El Secreto de la Vida

Capítulo 41

Narrado por VALERIA

El bosque que rodea la casa de Demir es un abrazo verde, un edén reconfortante que se confirma cuando observo a Demir, con su rostro marcado por la intemperie y una sonrisa que se enciende al mirar a su esposa y sus hijos. Parecen una estampa perfecta, una familia arraigada a la tierra, floreciendo en este rincón aislado del mundo. Un nudo de anhelo me aprieta el pecho. ¿Alguna vez tendré algo así? ¿Un hogar, una familia, una vida tejida con hilos de amor y pertenencia?

Yusi, la esposa de Demir, se queda conmigo en la sala mientras él y Kerim se pierden en sus labores. El aire huele a leña quemada y especias exóticas. Un fuego crepita alegremente en la chimenea, proyectando sombras danzantes sobre las paredes de madera. Me siento atraída por la calidez, por la sensación de seguridad que emana de este espacio. Un juego de sillones de cuero envejecido se agrupa alrededor de una mesa baja, cubierta de libros. Libros por todas partes. Apilados en estantes, desbordándose de cestas de mimbre, incluso amontonados en el suelo. Un paraíso para cualquier amante de las letras. Me imagino viviendo aquí, rodeada de historias, con el fuego cantando una melodía suave mientras me sumerjo en mundos imaginarios. La idea me acaricia como un sueño dorado, una promesa de paz tan fugaz como imposible.

Yusi se mueve con gracia por la cocina, preparando té. La observo, fascinada por su serenidad, por la forma en que cada gesto parece imbuido de una calma profunda. Siento su mirada sobre mí, no inquisitiva, sino curiosa. Es una atención sutil, como si estuviera tratando de descifrar un enigma, de entender qué me impulsa, qué me define. No me siento juzgada, sino intrigada. No cuando te observan como intruso en casa en vistas de cierta paranoia sino con perspectiva positiva, con vibras de fascinación.

Mientras espero, mis ojos recorren los lomos de los libros. Clásicos, novelas contemporáneas, poesía, ensayos… una ecléctica colección que refleja una mente inquisitiva y un corazón abierto. Extiendo la mano y tomo un volumen al azar. "El Último Hombre" de Mary Shelley. Yusi se detiene en la puerta de la cocina, con una ceja ligeramente levantada.

—¿Shelley? —pregunta, con una sonrisa suave—. Buena elección.

Me siento en el sillón, con el libro entre las manos. El cuero está desgastado por el uso, las páginas amarillentas, pero la encuadernación se mantiene firme. Siento una conexión instantánea con este objeto, con la historia que encierra.

Yusi entra con una bandeja de té. La porcelana es delicada, adornada con motivos florales intrincados. El aroma que se desprende de la taza es embriagador.

—Muchas gracias por el té, Yusi —digo, esperando pronunciar su nombre correctamente. Dudé un instante, la he conocido hace poco—. Eres muy amable.

Ella sonríe y noto sus ojos brillando con calidez.

—Espero te guste el cedrón y el cardamomo.

—No estoy segura de haber probado antes esa combinación.

Me incorporo ligeramente, tomo la taza en mis manos y la acerco a mis labios. El vapor caliente me acaricia el rostro. Doy un sorbo cauteloso. El sabor es complejo, una mezcla intrigante de notas cítricas y especiadas. Es refrescante y reconfortante a la vez.

—Wao, muchas gracias, me gusta —afirmo con honestidad. La sorpresa y el placer se reflejan en mi voz.

—Me alegran ambas coincidencias —responde Yusi, con una sonrisa que revela una profunda satisfacción—. Admiro con fervor a Shelley.

Su mirada se dirige al libro que tengo en mis manos.

—Creo que solo he leído Frankenstein de su obra —admito, sintiéndome un poco avergonzada por mi ignorancia.

—Es una joya de la literatura, sin duda —asiente Yusi—. Pero creo que "El Último Hombre" es otra de sus joyitas literarias. Una visión profética de nuestro futuro.

Levanto el libro, examinando la portada con renovado interés. En efecto, ese es el título que aparece en la página. Una coincidencia extraña, considerando la conversación que estamos teniendo.

—Vaya, me has convencido —digo, con una sonrisa—. Hace tiempo que no leo ficción. En cuanto volvamos a una ciudad decente con librerías abiertas me compraré ese libro. O lo pediré por internet, una de dos.

Ambas reímos. Una risa ligera, que alivia la tensión palpable que se ha instalado en el ambiente.

—Parece ser que viviéramos en el mundo de ciencia ficción que ella nos presta aquí —comenta Yusi, su voz teñida de melancolía—. Parece ser que ella ya conocía este mundo y han pasado doscientos años entre el suyo y el nuestro.

La observo con atención, tratando de descifrar el significado oculto en sus palabras.

—Aún no lo leo y creo que puedes darme una reseña sin spoilers al respecto —propongo, ansiosa por escuchar su opinión.

Yusi se sienta en el sillón frente a mí, cruzando las piernas con elegancia. Sus ojos se oscurecen, adquiriendo un brillo intenso.

—El libro habla de una plaga —comienza, su voz suave pero firme—. Una que desata el fin del mundo entre los humanos, un odio desmedido que los divide aún más.

—Hummm, conozco otro libro que no trae ninguna plaga, pero que desata el odio desmedido y la destrucción por avaricia —replico, tratando de aligerar el ambiente.

—Este libro no dista mucho de ellos —continúa Yusi, ignorando mi comentario—. De hecho, en su trama principal todos están infectados por la plaga y la clase social es lo que distingue su trato. Lo que los destruye, no genera solidaridad, genera aún más odio descarnado y solo hay un hombre no infectado que observa ese proceso entre los que sí lo están.

Sus palabras resuenan en mi interior. La desigualdad, la discriminación, la lucha por el poder… males que han plagado a la humanidad desde tiempos inmemoriales, exacerbados por la crisis actual.

—Al fin y al cabo, el odio es lo que los destruye antes que la plaga —afirmo, con un dejo de amargura en la voz.

Yusi me observa con una mirada penetrante.




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