Empiezo a preocuparme. Luis siempre contesta al teléfono, sin importar la hora o la situación. Es un hombre responsable y comprometido, que nunca dejaría a nadie colgado, además de que nuestro empleo nos implica estar siempre a la orden del día, siempre al pie de la noticia.

Algo debe haberle pasado. Algo terrible.

Decido intentarlo una vez más. Marco su número con manos temblorosas, rezando para que esta vez alguien conteste.

Pero en lugar de escuchar el tono de llamada, oigo un sonido extraño, un zumbido estático que me hiela la sangre. La línea está intervenida.

El pánico empieza a apoderarse de mí. No puedo quedarme de brazos cruzados, esperando a que algo suceda. Tengo que hacer algo. Tengo que encontrar a Luis.

Me acerco a uno de los guardias que custodian la entrada y le pregunto si sabe algo sobre el estado de las comunicaciones.

—Lo siento, señorita —responde con frialdad—. Las líneas hacia el exterior están caídas, exceptuando internos que permiten la comunicación entre entidades de alto rango y nada más. No hay forma de comunicarse con el exterior en cualquier dirección.

—Pero necesito saber si mi compañero está bien —insisto—. Es camarógrafo y podría estar atrapado en algún lugar, se quedó en el hotel, creo.

El guardia me mira con indiferencia.

—Lo entiendo, pero no puedo hacer nada. Tenemos cosas más importantes de las que preocuparnos, miles de personas están sufriendo en este instante.

Su actitud me exaspera. ¿Cómo puede ser tan insensible? ¿Cómo puede ignorar el sufrimiento de los demás?

—Por favor —suplico—. Solo necesito que me digas si hay alguna forma de contactar con alguien en el exterior.

El guardia suspira, resignado.

—Está bien —dice—. Hay un equipo de comunicaciones en la sala contigua. Tal vez ellos puedan ayudarte.

Me indica una puerta lateral, apenas visible entre la multitud. Agradezco al guardia y me dirijo hacia la puerta, con la esperanza de encontrar una solución.

Entro en una sala pequeña y atestada de equipos de radio y ordenadores. Un grupo de técnicos trabaja afanosamente, intentando restablecer las comunicaciones. Sus rostros están pálidos y cansados, pero sus manos se mueven con rapidez y precisión.

Me acerco a uno de los técnicos y le explico mi situación.

—Lo siento, señorita —dice—. Estamos intentando restablecer las líneas, pero es un proceso lento y complicado.

—¿Pero hay alguna forma de contactar con mi compañero? Hemos venido desde el otro lado del mundo para… —mi voz se va apagando—. Es urgente.

El técnico me mira con compasión.

—Puedo intentarlo —dice—. Pero no puedo prometer nada.

Se sienta frente a un ordenador y empieza a teclear. Sus dedos vuelan sobre el teclado, introduciendo códigos y contraseñas. La pantalla parpadea con una serie de números y letras.

Después de unos minutos de silencio tenso, el técnico suspira.

—Lo siento —dice.

La desesperación me invade. Siento que el mundo se derrumba a mi alrededor.

—No puede ser —murmuro—. Tiene que haber una forma.

El técnico me mira con tristeza.

—Lo siento, señorita —dice—. He hecho todo lo que he podido, el hotel que me señala está completamente fuera del radar.

Me levanto de la silla, sintiéndome derrotada. No sé qué hacer. No sé a quién recurrir. ¿Y si derribaron el edificio los misiles?

Salgo de la sala de comunicaciones y regreso a mi rincón en el refugio. Me siento en la silla, con la mirada perdida en el vacío.

Luis está en peligro. Y yo no puedo hacer nada para ayudarle.

La impotencia me consume por dentro. Siento que me ahogo en un mar de desesperación.

De repente, una idea cruza mi mente. Quizás Margarita pueda ayudarme. Ella tiene contactos en todas partes, información privilegiada, recursos ilimitados. Si alguien puede encontrar a Luis, es ella.

Pero ¿cómo puedo contactar con Margarita? Las líneas telefónicas están caídas, y no tengo forma de comunicarme con el exterior. Además y no menor, me odia.

Miro a mi alrededor, buscando una solución. Y entonces, veo al presidente.

Está sentado en la mesa, rodeado de sus asesores, hablando en voz baja. Su rostro está serio y preocupado, pero sus ojos brillan con una determinación inquebrantable.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.