Narrado por VALERIA
El sol me golpea en la cara con la intensidad de una acusación cuando salgo del hotel. Ya no es la hora de las brujas, no es el amparo de la noche lo que nos cobija, sino el brillo despiadado de la mañana, de la verdad, de saber que todo lo que teníamos se ha visto obstaculizado y es tan complejo sobrellevar la situación.
Siento cada rayo como un dedo acusador, recordándome que cada segundo cuenta, que cada paso es un riesgo calculado en un tablero que no controlamos. Kerim me toma de la mano, su agarre firme es el único ancla en esta tormenta de adrenalina y pánico donde es muy fácil quedar cada vez más al borde de la locura, atravesado por la guerra, la política y la más descarnada de las traiciones donde los justos se pierden de manera injusta. Su rostro, el de Kerim, normalmente sereno, está marcado por líneas de tensión, la mandíbula apretada en una mueca de determinación implacable conviene con mi semblante también en ferviente odio.
—¿Estás lista?—me pregunta.
Señalo mi mochila.
—Con lo esencial.
Poco a poco, viaje a viaje, con el tiempo he ido perdiendo absolutamente todo y no estoy segura de que haya servido para encontrarme a mí misma, pero al menos habré muerto en el intento de conseguirlo.
—Es hora de marcharnos.
No necesito que me lo diga. La imagen del asistente del presidente, con su sonrisa helada y sus ojos vacíos, sigue grabada a fuego en mi mente. Su rechazo, la firmeza inquebrantable de nuestra negativa, han sellado nuestro destino. Ahora somos fugitivos, traidores a los ojos del poder, piezas prescindibles en un juego mucho más grande y peligroso de lo que jamás imaginé.
La reunión de esta mañana con el asistente del presidente es un recuerdo reciente y amargo. Kerim me guía a través del laberinto urbano en la ciudad de Yeshua completamente desconocida para mí en el mapa antes de llegar aquí, nos movemos a pie buscando rutas alternativas, evitando las miradas curiosas, transformándose en uno más entre la multitud. Cada rostro me parece una amenaza potencial, cada sombra un escondite para un posible perseguidor. El miedo, frío y paralizante, me recorre las venas. ¡Nunca antes había sentido este odioso estado de persecución!
—¿Qué tan lejos queda ese lugar seguro? —pregunto, mi voz apenas un susurro.
Kerim no responde de inmediato. Sigue adelante, con la mirada fija en el horizonte, como si pudiera ver el camino que nos espera. Finalmente, se detiene en una calle lateral, donde un coche antiguo, pero bien mantenido, nos espera.
—Aquí—dice, abriendo la puerta del coche—. Con alguien que puede ayudarnos.
Claramente Kerim cuenta con algún dispositivo seguro para hacer contactos y encontrar recursos.
El coche arranca con un rugido, rompiendo el silencio de la mañana. Nos adentramos en el tráfico, mezclándonos con la corriente de vehículos que se dirigen hacia sus destinos cotidianos. Pero nosotros no tenemos un destino, solo una huida desesperada.
La ciudad se desvanece en el espejo retrovisor mientras nos alejamos cada vez más del centro del poder. Los edificios dan paso a suburbios, luego a campos y bosques. El paisaje cambia, pero la tensión no disminuye. El silencio en el coche es denso, cargado de preguntas sin respuesta y de miedos inconfesables.
Kerim conduce con una concentración absoluta, sus manos firmes en el volante. No dice nada, pero puedo sentir su determinación. Sé que tiene un plan, aunque no lo comparta conmigo. Confío en él, ciegamente, como siempre lo he hecho. Él es mi roca, mi protector, mi amante. Él es la única persona en este mundo en la que puedo confiar plenamente al día de hoy cuando hace unos meses era un completo desconocido. La guerra por la supervivencia te lleva a estos pactos inesperados.
Llevamos horas en la carretera cuando finalmente llegamos a nuestro destino. Es una casa apartada, escondida entre los árboles, con un aspecto robusto y discreto. Las paredes de piedra le dan un aire de fortaleza, un refugio en medio de la tormenta.
Kerim apaga el motor y salimos del coche. El aire fresco del campo me golpea en la cara, trayendo consigo un olor a tierra y a hierba recién cortada. Se siente extraño estar rodeado de tanta paz y tranquilidad, cuando por dentro estoy hecha un manojo de nervios.
Nos acercamos a la puerta y Kerim llama. La espera se me hace eterna, cada segundo amplificado por la ansiedad. Acto seguido, la puerta se abre y un hombre mayor nos recibe con una mirada escrutadora. Tiene el pelo canoso y el rostro marcado por arrugas profundas, testimonio de una vida dura y llena de experiencias. Sus ojos, sin embargo, brillan con una inteligencia aguda y una determinación inquebrantable.
—Kerim —dice el hombre, su voz ronca por el paso del tiempo—. No esperaba verte por aquí ni mucho menos que te pusieras en contacto.
—Gracias por atender mi llamado. Necesito tu ayuda, Demir —responde Kerim, con un tono de urgencia en su voz.
Demir nos hace pasar a la casa aunque su gesto no parece muy contento de recibirnos, lo cual es entendible considerando nuestro estado de fugitivos. Me presenta como a su pareja lo cual me resulta sorpresivo, pero al mismo tiempo me hace sentir como si algo en mi vida fuese real y no al borde del desmoronamiento absoluto.
El interior es cálido y acogedor, con muebles de madera maciza y una chimenea encendida que crea un ambiente confortable. Una mujer mayor, con el pelo recogido en un moño y una sonrisa amable, nos ofrece té y galletas. Hay niños jugando en el salón, ajenos a la tensión que se respira en el aire.
—Sé que te retiraste de todo esto —dice Kerim, dirigiéndose a Demir mientras bebemos el té—. Pero necesito tu ayuda. Es importante.
Demir suspira, con un gesto de resignación.
—Sabes que siempre te he tenido cariño, Kerim. Pero no quiero involucrar a mi familia en tus problemas, las cosas se han puesto muy feas, feas de verdad.