Narrado por VALERIA
En un impulso visceral, busco a tientas la rejilla bajo mis manos. Recuerdo los tornillos que la sujetaban en la cámara acorazada. ¿Y si esta también los tiene? Mis dedos encuentran las cabezas de los tornillos, casi lisas por el polvo acumulado. Saco la pequeña multiherramienta que aún conservo, mis manos temblando ahora no solo de miedo, sino de rabia. Trabajo en los tornillos con una furia silenciosa, cada giro un acto de desafío.
Abajo, la discusión se ha vuelto más tensa. Oigo el sonido de un forcejeo, un grito ahogado de Hassan, el ruido de algo pesado cayendo al suelo. La violencia ha estallado. Kerim debe haber atacado.
Uno de los tornillos cede. Luego otro. La rejilla empieza a soltarse. El ruido abajo se intensifica. Oigo gruñidos, golpes sordos, el sonido inconfundible de la lucha cuerpo a cuerpo.
El plan sigue como estaba planeado…
El último tornillo salta. La rejilla está suelta. Con un esfuerzo supremo, la empujo hacia abajo. Cae con un estrépito metálico sobre la alfombra de la oficina, un sonido que corta el caos de la pelea por un instante.
Silencio.
Todas las miradas se vuelven hacia el agujero oscuro en el techo.
Y entonces, me dejo caer.
Aterrizo sobre la alfombra con un golpe sordo que me recorre todo el cuerpo, mis rodillas absorben con fuerza el impacto. Me quedo agachada por un segundo, recuperando el aliento, mi visión va adaptándose a la luz brillante de la oficina. La escena es caótica. Hassan está en el suelo, cerca de la puerta, sujetándose un brazo con su rostro contraído por el dolor y en lucha con un segurata que acaba de irrumpir. El presidente está detrás de su escritorio, con la ropa ligeramente desordenada, una pistola pequeña pero letal en la mano, apuntando hacia… Kerim.
Kerim está a unos metros de él, en posición de combate, con un cuchillo táctico en la mano. Su rostro está tenso, sus ojos fijos en el presidente con una intensidad asesina. Hay un corte sangrante en su mejilla. Claramente, el presidente no es tan fácil de neutralizar como pensábamos.
Y nos esperaban.
El lugar se ha llenado ahora de seguratas que los tienen rodeados.
No obstante, mi aparición repentina los ha congelado a todos por un instante. El presidente me mira con genuina sorpresa, sus ojos abriéndose de par en par. No me esperaba. Su gente tampoco. Creía que estaba capturada. Kerim se vuelve hacia mí, y en su rostro veo una mezcla de shock, alivio y algo más… ¿culpa?
Pero no hay tiempo para el shock. La rabia me consume. Ignoro a Hassan en el suelo, ignoro el peligro de la pistola del presidente. Toda mi furia se concentra en un solo punto. En Kerim.
Me levanto lentamente, con mi cuerpo temblando de ira contenida. Doy un paso hacia él, luego otro. Mis ojos están clavados en los suyos, y dejo que vea todo el dolor, toda la traición, toda la furia que siento.
—¿Un plan? —mi voz es un siseo bajo y peligroso, apenas reconocible como la mía—. ¿Todo fue un horrible plan? ¿Usarme? ¿Mentirme?
Kerim da un paso atrás, su postura de combate vacila. Baja ligeramente el cuchillo.
—Valeria, yo… puedo explicarlo. No es tan simple…
—¡No! ¡No quiero tus explicaciones! —grito, mi voz rompiéndose por la emoción—. ¡Ya escuché suficiente! ¡Eres igual que él! —señalo al presidente con un dedo tembloroso—. ¡Manipulador! ¡Mentiroso! ¡Usando a la gente como piezas en tu bendito juego!
El presidente observa la escena con una sonrisa cruel dibujándose en sus labios, disfrutando del espectáculo de vernos destruyéndonos mutuamente.
Pero mi ira no se detiene en Kerim. Se vuelve hacia el hombre detrás del escritorio, el arquitecto de todo este dolor. Con un rugido que sale de lo más profundo de mi ser, me lanzo hacia él. No tengo armas, solo mis manos desnudas y mi furia. Esquivo el intento de Kerim de detenerme y salto sobre el escritorio, derribando papeles y dispositivos. El presidente dispara la pistola, pero el tiro se pierde en el techo mientras yo caigo sobre él, con mis manos buscando su garganta.
Los seguratas pierden a Hassan y Kerim de vista para atacarme, aunque se detienen al notar que podría ser más peligroso de lo que parece.
Esto es entre él y yo.
Forcejeamos violentamente. Es más fuerte de lo que parece, su cuerpo delgado esconde una fuerza correosa. Sus manos me agarran las muñecas, intentando quitarme de encima. Siento su aliento fétido en mi cara. Lo golpeo, lo araño, lucho con la ferocidad de un animal acorralado.
Oigo a Kerim gritar mi nombre, moverse para intervenir, pero Hassan, a pesar de su herida, lo sujeta por la pierna desde el suelo.
La lucha con el presidente es brutal, desesperada. Logro golpearle la mano y la pistola cae al suelo, deslizándose bajo el escritorio. Él ruge de frustración y me golpea en la cara, haciéndome ver estrellas. Caigo hacia atrás, golpeándome contra el borde de la mesa.
Pero no me rindo. Me levanto de nuevo, con la visión borrosa, el sabor metálico de la sangre en mi boca. Y entonces lo veo. Sobre la mesa, entre los papeles desparramados, hay un abrecartas pesado, de metal, con la punta afilada. Lo agarro.
El presidente se está levantando, con su rostro congestionado por la ira, buscando la pistola caída. Me abalanzo sobre él de nuevo, esta vez con el abrecartas en alto.
—¡Valeria, no! —el grito de Kerim es desgarrador.
Pero yo ya no escucho a nadie. Solo veo el rostro del hombre que destruyó mi vida, que usó mi corazón como un arma, que representa todo lo que odio. Y estoy a punto de hundir el metal en su carne…
Cuando una mano me detiene la muñeca en el último segundo. Una mano fuerte, familiar. Kerim.
Ha logrado soltarse de Hassan con la gente de seguridad y me sujeta con una fuerza desesperada, sus ojos suplicándome.
Nuestros ojos se encuentran. Suplicantes los suyos, llenos de furia y dolor los míos con arrepentimiento, temor y pedido de redención. El abrecartas tiembla en mi mano, suspendido en el aire. El presidente nos mira, jadeando, con una mezcla de miedo y triunfo en sus ojos.