Narrado por VALERIA
Pensar en Luis me desmorona.
Mientras el desayuno del hotel espera frente a mí, tengo la mirada perdida en el ventanal que me muestra una ciudad donde todos siguen su vida normalmente, ignorando quizá que a menos de mil kilómetros hay bombas estallando y una población completa se debate entre la vida y la muerte.
“¡Luis!” le dije al notarlo en la celebración. En ese momento ya sabía que le gustaba Hassan, pero me hice la tonta al hablar de Kerim.
“¿No es intimidante que un tipo como él te hable tan…de cerca?” me preguntó.
“Intimidante y guapo.”
“Sexy sobre todo.”
“¿Te gusta?”
“Me gusta más Hassan, su asistente.”
“No he tenido el placer por el momento de verlo en persona.”
“¿Y a ti te gusta?”
“Me da miedo”
Sí. Y fue también la primera persona persona a quien le reconocí mis sentimientos encontrados hacia Kerim Quismet.
Se me derrama una lágrima e intento quitarla al notar que él viene hasta mí con un café en manos.
—Apenas has tocado tu desayuno—me dice.
—No puedo quitármelo de la cabeza.
Su gesto se endurece y asiente.
—Necesitas tener energías.
—Sí y también necesito tener a mi amigo con vida…
—Hiciste cuanto estuvo a tu alcance para salvarlo, Valeria. No tuve el honor de conocer mucho a Luis, pero en cuanto regresemos al Sefirá, hablaremos con Hassan para encontrar su cuerpo y que tenga una sepultura digna.
—Puede que jamás se pueda restaurar su cuerpo, Dios, es tan cruel todo—suspiro conteniendo el llanto que amenaza con salir desaforado—. ¿Qué sabes de Hassan?
—Nada en absoluto. Me ayudó a llegar a ti, pero tuvo que quedarse allá por acciones diplomáticas en Defensa.
—Es un buen hombre.
—Lo es.
—¿Sabías que a Luis le gustaba?
Parpadea, asombrado.
—¿Ah, sí?
—Estaban muy cerca. Luis parecía ser alguien enamoradizo.
—Ahora que lo mencionas, Hassan siempre fue mi asistente y me costaba considerarlo un amigo, aunque hubiera sido lo coherente. Quizá de aquí en más pueda considerarlo un amigo, ha hecho mucho por mí. Y sí, le caía bien Luis…
El silencio se instala entre los dos, pero detecto que en verdad es una suerte de búsqueda de parte de Kerim para entrar en…cierto tema.
—Qué sucede—le suelto sin más.
—Valeria, hoy tendremos una visita.
—¿En nuestro hogar?—digo con ácido sarcasmo.
—Sí. En una sala privada del hotel.
—Un momento. No puede ser.
Asiente.
—El presidente enviará a un corresponsal.
***
Narrado por KERIM
El aire me golpea como una pared tibia y húmeda al entrar en el hotel, una bofetada invisible a pesar de que los conductos de la climatización zumban con una eficiencia casi inhumana. No es el calor palpable lo que me comprime los pulmones, lo que espesa el ambiente hasta hacerlo casi sólido, sino la presencia que nos aguarda en el salón privado. El hombre que está a punto de desatar una tormenta sobre nosotros.
—Le voy a exigir información de dónde está ese hijo de perra—dice Valeria a mi lado.
—Lo mejor será mantener la compostura.
—Mantendré la compostura cuando ese traidor esté muerto.
—No mientras estemos en una ciudad que nos da asilo.
—No hice nada malo.
—Nadie nos lo ha preguntado, lamentablemente.
—Pero…
—Ahí viene.
El corresponsal del presidente llega con sus credenciales y nos cruza con la mirada entrenada de un depredador, la frialdad de un burócrata acostumbrado a entregar sentencias de muerte, a comunicar desastres que pulverizan los mundos ajenos. Su traje negro, impecable, parece una segunda piel, una armadura impenetrable. Ni una arruga que delate la más mínima perturbación. El cabello, peinado con una precisión milimétrica, refleja la luz artificial como una superficie lacada. Su expresión, inamovible, es un muro tras el que se esconden las maquinaciones del poder.
—Ministro Quismet —dice con una voz grave, resonante, que parece llenar el espacio con su peso—, Señorita Escobar.
No respondo de inmediato. Necesito un segundo para tragarme la bilis que me sube por la garganta. Valeria tampoco articula palabra. La siento tensa a mi lado, un arco a punto de soltar su flecha. Todavía está procesando la muerte de Luis, la brutalidad absurda de su final. Pero el lujo no atenúa el recuerdo, ni el silencio nos reconcilia con la muerte. Ahora no tenemos tiempo para el luto, no cuando la supervivencia misma está en juego. El luto es un lujo que no podemos permitirnos.
El corresponsal respira hondo, un acto teatral, una pausa dramática, como si las palabras que está a punto de pronunciar requirieran una preparación física, como si fueran una carga demasiado pesada para un solo aliento. Lo observo en silencio, analizando cada microgesto, cada leve contracción de los músculos faciales, cada matiz en la inflexión de su voz. Busco una grieta, una fisura en su armadura de indiferencia, una señal que me revele la magnitud real de la amenaza. Cuando finalmente habla, su tono es profesional, impersonal, pero no puede ocultar la gravedad implícita en sus palabras, el veneno amargo que destilan.
Entonces, sin rodeos, suelta lo que me temía:
—Ha sido destituido de su cargo, Ministro Quismet.
Siento el impacto como un golpe directo en la mandíbula, un puñetazo invisible que me hace tambalear. No me sorprende, para nada. Ya veía venir esta puñalada. Pero la anticipación no atenúa la humillación, no disminuye la sensación de traición que me corroe por dentro. Mantuve Sefirá en pie contra viento y marea, luchando con uñas y dientes contra la marea de caos que amenazaba con engullirla. Fui la cara de la resistencia contra los rebeldes, la figura de poder que la gente necesitaba desesperadamente para aferrarse a la esperanza, para seguir creyendo en algo más allá de la barbarie. Pero la invasión de los rebeldes a la zona segura lo ha cambiado todo. Ha sido la grieta que ha provocado el derrumbe.