La tarde había llegado con un cielo despejado y una brisa que agitaba suavemente las ramas de los almendros en flor. **Lady Eleanor Gainsborough**, envuelta en un delicado vestido de muselina azul claro, con detalles de encaje en las mangas y el cuello, paseaba por los jardines de **Amberleigh Manor**. Un sombrero de paja adornado con pequeñas flores blancas protegía su rostro de los rayos del sol, mientras sus guantes de encaje apenas acariciaban las hojas de los arbustos que bordeaban el camino.
Estaba perdida en sus pensamientos, todavía intrigada por el misterio del **Pabellón del Ruiseñor** que había visto marcado en el mapa el día anterior. La mansión, con su elegancia imponente y el aroma constante de los almendros, parecía contener historias que aún no habían sido contadas.
Fue entonces cuando vio a **Lord Nicholas Ravenscroft** en la distancia. Estaba de pie junto a una fuente circular, luciendo un elegante traje negro con chaleco gris y una camisa blanca impecable. Un pañuelo de seda azul oscuro asomaba de su bolsillo, y sus botas de montar, perfectamente lustradas, reflejaban la luz del sol. A pesar de su aspecto impecable, había una melancolía en su postura, como si llevara el peso de años de recuerdos.
Eleanor dudó por un momento, pero finalmente reunió el coraje para acercarse. Cuando llegó a su lado, Nicholas giró la cabeza, y sus ojos verdes se encontraron con los de ella.
—Lady Eleanor —dijo con un leve asentimiento, su voz como siempre tranquila y profunda—. Es un placer verla disfrutar del jardín. Parece que los almendros la han conquistado.
Eleanor sonrió, ajustándose el lazo de su sombrero.
—Es difícil no sentirse atraída por tanta belleza. Aunque sospecho que hay más en Amberleigh de lo que se ve a simple vista.
Nicholas dejó escapar una leve risa, aunque su sonrisa no alcanzó sus ojos.
—Tiene razón. Amberleigh es más que una simple finca. Es... un lugar donde los recuerdos persisten, a veces demasiado. —Hizo una pausa, como si estuviera considerando si debía continuar—. ¿Le han hablado del Pabellón del Ruiseñor?
Eleanor lo miró sorprendida. No esperaba que él mencionara el lugar que había descubierto en el mapa.
—Solo sé su nombre, pero nada más —respondió, con un tono que invitaba a que él revelara más.
Nicholas se pasó una mano por el cabello oscuro, desordenándolo ligeramente.
—Era un refugio para mis padres. Un lugar donde podían escapar del mundo. Pero después de su... fallecimiento, simplemente dejé de visitarlo. Quizás, algún día, podría mostrárselo. Si le interesa, claro.
—Me encantaría verlo, milord. Creo que los lugares especiales guardan algo de quienes los crearon. Quizás ese pabellón aún tiene algo que decirnos —respondió Eleanor, sin apartar la mirada de él.
**Una Confesión Íntima**
Mientras caminaban juntos por el jardín, bajo las ramas de los almendros cuyas flores caían como pequeñas nevadas, Nicholas se detuvo de repente. Se giró hacia Eleanor, su expresión más seria que nunca.
—Mi Lady, hay algo que creo que debe saber. Amberleigh no es solo un lugar para recordar. Para mí, es un recordatorio constante de mi... fracaso. Cuando era joven, quería escapar de aquí, librarme de las obligaciones familiares. Y cuando lo hice, los dejé vulnerables. Fue en mi ausencia que mis padres... sufrieron. —Su voz se quebró ligeramente, aunque lo disimuló rápidamente.
Eleanor sintió una oleada de compasión. Sin pensarlo, extendió una mano, tocando suavemente el brazo de Nicholas.
—Milord, no puede culparse por todo lo que ha sucedido. A veces, hacemos lo que creemos correcto en el momento, incluso si el destino decide otra cosa. Amberleigh aún está aquí, y yo creo que usted es su mayor guardián.
Nicholas la miró, sorprendido por sus palabras. Durante años, se había aislado, convencido de que su presencia solo traía dolor. Pero en la sinceridad de Eleanor, encontró algo que no esperaba: esperanza.
—Gracias, Lady Eleanor. No sé por qué, pero siento que aquí, hablando con usted, la carga parece un poco menos pesada —dijo, con una sonrisa que, por primera vez, era auténtica.
Eleanor respondió con otra sonrisa, y mientras continuaban su paseo bajo el dosel de flores, se dio cuenta de que Nicholas no solo era un hombre lleno de sombras, sino también de una luz que aún no se había dado cuenta de que poseía