-¡Mamá! ¡Mamá! ¡Le he ganado a Siro luchando a las espadas!- una pequeña niña de seis años corría hacia una hermosa mujer de largos cabellos rubios y ojos dorados y ella miro que detrás de la niña venían el primer y segundo príncipes del imperio, sus hijos.
-¿En serio, Bela?- atrajo a la niña hacia ella y les regalo una sonrisa a todos los que se encontraban en la sala, incluyendo la servidumbre.
Ella era conocida por ser la estrella opaca del imperio, la primera concubina del emperador y por ser una de las personas mas gentiles con todos, nobles y plebeyos.
-¡Adel me ha desconcentrado y por eso he perdido!- contradijo el primer príncipe y se cruzo de brazos mostrando su descontento. No había pasado casi cuatro años entrenando para ser derrotado por una niña tres años menor que él. Adel, el segundo príncipe, palmeo su espalda.
-Acostúmbrate, a mi ya me ha ganado 10 veces por los menos.- Adel suspiro y avanzo hacia su madre y beso su mano como forma de saludo. La mujer acaricio su cabeza y volteo con Siro, el primer príncipe. Arabela, la primera princesa, bajo de los brazos de su madre y corrió a tomar la mano de Siro.
-¡Vamos a comer galletas, Siro!- Siro sorprendido la siguió y por detrás, Asteri, la madre de los príncipes y Adel contemplaban como Arabela soplaba su diente flojo para presumirle a Siro que una estrella pronto le traería joyas.
La bella mujer y Adel compartieron una sonrisa y siguieron a los niños. La mujer llamo a una criada y le pidió que trajera postres y chocolate frió.
Recorrieron los pasillos y sabían que si lo hubieran hecho con los ojos vendados, sabrían como llegar a cualquier lado. Entre risas llegaron al jardín de rosas, al cual solo podían entrar los que tenían permiso directamente del emperador. El jardín era como un laberinto pero ellos ya sabían hacia donde ir. Y rápidamente llegaron a su lugar favorito, el quiosco.
Era un quiosco enorme hecho de mármol. Cada una de las columnas era una escultura de un tamaño exageradamente grande de antiguas estrellas encarnadas y encima de sus cabezas había una cúpula de hierro.
Asteri se acerco a una de ellas con nostalgia y acaricio los pliegues de la ropa. Mientras que los niños corrieron al centro del quiosco donde se encontraba una mesa fina llena de dulces, pasteles y bocadillos, además de unas sillas blancas para ellos.
Asteri los alcanzó y se sentó en una de las sillas quedando a un lado de Arabela y Siro. Tomaron sus manos y agradecieron por su comida a las estrellas.
Y su pequeño festín comenzó, al poco rato la mesa se encontraba vacía con unas cuantas migajas. Y decidieron jugar a "Encuentra la estrella".
Un juego que ellos habían inventado, Asteri se quedaba allí sentada y colocaba con magia una estrella que estaría en cualquier lugar de El laberinto y el que la encontraba ganaba.
-Yo me quedo aquí, mamá.- dijo Siro tocando con la palma de su mano su estómago. - Estoy lleno.- poco a poco una multitud de damas de la corte llegaban al quiosco por la curiosidad de saber de quienes eran esas risas y murmullos.
Asteri solo asintió y Arabela y Adel corrieron a las dos únicas entradas del laberinto al quiosco.
Arabela tomo entre sus manos la falda junto a las enaguas para poder buscar con mas rapidez, pero entre tanto que se ocupaba con ello, no vio a las damas enfrente de ella y tropezó.
Levanto su vista, pero el sol la cegó por unos segundos, sin poder ver con quien se había tropezado.
-Supongo que has heredado la mala educación de tu madre.- al escuchar aquella voz se irguió de inmediato. Su madre le había dicho que si se topaba con ella debía tener la mayor clase posible. Hizo una reverencia tomando la falda con sus pequeñas manos y alzándola un poco e inclinando su cabeza.
-Saludos, Luna del reino, Su majestad, Reina Ester, Arabela a sus servicios, mi lady.-