El Secreto de la Vida

Capítulo 53

Narrado por VALERIA

Un empujón. Brutal. Despiadado me aparta de Kerim.

El presidente.

Siento el aire abandonar mis pulmones en una exhalación forzada, un quejido ahogado que se pierde en el estruendo de la violencia. Mi cuerpo impacta contra el suelo con una dureza que me roba el aliento restante. Caigo de espaldas y el golpe resuena en mi cráneo, con las estrellas explotando detrás de mis párpados. El mundo se reduce a una sinfonía de dolor agudo y la alfombra áspera arañando mi piel. Mi respiración es un jadeo animal, un fuelle roto intentando desesperadamente recuperar el oxígeno que me ha sido arrancado. Un instinto primario me impulsa a incorporarme, a luchar, a sobrevivir. Mis músculos se tensan, mis manos buscan un apoyo inexistente, pero es demasiado tarde. Él ya está sobre mí.

Una sombra oscura, un peso aplastante. Su rodilla, dura como el acero, se clava en mis costillas, aprisionándome, robándome cualquier posibilidad de movimiento efectivo. Un dolor punzante, eléctrico, recorre mi costado. Intento zafarme, retorcerme, encontrar una vía de escape en esta trampa de carne y hueso, pero su agarre es férreo, su determinación inquebrantable. Y entonces, en medio de la lucha desesperada, del pánico que amenaza con ahogarme, la realidad se fragmenta. El presente se astilla en miles de pedazos afilados, y mi mente, en un acto de autodefensa o quizás de pura agonía, se refugia en el pasado.

Rodrigo.

Su nombre florece en mi conciencia como una amapola en un campo de batalla. Rodrigo. Y con él, una avalancha de recuerdos, tan vívidos, tan dolorosamente reales, que por un instante olvido el peso sobre mi pecho, el dolor en mis costillas.

Veo su rostro, sus ojos amables, la curva de su sonrisa. Escucho su voz, calmada, tranquilizadora, al otro lado del mundo, a través de la línea telefónica crepitante, un faro de cordura en la locura que ya empezaba a envolverme. Siento el calor de su abrazo, un día lluvioso, el olor a tierra mojada y a él, un refugio seguro bajo el paraguas compartido mientras las gotas repiqueteaban a nuestro alrededor. Recuerdo sus palabras, sus súplicas, sus advertencias. "No vayas, Valeria. No lo hagas". Su voz, teñida de una preocupación que entonces me pareció exagerada, casi paternalista. "El Sefirá no vale tu vida. Esa historia, esa ambición tuya… no vale tu vida, no vale tu paz".

"No necesitas probarle nada a nadie, mi amor", me dijo, sus manos aferrando las mías con una urgencia que no quise entender. "Ya eres increíble. Ya eres suficiente". Y luego, la confesión que partió algo dentro de mí, la que ignoré con la arrogancia de la juventud y la ceguera de la ambición. "Te amo, Valeria. Te amo más de lo que puedo expresar. Y tengo miedo. Un miedo visceral, irracional quizás, pero no puedo evitarlo."

Aparté sus miedos con condescendencia. Desestimé su amor como un ancla que me impedía navegar hacia mi glorioso destino. Lo dejé allí, con el corazón en la mano y la preocupación grabada en la frente, mientras yo me embarcaba en esta odisea infernal, persiguiendo una verdad que ahora sé que estaba envuelta en capas y capas de mentiras. Lo dejé por esto. Por este suelo frío, por este dolor, por esta traición. La ironía es una amante cruel.

Y después de Rodrigo, después de cerrar esa puerta, vinieron los pasos. Los primeros pasos en este camino de espinas. Las primeras notas en mi libreta, la adrenalina de la investigación, la sensación embriagadora de estar al borde de algo grande. Las cámaras, convirtiéndose en una extensión de mis ojos, capturando fragmentos de una realidad que yo misma estaba ayudando a construir, o a destruir.

Luis. Mi compañero de guerra en esta trinchera periodística. Su risa, su cinismo, su lealtad inquebrantable. ¿Dónde estará ahora? ¿Estará a salvo? Una punzada de angustia se mezcla con el dolor físico.

Y luego, claro… Kerim.

Su llegada fue como una tormenta magnética en un cielo despejado. La mirada intensa, esos ojos oscuros que parecían leer cada pensamiento, cada secreto guardado. La promesa implícita en sus gestos, en la forma en que se movía, en la cadencia de su voz. La vulnerabilidad cuidadosamente ensayada, diseñada para desarmar, para atraer, para seducir. Y yo caí. Caí como una tonta, como una polilla hacia una llama demasiado brillante, demasiado peligrosa. Me atrajo hacia su órbita con una fuerza irresistible, y ahora, con la claridad brutal que solo la traición puede otorgar, sé que nada fue casualidad. Cada palabra, cada sonrisa, cada confidencia… todo fue parte de un plan meticulosamente elaborado. Fui su estrategia. Su herramienta más eficaz. Un peón ingenuo vestido de periodista idealista, elegida para narrar su verdad al mundo, para legitimar su causa, para limpiar su imagen.

Y lo hice. Dios mío, lo hice tan bien. Con una pasión, con una convicción que ahora me quema las entrañas. Creí en él. Creí en su lucha. Y ahora, la verdad se estrella contra mí con la fuerza de un tren de mercancías.

—¡Valeria!

La voz de Kerim es un grito desgarrado, distante, atraviesa el velo de mis recuerdos. Vuelvo al presente de golpe, al dolor, al peligro. La adrenalina, ese combustible primario y animal, inunda mi sistema. El miedo se transforma en furia. Hay…disparos.

Suelto un alarido, un sonido gutural, primigenio, que surge de lo más profundo de mi ser. Y con una fuerza que no sabía que poseía, logro zafarme. Mi rodilla, impulsada por la desesperación y la rabia, impacta con una violencia brutal en el abdomen del presidente. Un quejido ahogado escapa de sus labios. Rodamos por el suelo, una maraña de cuerpos luchando en una danza macabra. Él, con los ojos inyectados en sangre, trata de alcanzar su pistola, esa que momentos antes apuntaba a mi cabeza. Pero antes de que sus dedos puedan aferrar el metal frío, una patada certera, venida de la nada, envía el arma deslizándose por el suelo pulido, lejos de su alcance. ¿Hassan, quizás? No lo sé. No tengo tiempo para procesarlo. Todo es un torbellino confuso, un caos de movimientos desesperados. Mi sangre ruge en mis oídos. Mi cuerpo ya no piensa, solo actúa. Es solo impulso. Solo supervivencia.




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