Narrado por VALERIA
Cuerpos de personas que han sufrido impactos en el centro gubernamental aparecen y la situación me asquea.
El aire huele a muerte, a polvo y a metal quemado. El refugio, otrora un santuario que prometía seguridad, ahora es una tumba en potencia. Esquivo cuerpos inertes y fragmentos de escombros mientras me abro paso entre el caos. La confusión es total. Gritos de dolor se mezclan con órdenes gritadas a pulmón, un batiburrillo sonoro que aturde mis sentidos. Pero en medio de todo este pandemonio, una claridad se abre paso en mi mente. Debo concentrarme. Debo seguir adelante. Debo cumplir mi misión.
El recuerdo de las palabras del presidente resuenan en mi cabeza como un mantra: "Tienes el poder de ayudarnos, Valeria". Es una carga pesada, casi insoportable, pero me niego a derrumbarme bajo su peso. Respiro hondo, intentando calmar el temblor que recorre mi cuerpo, y me abro paso hacia la salida del refugio sin siquiera estar escoltada, ahora todos yacen al servicio del presidente; es que tengo una misión, pero claramente mi vida no vale un pepino.
El exterior es un infierno dantesco. Edificios en llamas se alzan contra un cielo ennegrecido por el humo. Las calles están cubiertas de escombros y cuerpos mutilados. El sonido de las explosiones sigue siendo ensordecedor, una sinfonía macabra que acompaña mi marcha hacia lo desconocido.
Corro, esquivando obstáculos y evitando el contacto visual con los rostros desfigurados por el terror que yacen a nuestro alrededor. No sé a dónde voy, ni cómo llegaré allí más que con la indicación en territorio peligroso de la “zona segura” valga que ahora es un oxímoron, pero sé que debo encontrar al General Hakim. Luis está a salvo o esa fue la palabra del presidente y solo me consta aferrarme a ello. No obstante se planta en mi cabeza la terrible consideración de que… ¿Y si Luis en verdad no estaba a salvo y la situación fue una farsa para que me terminen usando?
No puedo vivir aferrada a esa idea, lamentablemente. No tengo opción de dudar ahora.
A medida que avanzo, me encuentro con otros supervivientes, personas que como yo, intentan escapar del infierno. Algunos me miran con desconfianza, otros con desesperación. Les ignoro, enfocada en mi objetivo como si no estuviésemos ya en graves problemas todos aquí.
De repente, una explosión me lanza al suelo. Siento un dolor agudo en la pierna, pero me levanto de inmediato al corroborar que nada me ha atravesado la carne.
Cojeo a duras penas, utilizando una barra de metal como apoyo hasta bien mi cuerpo se acomode a ese dolor.
Después de lo que parecen horas de caminata, llego a la zona militarizada donde el general Hakim ha de haber tomado el control. Un grupo de soldados está organizando un puesto de socorro improvisado. Me acerco a ellos, pero en cuestión de minutos, tengo una ametralladora apuntando directo a mi frente.
—Ni un paso más—me advierte—, tiene la oportunidad de retroceder o mirará de inmediato.
—Necesito saber cómo contactar con el General Hakim —digo, con voz entrecortada—. Tengo un mensaje del presidente.
Uno más se acerca al escucharme decir esas palabras, probablemente me daba por muerta.
—El código es Fénix Caído—convengo finalmente, recordando las indicaciones que me dieron y ellos se permiten dudar.
Los soldados me miran con desconfianza.
—¿Por qué quieres contactar con él? —pregunta uno de ellos, con un tono amenazante.
—Es una orden del presidente —respondo, intentando sonar convincente—. Tengo una misión importante que cumplir. Solo tengo ese código y ninguna otra garantía, pero debería ser suficiente para que me permitan llegar a él.
Los soldados intercambian miradas. Después de unos segundos de silencio tenso, uno de ellos asiente.
—Sígueme —dice.
Me conduce a una tienda de campaña donde hay un equipo de comunicaciones. Un técnico está sentado frente a un ordenador, aparentemente sin problema alguno en las comunicaciones.
—Esta mujer tiene una orden del presidente para contactar con el General Hakim —dice el soldado.
El técnico me mira con incredulidad.
—¿Estás segura de eso? —pregunta.
—Completamente —respondo.
El técnico suspira y empieza a teclear en el ordenador. Después de unos minutos, logra establecer una conexión.
Entonces lo veo.
Pasa por un ventanal blindado, trajeado y descubro que es uno de los que se metieron en el edificio la noche que descubrí el libro de El Secreto. Al parecer, esta gente ya venía rondando hace rato este material. Puede que no estaban perdidos ni buscando nada sino apenas llegando al lugar.
—Te pasaré la llamada —dice.
Siento que el corazón me da un vuelco en el pecho. Este es el momento de la verdad.
Respiro hondo y tomo el teléfono.
—¿General Hakim? —digo, con voz temblorosa.
—¿Quién habla? —responde una voz grave y autoritaria al otro lado de la línea.
—Soy Valeria —digo—. Soy periodista, pero estoy fuera de funciones.
—¿Por qué aún no está muerto el cabronzuelo de tu presidente?
—Necesito hablar con usted. Tengo una propuesta que podría interesarle, pero solo se lo puedo plantear de manera personal.
—No tengo tiempo para juegos, periodista.
—No es un juego, general. Es una oportunidad que el presidente me ha delegado y créame o no, yo ya estaba muerta antes de llegar hasta acá.
Pese a que intento convencerlo, la peor parte es que temo creer en lo que dicen mis propias palabras.
Porque es la verdad.
—Que te revisen y den ingreso. Desnuda, sin riesgo de explosivos y escaneada.
Evidentemente su gente ha tenido acceso al llamado mediante auricular ya que en cuando da esas indicaciones, me quitan el teléfono, me llevan a empujones hasta un costado donde me arrancan la ropa y por mucho que intente defenderme, peor y aún más ultrajante se vuelve al situación.
Caramba…¿cómo he llegado aquí? ¿Por unas deudas de porquería ahora debo sufrir todo esto?