El Secreto de la Vida

Capítulo 39

Narrado por KERIM

Silencio. Un silencio denso, opresivo, que parece amplificar el latido furioso de mi pulso en mis oídos. No me indigno por perder mi cargo. El poder es efímero, una ilusión que se desvanece al primer soplo de la realidad. Me indigno porque sé que esta decisión es la antesala de una traición mayor, una jugada desesperada para salvar el pellejo a costa de la verdad.

También sé que ante el presidente no puedo doblegarme, pero a su vez tengo las manos atadas, ya que hay un secreto en común con el que ahora podría hacerme pedazos si tan solo saliera a la luz.

Y me dejaría completamente solo.

Valeria es la única que ha quedado a mi lado de manera fidedigna, no puedo hacerle esto a ella, pero ¿hasta qué punto entendería la gravedad y la contingencia de todo lo que ha sucedido en este tiempo?

—La invasión de los rebeldes ha sacudido la confianza de la comunidad internacional además de demostrar que la estrategia de Defensa empleada por su parte fue infructuosa—continúa el hombre, cruzando los dedos sobre la mesa como si rezara una plegaria silenciosa—, y con ello, la confianza en El Secreto de la Vida.

Ese libro se ha convertido en una suerte de constitución inquebrantable para la patria o una biblia devastada para la religión. Ahora lo han vulnerado lo cual implica ver perforado todo un trabajo de dominancia que ya no tiene peso ni valor.

Miro a Valeria. Sus ojos oscuros están encendidos con la misma furia que arde en mi interior, una llama que amenaza con consumirlo todo.

La guerra ha profanado lo sagrado de nuestras creencias, la fe en nosotros de parte del mundo y mi vínculo con Valeria pende de un hilo ante las dificultades que hemos atravesado. Ahora se ha restituido la gobernación en la zona segura del Sefirá, pero ya nada volverá a ser como era, como se construyó alguna vez, lo más probable es que los intentos de entrar en tierras seguras serán reiterados y no puedo exponer a Valeria ante esto.

—Reconocemos su valentía, señorita Escobar —prosigue el corresponsal, girando la vista hacia Valeria, su mirada calculada, estudiándola como si fuera un espécimen raro—. Su papel en la cobertura del conflicto ha sido crucial. Su sacrificio… también. Será condecorado su colega tal cual se merece ante la prensa internacional.

Luis. El nombre flota en el aire como un espectro, una sombra que se cierne sobre nosotros. Luis y su muerte absurda, injusta, un sacrificio inútil en el altar de la guerra. Valeria endurece la mandíbula, tensa cada músculo de su rostro, como si sus emociones fueran una corriente salvaje que se contiene a sí misma con violencia, un torrente a punto de desbordarse.

—Por eso, el gobierno desea ofrecerle una compensación económica a cambio de su silencio y un exilio seguro a su país de origen.

Es entonces cuando todo explota. La contención se rompe, la represa cede. Valeria golpea la mesa con las palmas abiertas, el sonido seco y contundente resonando en el silencio del salón, inclinándose hacia adelante, con su voz vibrando con una mezcla de rabia y dolor, un grito gutural que emerge de lo más profundo de su ser.

—¿Dinero? ¿Creen que pueden comprarme? —escupe con desprecio, cada palabra suya va cargada de veneno—. ¡¿Creen que la muerte de Luis se encubre con una jodida condecoración mientras el presidente asume los galardones de un sillón patrio luego de que me hizo inmolarme y luego culpó de todo a Kerim?! ¡¿QUÉ TAN ESTÚPIDA SE CREEN QUE SOY?!

El hombre mantiene su postura impasible, inmutable, como si las emociones de Valeria fueran un simple ruido de fondo, una molestia menor.

—El presidente desea que esta historia se mantenga bajo control. Queremos evitar una crisis mayor y ofrecer lo que mejor pueden tener ahora, la muerte de su colega se hizo efectiva y no hay vuelta sobre eso, será recordado como un héroe. Mientras que usted, señorita Escobar, no le faltará el empleo, regresará con dinero por su trabajo y tendrá una buena posición de prestigio en su profesión.

Valeria suelta una risa amarga, desgarradora, una risotada hueca que revela la magnitud de su dolor. Niego con la cabeza, sintiendo una mezcla de indignación y asco. No me sorprende esta táctica, esta bajeza, pero la desfachatez de este intento de soborno es repugnante, una ofensa a la memoria de Luis.

—¿Qué sucederá con Luis…con su cuer…? —pregunta ella, con su voz aún temblorosa, pero más controlada, como si estuviera luchando por recuperar la compostura.

El corresponsal la observa por un segundo, un instante de silencio que parece prolongarse hasta el infinito, antes de responder.

—Eso depende de usted.

Valeria frunce el ceño, confundida.

—Explíquese.

—Su familia será informada, por supuesto, pero el gobierno no se hará responsable de la narrativa. Usted estuvo con él. Usted decidirá qué decirles. Su cuerpo es irrecuperable junto con los restos de las víctimas del ataque en el centro de refugiados donde se produjo su deceso.

Valeria se queda en silencio, sus manos y las rodillas temblando. Sé lo que está pensando. No solo perdió a su amigo, a su compañero, sino que ahora la obligan a cargar con su historia, a ser la guardiana de su memoria. Con la verdad y con la mentira que quieran imponer, con la versión oficial que les convenga para mantener el control. La están convirtiendo en cómplice de su propia infamia.

—No aceptaremos su oferta —digo con firmeza directa. Mi mirada queda clavada directo en la del hombre, desafiante.

—Eso los pondrá en una situación difícil.

—Más difícil sería vivir con esto —responde Valeria antes de que yo pueda siquiera articular palabra, su voz llena de convicción—. Saber que vendí mi voluntad y la memoria de mi amigo al que asesinaron, saber que cargo con una responsabilidad brutal pero aún peor es la del presidente a quien quieren que me termine aliando de manera infame. Usted y el presidente pueden irse bien al CARAJO.




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