El Secreto de los Almendros

Capítulo 1: Las Flores y el Misterio

1870

El carruaje de **Lady Eleanor Gainsborough** se detuvo al pie de un largo camino bordeado por almendros en flor. Las ramas, cargadas de flores blancas y rosadas, se alzaban hacia el cielo como si trataran de tocar las nubes. La luz del atardecer pintaba el paisaje con tonos dorados, y el aire tenía un aroma dulce y refrescante que calmaba el cansancio de un viaje de más de dos días desde Londres.

Eleanor observó el camino con una mezcla de curiosidad e inquietud. Amberleigh Manor, el lugar al que había sido enviada por su tío, era conocido por su belleza, pero también por los rumores que lo rodeaban. Se decía que la finca había pertenecido durante generaciones a los Ravenscroft, una familia envuelta en tragedias y secretos. Sin embargo, su tío, el conde de Pemberton, había insistido en que allí encontraría el entorno tranquilo necesario para recuperar su salud.

—Mi Lady, hemos llegado —anunció el cochero, inclinándose ligeramente.

Eleanor descendió del carruaje con la gracia que la caracterizaba, su vestido blanco ondeando suavemente con la brisa. Su cabello castaño dorado, recogido en un peinado sencillo, reflejaba los últimos rayos del sol.

—Es... magnífico —murmuró para sí misma al contemplar la majestuosa mansión que se erguía al final del camino. Con sus altas torres, ventanas arqueadas y paredes cubiertas de enredaderas, Amberleigh parecía salido de un cuento.

La señora Carter, el ama de llaves, la recibió en la entrada principal. Una mujer de cabello gris y modales estrictos, la condujo por los amplios pasillos de la mansión hasta una habitación con vistas al jardín de almendros.

—Esperamos que su estancia sea cómoda, Lady Eleanor. Si necesita algo, solo debe llamar —dijo la señora Carter antes de retirarse.

Eleanor, ahora sola, se acercó a la ventana y contempló el paisaje con detenimiento. Había algo en Amberleigh que la atraía, como si la finca guardara un secreto esperando ser descubierto.

Fue entonces cuando lo vio.

Un hombre, alto y de porte distinguido, caminaba entre los almendros con las manos cruzadas detrás de la espalda. Aunque estaba lejos, Eleanor pudo distinguir su cabello oscuro y el aire melancólico que parecía rodearlo. Antes de que pudiera analizarlo más, el hombre giró la cabeza hacia la ventana donde ella estaba. Sus miradas se encontraron por un breve pero intenso momento.

Y luego él desapareció entre los árboles.

Eleanor sintió un escalofrío, no de miedo, sino de algo inexplicable, como si acabara de presenciar el primer capítulo de una historia que aún no entendía.




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