Narrado por VALERIA
El presidente levanta la mirada, sorprendido por mi interrupción. Sus ojos se posan en mí, escrutándome con atención. Siento que su mirada me atraviesa, analizándome de arriba abajo.
—¿Quién eres tú? —pregunta con voz grave y autoritaria.
—Soy Valeria —respondo, intentando mantener la calma—. Soy periodista extranjera, corresponsal de guerra. Estaba cubriendo prensa internacional oficial para el Ministerio de Defensa cuando… cuando todo esto sucedió.
El presidente asiente lentamente, como si reconociera mi nombre o mi cara.
—¿Qué necesitas, Valeria? —pregunta, suavizando ligeramente su tono de voz.
—Necesito que me ayude a encontrar a mi compañero —explico—. Se llama Luis, también es del canal, aunque él es camarógrafo; nuestra jefa se desentendió de nosotros cuando comenzaron los conflictos diplomáticos y ahora hemos quedado a la deriva, solo bajo la protección directa del ministro Kerim Quismet. Estábamos trabajando juntos cuando la explosión nos separó. He intentado contactar con Luis, pero las líneas están caídas. Temo que esté en peligro. También temo que Kerim lo esté, pero Luis es el más vulnerable ahora mismo.
El presidente me escucha con atención, sin interrumpirme. Su rostro permanece serio, pero sus ojos reflejan una sombra de preocupación.
—¿Y a qué te refieres con eso de El Secreto?
—Yo…sé lo del libro. Lo de su interior—. Bajo un poco la voz—. Y también sé de información confidencial que se ha filtrado.
—Y ¿por qué crees que puedo ayudarte?
—Porque usted tiene recursos que yo no tengo —respondo—. Tanto para detener a quienes ponen en riesgo este país como para salvarle la vida a mi compañero. Usted tiene el poder de movilizar a la gente, de acceder a información privilegiada. Usted puede encontrar a Luis si se lo propone.
El presidente guarda silencio durante unos segundos, sopesando mis palabras. Luego, suspira y asiente.
—Está bien —dice—. Te ayudaré.
Un rayo de esperanza ilumina mi rostro. Siento un alivio inmenso al escuchar esas palabras.
—Gracias, señor presidente —digo con voz temblorosa—. No sabe cuánto se lo agradezco. En cuanto nos aseguremos de que Luis está a salvo, podré compartirle sobre…
—Primero la seguridad de este país, luego me indicas qué puedo hacer por tu compañero.
El presidente me sonríe levemente.
Asiento con los pensamientos un poco quebrados ante la idea de tener que confesar lo que sucedió con el genera Hakim y su traición, no sé hasta qué punto él está al tanto de eso.
Pero igual le comento todo. Quedamos a solas mientras aprovecho el espacio para hablar con él a corazón abierto porque ya está todo perdido y no tengo nada más por arriesgar. Su gesto se mantiene gélido mientras escucha.
Una vez que ya he terminado se vuelve hacia uno de sus asesores y le da una orden en voz baja. El asesor asiente y sale de la sala.
—Ahora, cuéntame todo lo que sabes sobre Luis —dice el presidente—. Dónde estaba cuando lo viste por última vez, qué estaba haciendo, cualquier detalle que pueda ser útil.
Me sorprende que esté cumpliendo con su parte e incluso que aún no esté tomando alguna reprimenda en mi contra.
Empiezo a contarle al presidente todo lo que recuerdo sobre Luis, desde el momento en que llegamos luego de la cobertura en el exterior hasta que la intervención de Kerim nos separó. Le describo su aspecto físico, su forma de hablar, sus manías y peculiaridades. Le cuento sobre su pasión por el periodismo, su compromiso con la verdad, su valentía para enfrentarse a la adversidad.
El presidente me escucha con atención, haciendo preguntas puntuales para aclarar ciertos detalles. Parece realmente interesado en ayudarme a encontrar a Luis.
Después de una hora de interrogatorio, el asesor del presidente regresa a la sala. Se acerca a la mesa y le susurra algo al oído.
El presidente asiente y se gira hacia mí.
—Tenemos noticias —dice—. Hemos localizado a tu compañero.
Siento que el corazón me da un vuelco en el pecho. La alegría me invade por completo.
—¿Está bien? —pregunto con voz temblorosa—. ¿Está a salvo?
El presidente asiente.
—Está herido, pero está vivo —dice—. Lo encontramos en un refugio cercano al hotel donde se estaba alojando. Lo estamos trasladando a un hospital seguro. El hotel está en peligro de derrumbe.
Siento un alivio inmenso al escuchar esas palabras. Luis está vivo. Está a salvo. Eso es lo único que importa.
—Gracias, señor presidente —digo con lágrimas en los ojos, ansiosa por volver a verle—. Gracias por salvarle la vida.
El presidente me sonríe.
—No he hecho nada —dice—. Fue tu perseverancia lo que lo salvó. Nunca te rendiste, nunca dejaste de buscarlo.
Me siento orgullosa de mí misma al escuchar esas palabras. He sido fuerte, valiente, decidida. He luchado por lo que creía. Y mi esfuerzo ha dado sus frutos.
—¿Puedo verlo? —pregunto—. ¿Puedo ir al hospital para estar con él?
El presidente asiente.
—Por supuesto —dice—. Te enviaré un coche con escolta para que te lleve al hospital. Podrás verlo tan pronto como los médicos lo permitan.
La alegría me embarga por completo. Abrazo al presidente con fuerza, agradeciéndole su ayuda, pero no corresponde y me aparto. El presidente me observa con atención, con una mirada que me inquieta.
—Valeria —dice—. Tengo que pedirte un favor.