Narrado por Valeria
Todo está bien. Todo está bien. Todo está bien.
Las palabras son un mantra hueco, una letanía desesperada que repito en el silencio de mi mente mientras mis pies me llevan lejos de la quietud de la sinagoga. Cada paso sobre las piedras desiguales del camino de salida es una pequeña traición a la paz que encontré, o que creí encontrar, en la meditación con el monje sin nombre. El aire de la mañana aún conserva esa cualidad límpida y sagrada, pero ya se siente contaminado por la tensión, por el sabor amargo de la realidad que nos espera afuera. Dejamos atrás los muros antiguos, el silencio preñado de siglos, la promesa de una vida diferente, y volvemos a sumergirnos en la corriente sucia y violenta de la guerra. Hay una tristeza profunda en esta despedida, un luto por la calma efímera, por la visión de esa casa blanca y esa risa de Kerim bajo el sol. ¿Fue solo un espejismo, una trampa de mi propia mente anhelante? ¿O fue una brújula, una estrella polar que debo seguir incluso hacia la oscuridad más absoluta?
Tenemos que empezar de nuevo. La frase resuena con el eco de tantas otras veces, tantos otros reinicios forzados en esta vida fracturada. Pero esta vez se siente diferente. Definitiva. Por última vez. Ya no hay más margen para el error, no hay más planes B que valgan. Es ahora o nunca. Es todo o nada. Lo siento vibrar en el aire, en la mirada tensa de Kerim, en el silencio cargado de Luis a mi lado, en la gravedad sombría de Hassan mientras coordina nuestros movimientos.
Tenemos que intentarlo una vez más. Una vez más contra el Goliat del régimen, contra la maquinaria de mentiras y opresión que ha ahogado a nuestro pueblo durante décadas. Una vez más para arrancar la verdad de sus garras blindadas. El esfuerzo es monumental, casi sobrehumano. El cansancio se ha instalado en mis huesos como una enfermedad crónica, no solo el cansancio físico, sino el agotamiento del alma, el desgaste de tener que reinventarse constantemente, de adaptarse a cada nuevo horror, de seguir luchando cuando una parte de ti solo quiere rendirse y desaparecer. Pero en medio de este torbellino de cambio y destrucción, buscamos desesperadamente algo que permanezca. Algo sólido a lo que aferrarnos. Una constante en la ecuación del caos. Quizás sea la lealtad silenciosa en los ojos de mis compañeros. Quizás sea la determinación férrea que siento nacer en mi propio pecho. O quizás, solo quizás, sea esa promesa frágil y luminosa de un futuro feliz, de esa casa blanca bajo el sol, una promesa por la que vale la pena arriesgarlo todo. Incluso si eso nos mata en el intento. Y la probabilidad de que lo haga es aterradoramente alta.
Kerim camina un poco por delante, un centro de gravedad tenso alrededor del cual orbitamos los demás. Su equipo… bueno, lo que queda de él. Recuerdo cuando lo conocí, rodeado de hombres leales, un líder nato con recursos y planes. Ahora, ese equipo se ha ido desintegrando, víctima de las batallas, las traiciones, el desgaste implacable de esta guerra clandestina. Ya son pocos los soldados que le siguen ciegamente. Los que quedamos somos el núcleo duro, los irreductibles, los que hemos cruzado demasiados puntos de no retorno como para dar marcha atrás ahora. Hassan, con su red de contactos y su conocimiento interno del sistema. Luis, con su mirada herida pero su voluntad intacta, un símbolo viviente de la crueldad del régimen y de nuestra capacidad para resistir. Y yo. La periodista convertida en combatiente, la mujer rota que busca redención o, al menos, un final con sentido. Otros, como Derim, han tomado una decisión diferente. Eligieron la supervivencia, la protección de sus familias por encima de la lucha abierta. No puedo culparlos. Su elección es un recordatorio constante de lo que arriesgamos, de lo que podríamos perder. Pero nosotros… nosotros ya no podemos elegir ese camino. Estamos demasiado adentro.
El plan es una locura. Una jugada desesperada con las pocas cartas que nos quedan. Esta noche se celebra la gran Gala Patria en El Infinito, ese monolito de arrogancia y poder que el presidente utiliza como símbolo de su régimen. Es el corazón de la bestia, y nosotros vamos a intentar colarnos en sus entrañas. La única entrada posible, la única grieta en su seguridad impenetrable, es Hassan. A pesar de haber sido apartado de los círculos de poder más íntimos tras la caída en desgracia y la supuesta traición de Kerim, aún conserva un puesto de bajo nivel en el gobierno, una fachada que le permite mantener ciertos accesos, ciertas credenciales. Es nuestro caballo de Troya. Pero es un caballo cojo, vigilado, cuya presencia misma podría levantar sospechas.
Y lo sabemos. Sabemos que nos esperan. Kerim mismo se encargó de eso. Su desafío abierto al régimen, su escape, la forma en que le dejaron salir con vida… no fue un acto de clemencia. Fue una trampa. Una forma de marcarlo, de usarlo. Saben que no se quedará de brazos cruzados, saben que intentará algo. Y probablemente estén preparados para un contraataque. Esperan que él sea la punta de lanza.
Por eso, él será el señuelo.
La idea me revuelve el estómago, me deja un sabor metálico de miedo en la boca. Mientras Hassan nos facilitará la entrada a Luis y a mí, Kerim ejecutará una acción de distracción en el perímetro exterior del edificio. Algo lo suficientemente ruidoso, lo suficientemente visible, como para atraer la atención de la seguridad principal, para desviar recursos, para crear la ventana de oportunidad que necesitamos para deslizarnos dentro sin ser detectados. Él se expondrá. Él confrontará cara a cara a los perros de presa del presidente. Él será el pararrayos que atraiga la tormenta para que nosotros podamos pasar.
La preocupación me ahoga. Es un nudo frío y apretado en mi pecho que me dificulta respirar. Me aterra la sola idea de que esta noche, este plan descabellado, pueda ser la última vez que le vea. La última vez que sienta la intensidad de su mirada, la última vez que escuche su voz baja y profunda, la última vez que pueda aferrarme a la conexión silenciosa que hemos forjado en medio de este infierno. El miedo es tan intenso que se transforma en enfado. Una furia impotente contra él por aceptar este papel, contra Hassan por proponerlo, contra mí misma por no poder detenerlo, contra el universo entero por ponernos en esta situación imposible. Me siento frustrada, dolida, una tristeza profunda se asienta en mi alma, oscura y pesada.