El Secreto de la Vida

Capítulo 42

Narrado por VALERIA

El rugido ensordecedor del helicóptero me golpea como una pared física. Siento la vibración subir por las suelas de mis botas, recorrer mis piernas y alojarse en mi pecho, es un tamborileo constante y brutal que amenaza con ahogar hasta el último de mis pensamientos mientras nos acercamos junto a Yusi a la ventana y temo que sea una mala idea.

El aire huele a combustible, a metal recalentado y a la tensión eléctrica que emana de todos nosotros. Kerim llega corriendo desde el otro extremo de la casa seguido por Derim y me sujeta la mano, con sus dedos fuertes y cálidos envolviendo los míos. No es un gesto romántico, no ahora, sino uno de apoyo práctico.

—Nos tenemos que ir, Valeria—me advierte—. No hay tiempo que perder.

Sé que esto siempre ha sido así, sé que no tenemos ya otra manera de sobrevivir que no sea escapando, llorando y diciendo adiós una vez, otra más y otra más, pero esta vez todo parece tener sentido porque viene de la mano de un plan de Kerim y ya no a expensas del presidente, de Hakim o de todo el pasado que nos envuelve el cual ha sido sumamente traumático.

Apenas alcanzo a agradecer a Yusi y a Derim cuando debemos marchar hasta el helicóptero, con Kerim sujetando una de mis manos y con el libro de El Último Hombre en la otra.

Kerim es un sostén clave mientras subo los escalones metálicos hacia la oscura boca de la aeronave. Su tacto envía una corriente inesperada a través de mí, un recordatorio de la conexión forjada en el fuego de estos últimos días. Me aseguro de no tropezar, consciente de cada movimiento, de cada respiración contenida.

Dentro, la penumbra es casi total, rota solo por el parpadeo intermitente de unas pocas luces rojas en el panel de control. Los pilotos, de espaldas a nosotros, llevan turbantes oscuros que ocultan sus rostros, pero hay algo en la rigidez de sus hombros, en la forma en que ignoran nuestra presencia una vez estamos a bordo, que me dice que no son simples soldados de algún ejército regular. No, estos son hombres de Hassan, el objetivo de Kerim con quien contactar al momento que llegamos.

Hombres que han desafiado al régimen, que han puesto sus vidas y las de sus familias en la línea de fuego para facilitarnos esta huida desesperada, este improbable regreso al corazón de la tormenta: el Sefirá.

La cabina es metálica y fría, funcional hasta la médula. Huele a sudor rancio y a miedo contenido. Me siento en uno de los asientos plegables de lona, el material áspero roza contra mi espalda. Kerim se sienta a mi lado, tan cerca que alcanzamos a sujetar nuestras manos como si en cualquier momento nos pudiesen separar.

El rotor principal acelera, el estruendo se intensifica hasta convertirse en un dolor sordo en mis tímpanos. La estructura entera del helicóptero tiembla como un animal ansioso por liberarse. Me aferro a los bordes del asiento, mis nudillos blancos. Miro por la pequeña ventanilla circular, arañada y sucia. Abajo, en la luz incierta del amanecer que apenas despunta, distingo la silueta de Derim. Está de pie, inmóvil, una figura solitaria contra el paisaje desolado que dejamos atrás. Su mujer lo abraza por la cintura, aferrándose a él, mientras sus hijos, pequeños bultos de confusión y sueño interrumpido, se esconden tras sus piernas. Ella nos mira, sus ojos enormes en su rostro pálido son una mezcla desgarradora de resignación y una esperanza tan frágil que parece a punto de quebrarse. Derim levanta la cabeza y nuestros ojos se encuentran a través de la distancia y el cristal sucio. No hay sonrisa, no hay saludo. Solo una mirada profunda, cargada de un entendimiento silencioso y terrible: puede que esta sea la primera y última vez que nos vemos. Un nudo se forma en mi garganta, denso y doloroso. Él da un paso atrás, un gesto final de despedida, y se funde con las sombras junto a su familia mientras el helicóptero se eleva con una sacudida violenta.

El suelo se aleja rápidamente. Las luces dispersas de la aldea que nos dio refugio se convierten en puntos minúsculos, luego desaparecen. Estamos suspendidos entre un cielo que empieza a teñirse de gris y una tierra hostil que se extiende bajo nosotros como una promesa de peligro. El zumbido constante del motor se convierte en el único sonido del universo, un mantra mecánico que llena cada resquicio de silencio. Cierro los ojos por un instante, intentando encontrar mi centro, pero solo encuentro el vacío dejado por la despedida y la incertidumbre aplastante de lo que vendrá.

Kerim se inclina hacia adelante, con su voz apenas audible por encima del estruendo, dirigiéndose a uno de los pilotos.
—¿La ruta está despejada?

Su pregunta es tranquila, casi casual, pero noto la tensión subyacente en el ligero temblor de su mano apoyada en su rodilla.

El piloto, sin volverse, responde con una voz igualmente baja pero cargada de gravedad. Su cabeza hace un leve gesto afirmativo.
—Hemos asegurado un corredor aéreo, sí. Pero la situación en tierra, cerca de la zona segura, es… volátil. El presidente ha triplicado la vigilancia en todos los accesos al Sefirá. Hay retenes por todas partes, patrullas móviles. Están más paranoicos que nunca. Si los detectan antes de que lleguen al punto de encuentro con Hassan… estarán perdidos. No habrá segunda oportunidad.

La advertencia flota en el aire viciado de la cabina, pesada como plomo. Perdidos. La palabra resuena en mi mente, un eco frío y desagradable. Kerim asiente lentamente, asimilando la información. Se reclina de nuevo en su asiento, con su cuerpo tenso como una cuerda a punto de romperse. Observo su perfil a la luz tenue de la cabina: la mandíbula apretada, una nueva línea de preocupación grabada entre sus cejas, los puños cerrados con fuerza sobre sus muslos. El peso del mundo parece haberse depositado sobre sus hombros, una carga invisible pero palpable. Sin embargo, bajo la preocupación, arde una determinación feroz en su mirada oscura. Nuestros ojos se encuentran por un instante fugaz. No necesitamos palabras. El miedo es real, lo sentimos ambos vibrar en el metal del suelo, pero la decisión está tomada. Hemos cruzado demasiados puntos de no retorno. Rendirse ahora no es una opción; es una sentencia de muerte aún más segura.




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