A la mañana siguiente, el sol se filtraba tímidamente entre las cortinas de la habitación de Eleanor. El aroma fresco de los almendros seguía impregnando el aire, y aunque la tranquilidad de Amberleigh parecía imperturbable, Eleanor no podía quitarse de la cabeza la imagen del hombre que había visto en el jardín la noche anterior.
Decidida a explorar la finca, salió temprano, llevando consigo un chal ligero para protegerse del fresco matutino. Al cruzar los senderos bordeados de flores, notó lo bien cuidado que estaba todo, pero también sintió que había un silencio extraño, como si los muros de Amberleigh ocultaran secretos que nadie se atrevía a mencionar.
Llegó al huerto de almendros, donde había visto al hombre, y su corazón dio un vuelco al verlo de nuevo, esta vez sentado en un banco de madera desgastado. Tenía un libro en las manos, pero al escuchar sus pasos, levantó la mirada.
—Buenos días, mi Lady —dijo, con una inclinación de cabeza y una sonrisa apenas perceptible.
Eleanor vaciló, pero luego respondió con cortesía.
—Buenos días, milord. No esperaba encontrar compañía tan temprano.
El hombre cerró el libro y se puso de pie con elegancia.
—A veces, la mañana es el único momento en que uno puede encontrar paz. Permítame presentarme. Soy **Lord Nicholas Ravenscroft**, dueño de Amberleigh Manor. —Sus ojos verdes la miraron con tal intensidad que Eleanor sintió como si pudiera ver más allá de lo evidente.
—Encantada, Lord Ravenscroft. Soy Lady Eleanor Gainsborough. Mi tío, el conde de Pemberton, me envió aquí por... razones de salud —dijo, intentando mantener un tono ligero.
Nicholas asintió, pero no dejó de mirarla con interés.
—Amberleigh tiene una forma peculiar de sanar a las personas, mi Lady. Aunque, a veces, es el alma la que necesita más curación que el cuerpo.
Eleanor no supo cómo responder a eso. Había algo en la forma en que Nicholas hablaba, en su voz grave y su presencia serena, que la intrigaba profundamente. Pero antes de que pudiera decir algo más, él añadió:
—Si me disculpa, debo atender ciertos asuntos. Espero que disfrute de los jardines. Son el orgullo de Amberleigh.
Y con una ligera reverencia, se alejó, dejando a Eleanor con más preguntas que respuestas.
**Un Descubrimiento Inesperado**
Más tarde ese día, mientras exploraba la biblioteca de la mansión, Eleanor encontró un retrato al óleo colgado en una pared prominente. Mostraba a una pareja elegante: un hombre de cabello oscuro y una mujer de belleza etérea, con un vestido azul pálido que parecía brillar bajo la luz. Sin embargo, lo que llamó la atención de Eleanor fue la expresión de sus rostros. Había una tristeza que parecía casi tangible, como si estuvieran atrapados en un momento de melancolía perpetua.
—Lord y Lady Ravenscroft —dijo una voz detrás de ella, sobresaltándola.
Eleanor se giró para encontrar a la señora Carter.
—¿Son los padres de Lord Nicholas? —preguntó Eleanor, señalando el retrato.
La señora Carter asintió, pero su expresión se endureció.
—Sí, mi Lady. Murieron hace años en circunstancias trágicas. Desde entonces, Lord Nicholas ha llevado el peso de la familia sobre sus hombros.
Eleanor quiso preguntar más, pero el tono de la señora Carter dejó claro que el tema no era algo que se discutiera abiertamente.
**Sombras del Pasado**
Esa noche, mientras contemplaba el cielo estrellado desde su ventana, Eleanor no podía dejar de pensar en la tristeza que había visto en el rostro de Nicholas y en el misterio que parecía rodear a los Ravenscroft. Amberleigh era un lugar hermoso, pero había algo en su atmósfera que sugería que la belleza externa escondía un dolor profundo.
Y mientras el canto de un ruiseñor llenaba el aire nocturno, Eleanor decidió que descubriría la verdad, no solo sobre Amberleigh, sino también sobre el enigmático hombre que parecía cargar con las sombras de su pasado.