Narrado por VALERIA
Corro sin mirar atrás. Mis pies golpean el asfalto con fuerza, con rabia. El aire frío de la tarde me corta la cara, pero no me importa. La mochila rebota contra mi espalda y me estorba, pero tampoco me importa en lo más mínimo. Solo quiero alejarme de ahí, de esa maldita escuela, de esas idiotas que creen que pueden decir lo que quieran sin consecuencias. De todo. De todos.
Mi respiración es rápida, agitada, pero sigo corriendo. No sé exactamente a dónde voy. Sé que no quiero volver a casa. Sé que no quiero enfrentar la avalancha de problemas que seguro me esperan después de lo que pasó. Golpeé a Sabrina en la cara. No fue un simple empujón ni una pelea tonta de empujones. No. Fue un puño directo en la nariz. Sentí el crujido, sentí cómo su piel cedía bajo mis nudillos, y la sangre… la sangre brotó enseguida, caliente y roja. Gritó. Lloró. Las demás quedaron paralizadas por un segundo. Después, vinieron los gritos, los insultos. Las miradas de horror, de odio, de sorpresa. Y entonces corrí.
No me arrepiento. Se lo merecía. Sabrina y su séquito llevan meses jodiéndome la vida. Burlas, empujones en los pasillos, comentarios venenosos sobre mi familia, sobre mi ropa, sobre todo lo que soy. Por pobre, por mugrienta, por zorra, por rara. Hoy fue demasiado. Hoy dijeron algo que no pude soportar. Algo sobre mis padres. Sobre lo poco que les importo. Sobre cómo seguro quisieran deshacerse de mí.
No recuerdo exactamente qué dijeron. Solo recuerdo el calor subiendo por mi cuerpo, el impulso incontrolable. Y después, mi puño en su cara.
Doy la vuelta en la esquina de una calle que apenas reconozco. Estoy lejos, muy lejos del colegio. El barrio es viejo, las casas están descuidadas, hay grafitis en las paredes y basura en las aceras. No es un lugar seguro, pero en este momento me da igual. Me apoyo contra una pared para recuperar el aliento. Mis manos tiemblan. No sé si es la adrenalina o el frío, pero no puedo detenerlas.
Entonces escucho una voz.
—Valeria.
Mi cuerpo se congela. Reconozco esa voz al instante. Es profunda, firme, pero no está gritando. No todavía. Aprieto los dientes y me giro lentamente.
¿Será la policía?
Es probable, pero…
Un momento, ¿qué?
Es mi tío, Alejandro. Es policía, pero ¿ya se enteró lo que hice? Está parado a unos metros de mí, con su chaqueta oscura y su expresión grave. Sus ojos me escanean de arriba abajo, y sé que está analizándolo todo. Mi respiración entrecortada. Mis puños apretados. Mi uniforme desordenado. Sabe que algo pasó, y lo sabe sin necesidad de preguntármelo.
—No voy a volver —digo, antes de que pueda hablar. Mi voz suena más desafiante de lo que esperaba.
Él no se inmuta. Da un paso hacia mí, tranquilo, sin apurarse. Su rostro es duro, pero no hay enojo en él. Hay algo más. Algo que no logro descifrar.
—Te he estado buscando —dice con calma, pero su tono tiene un peso extraño, como si cada palabra cargara un significado oculto. Un significado que no quiero conocer.
—Ya me encontraste. Ahora vete. —Cruzo los brazos sobre mi pecho, intentando parecer fuerte, aunque mi corazón late con fuerza dentro de mi pecho.
—No puedes huir de esto, Valeria. —Da otro paso hacia mí. Me gustaría correr otra vez, pero algo en su voz me detiene.
—¿De qué hablas? —pregunto, con una risa forzada. —¿De la maldita escuela? No me importa. No pienso volver. Que me expulsen si quieren. No me importa nada.
Alejandro cierra los ojos un segundo, como si estuviera reuniendo fuerzas. Luego los abre y me mira directo, con una intensidad que me revuelve el estómago.
—No es sobre la escuela. Es sobre tus padres.
Qué se supone que hace aquí mi tío.
Policía.
Buscándome.
Y no por lo de la escuela.
Sino por mis…¿padres?
Algo dentro de mí se quiebra como si pudiera anticipar algo. Mi garganta se seca. Mi piel se enfría.
—¿Qué pasa con ellos? —Mi voz suena más baja, más temblorosa de lo que quisiera.
Alejandro duda. No es un hombre que suela dudar. Siempre sabe qué decir, qué hacer. Pero ahora… ahora parece luchar consigo mismo. Y eso me asusta más que cualquier otra cosa.
—Valeria… —traga saliva, algo que nunca le he visto hacer—. Tienes que acompañarme, ¿sí?
—No. ¡No pienso irme a ninguna parte!
—Valeria, no lo hagas peor de lo que ya es.
—¡Que Sabrina se muera por mí, no me importa, no es asunto de mis padres tampoco!
—¿Qué sabrina? ¡Valeria!
—¡Basta!
—¡Valeria, acompáñame, por Dios!
—¡¿Y por qué debería hacerlo?!
—¡Porque tus padres han muer…!
Mi mundo se detiene.
No entiendo. No, no es posible. No tiene sentido. Mis padres estaban bien esta mañana. Se fueron temprano, como siempre, para trabajar de siete a siete. No estaban enfermos. No estaban en peligro. No...
—Termina—escupo la palabra, como un veneno. Mis piernas tiemblan, pero me obligo a mantenerme firme. —Termina la palabra.
—Lo siento. —Su voz es tan baja, tan seria, que me golpea con más fuerza que un grito.
Siento que el aire se me escapa del pecho. Mi piel se enfría. Mi estómago se revuelve. No puede ser. No pueden estar muertos. No esta mañana estaban vivos. Los vi. Hablaron conmigo. No puede ser. No puede ser.
—No —susurro, dando un paso atrás. —No, no, no…
Alejandro se acerca y extiende una mano hacia mí, pero retrocedo. No quiero que me toque. No quiero que me consuele. No quiero que esto sea real.
—Fue un accidente —continúa, su voz firme, pero con un matiz de dolor—. La policía me llamó hace una hora. Un choque en el bus donde iban. Hubo…varios heridos, pero ellos no sobrevivieron.
No sé en qué momento me fallan las piernas. No sé en qué momento mi pecho se cierra tanto que siento que no puedo respirar. Mi mente grita que esto no puede estar pasando. Que es una mentira. Que despertaré en cualquier momento y me reiré de lo estúpido que fue este sueño.