Narrado por KERIM
El primer atisbo de luz, apenas una promesa pálida y grisácea, se filtra a través de la persiana sellada de mi ventana. Es el amanecer, o lo que se le parece en este limbo de hormigón y acero. Me encuentro sentado en el suelo frío de la habitación, con las piernas cruzadas en la postura de meditación que he mantenido como un ancla a la cordura en estos días de encierro y zozobra. El aire acondicionado sigue con su zumbido monótono, ya convertido en un mantra artificial que intento ignorar mientras busco ese silencio interior, ese espacio donde las acusaciones de Valeria, la culpa por mis propias acciones y el peso de la misión fallida no puedan alcanzarme con tanta virulencia.
Pero hoy, el silencio es diferente. Está cargado, tenso, como la cuerda de un arco a punto de romperse. Siento una vibración sutil en el suelo bajo mis manos, un eco lejano que no encaja con la rutina opresiva de este complejo. No es el paso rítmico de los guardias en sus rondas mecánicas, ni el zumbido de la maquinaria interna del edificio. Es algo más. Algo externo. Algo… violento.
Abro los ojos lentamente. La habitación sigue igual, con sus paredes lisas y su mobiliario impersonal. Pero la sensación persiste. Me levanto, con mis músculos entumecidos por la inmovilidad y la tensión acumulada. Camino hacia la ventana sellada, forzando la vista a través de las rendijas de la persiana. Lo que alcanzo a distinguir en el horizonte, más allá de los muros del complejo, hace que mi corazón dé un vuelco.
Destellos. Rápidos, intermitentes, como relámpagos secos en un cielo despejado. Y luego, segundos después, el sonido. Un estruendo sordo, profundo, que llega hasta mí como el latido de un tambor de guerra distante. No, no son tormentas. El cielo está demasiado claro para eso. Tampoco son fuegos artificiales celebrando alguna victoria del régimen. Estos son destellos cálidos, naranjas y rojos, que pintan el cielo del amanecer con una amenaza inconfundible. Son explosiones. Lejanas, sí, pero lo suficientemente cercanas como para que el eco de su furia haga temblar el aire. Algo está sucediendo allá afuera. Algo grande.
Un escalofrío recorre mi espalda, pero no es de miedo. Es… expectación. ¿Es posible? ¿Después de días de este encierro asfixiante, de esta derrota aparente, podría ser que el mundo exterior finalmente haya despertado? ¿Podría ser que la semilla de la verdad que intentamos sembrar, a pesar de nuestros errores y fracasos, haya encontrado tierra fértil?
Ya no estamos aislados. La burbuja de silencio y control que el régimen había construido alrededor de nosotros, alrededor de la verdad sobre El Secreto de la Vida, ha empezado a resquebrajarse. El mundo, ese gigante dormido que tanto temía el presidente, ha empezado a responder. Y su respuesta suena a fuego y acero.
Todo había comenzado, según los escasos informes que lograban filtrarse hasta nosotros a través de interrogatorios, de susurros de guardias menos vigilantes o fragmentos de noticias en alguna pantalla olvidada, con una serie de publicaciones anónimas en los foros internacionales más recónditos de la red. Nadie sabía exactamente de dónde provenían, pero eran inconfundibles. Pistas de qué va el libro de El Secreto de la Vida, la revelación del espejo y la interpretación al otro lado del espejo. Citas breves pero de una potencia devastadora, traducidas a varios idiomas, acompañadas a veces de esquemas crípticos o videos cortos que mostraban la supuesta traducción “real” de los símbolos antiguos, despojándolos de la interpretación mística y esotérica que el régimen les había dado durante décadas. El estilo de las revelaciones era peculiar: había algo ceremonial en la elección de las palabras, algo que resonaba con una sabiduría antigua y, al mismo tiempo, con una comprensión profundamente humana de nuestras debilidades y anhelos.
Recuerdo una de las primeras citas que logré leer, garabateada en un trozo de papel que un joven guardia me pasó a escondidas, con los ojos llenos de una mezcla de miedo y fascinación: “Quien busca desde el miedo, encuentra únicamente el reflejo de su propio miedo. Quien busca con violencia, es inevitablemente devorado por la espiral de su propia furia. Solo aquel que busca desde la honestidad implacable de la verdad, sin velos ni autoengaños, tiene la posibilidad de encontrarse a sí mismo, de comprender su lugar en el tejido del universo.”
Palabras como esa, cargadas de una sencillez brutal y una profundidad desconcertante, empezaron a propagarse como un virus por la red. Al principio, fueron desestimadas por los medios oficiales como “desinformación enemiga” o “propaganda subversiva”. Pero eran demasiado potentes, demasiado resonantes, como para ser ignoradas por mucho tiempo. La gente empezó a compartirlas, a discutirlas en secreto, a compararlas con las enseñanzas oficiales del régimen. Y las preguntas, esas peligrosas semillas de la duda, comenzaron a germinar.
La red explotó. Literalmente. Foros clandestinos, redes sociales alternativas, plataformas de mensajería encriptada… todo se convirtió en un hervidero de teorías, debates y, finalmente, de indignación. Y de la indignación virtual se pasó a la acción real. En distintas ciudades del mundo, especialmente en aquellas con comunidades de exiliados de nuestra nación, la gente empezó a salir a las calles. Pequeñas manifestaciones al principio, luego más grandes, más audaces. Exigían respuestas. Exigían la verdad.
Pero fue en el norte de nuestro propio país del Sefirá, en la región devastada por la guerra, donde las cicatrices del conflicto eran más recientes y dolorosas, donde la chispa prendió con más fuerza. Allí, las hogueras de la resistencia, que nunca se habían apagado del todo, volvieron a encenderse con una nueva furia. Y entre ellos, entre los combatientes curtidos y los civiles desesperados, apareció una nueva señal. Una marca circular, simple pero poderosa, dividida en tres segmentos curvos. El mismo símbolo que yo recordaba haber visto grabado en el lomo del libro original, aquel que Valeria y Luis intentaron recuperar en El Infinito. El símbolo de la verdad primordial, ahora convertido en el estandarte de una nueva insurrección.