El Secreto de la Vida

Capítulo 48

Narrado por Valeria

El centro de la cámara está vacío. Solo hay un pedestal de mármol negro, pulido y vacío, bajo un foco de luz tenue. No hay libro. No hay vitrina. Nada.

Un escalofrío de terror puro me recorre la espalda. ¿Cómo es posible? ¿Nos equivocamos de lugar? ¿O… o ya no está aquí? ¿Lo movieron? ¿Sabían que vendríamos?

—No está… —susurro, mi voz temblando.

—Mierda —masculla Luis, barriendo la estancia con la mirada—. Teníamos razón en temerlo. Sabían que vendríamos. Es una trampa.

Y entonces, lo oímos. El sonido inconfundible de mecanismos de cierre activándose. Un clic metálico y definitivo que proviene de la puerta por la que acabamos de entrar. Y casi simultáneamente, las luces principales de la cámara se encienden con un destello cegador, revelando lo que la penumbra ocultaba.

No estamos solos.

En las sombras de las esquinas, apostados detrás de estanterías metálicas vacías, hay figuras. Hombres vestidos de negro, armados con rifles de asalto equipados con silenciadores, sus rostros ocultos tras máscaras tácticas. Y no son guardias de seguridad normales. Su postura, su equipo, la forma en que nos apuntan… son fuerzas especiales. Nos estaban esperando.

—¡Mierda, Luis, nos tienen! —grito, mi voz ahogada por el pánico.

Nos agachamos instintivamente buscando cobertura inexistente en el centro de la sala vacía. Los láseres rojos de sus miras bailan sobre nosotros. Estamos atrapados. Completamente expuestos. El libro no está, y hemos caído directamente en su emboscada. El plan ha fallado. Kerim se está jugando la vida ahí fuera para nada.

—¡Tranquila! —la voz de Luis es tensa pero firme a mi lado—. ¡El plan B! ¡Ahora!

¿Plan B? ¿Qué plan B? En medio del caos de los últimos días, habíamos esbozado una contingencia desesperada, algo tan improbable que apenas le habíamos prestado atención. Una ruta de escape alternativa que Hassan había descubierto en los planos antiguos, una que implicaba…

—¡El conducto de ventilación! —grita Luis, señalando una rejilla metálica en lo alto de una de las paredes—. ¡Hay que llegar allí! ¡Yo los distraigo!

Antes de que pueda protestar, antes de que pueda pensar, Luis se levanta y dispara un pequeño artefacto que llevaba oculto. Explota con un destello cegador y un ruido ensordecedor, llenando la cámara de humo denso y acre. Es una granada de humo y aturdimiento, no letal, pero diseñada para desorientar. Oigo gritos ahogados y disparos amortiguados a través del humo.

Y fuera, estallan nuestros refuerzos para entrar y auxiliarnos en esta guerra dentro del edificio, dentro de la guarida.

La guerra dentro de la guerra.

No puedo evitar recordar las palabras del maestro Neville a Kerim cuando lo conocimos: “Amigo mío, la guerra vive dentro de ti”. Entonces comprendo su otra vertiente: la paz y el amor también pueden vivir dentro de uno.

—¡Ahora, Valeria, corre! ¡Trepa! —me grita Luis desde algún lugar en la nube de humo.

El instinto de supervivencia se activa. Me lanzo hacia la pared que indicó, mis tacones resbalando sobre el suelo pulido. Veo la rejilla, está alta, demasiado alta. Pero debajo hay una de las estanterías metálicas vacías. Si logro subir…

Oigo más disparos, esta vez más cercanos. Rezo por Luis. Trepo a la estantería con una agilidad que no sabía que poseía, mis manos arañando el metal frío, el vestido estorbándome. Llego a la parte superior justo cuando el humo empieza a disiparse. Veo a los soldados recuperándose, buscando objetivos. Veo a Luis agachado detrás del pedestal vacío, disparando una pistola pequeña que no sabía que llevaba.

Alcanzo la rejilla. Está asegurada con tornillos. Maldigo en silencio. Busco en mi bolsillo tal como nos entrenamos para este momento la multiherramienta compacta para sacar esta rejilla tan rápido como un inhalar y exhalar. ¡Gracias, Hassan! Trabajo frenéticamente en los tornillos, mis dedos se mueven un poco torpes por la adrenalina. Oigo un grito ahogado de Luis. No me atrevo a mirar. Los tornillos ceden. Quito la rejilla. El agujero oscuro del conducto de ventilación se abre ante mí como una promesa de escape o una tumba prematura.

—¡Luis! ¡Lo tengo! ¡Vámonos! —grito, con mi voz ronca por el humo y el miedo.

No hay respuesta. Solo el sonido de más disparos y el avance de los soldados.

Tengo que tomar una decisión imposible. Entrar sola y dejarlo atrás, o quedarme y...

Miro hacia la oscuridad del conducto. Miro hacia el caos de la cámara.

Y salto al vacío.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.