La mañana era serena, y el sol bañaba los jardines de Amberleigh Manor con una luz dorada. Eleanor estaba decidida a encontrar el Pabellón del Ruiseñor. La conversación con Nicholas aún resonaba en su mente, y aunque él parecía reacio a hablar del lugar, había algo en su tono que despertaba en ella una mezcla de curiosidad y anhelo.
Con su vestido de gasa color melocotón, decorado con finos encajes blancos, y un sombrero de paja con cintas de seda marfil, Eleanor se aventuró más allá de los senderos principales del jardín. El canto de los pájaros la acompañaba, pero a medida que se acercaba a una arboleda más densa, el sonido parecía desvanecerse, dejando solo el susurro de las hojas bajo la brisa.
**El Descubrimiento**
Tras caminar un buen trecho, Eleanor vio algo que le hizo detenerse. Entre los árboles, parcialmente cubierto por la vegetación, estaba el pabellón. Era una estructura octagonal, con columnas blancas cubiertas de enredaderas y un techo desgastado que alguna vez debió haber sido rojo. La puerta, ligeramente abierta, dejaba entrever un interior que parecía haber quedado congelado en el tiempo.
Eleanor empujó suavemente la puerta y entró. Dentro, el pabellón estaba adornado con mobiliario antiguo: una mesa de mármol con dos sillas de hierro forjado y un pequeño piano de pared cubierto de polvo. Pero lo que más llamó su atención fue un cuadro al óleo colgado en una de las paredes. Representaba a una mujer joven de cabello oscuro y ojos tristes, tocando un ruiseñor en su mano.
—Era mi madre —dijo una voz detrás de ella.
Eleanor se giró bruscamente para encontrar a Nicholas de pie en la entrada, su chaqueta negra sobre un chaleco gris ajustado, con una camisa blanca abierta en el cuello. Su cabello oscuro estaba algo desordenado, y sus ojos verdes la miraban con una intensidad que la hizo sentir vulnerable.
—Perdóneme, no quise invadir un lugar tan especial —dijo Eleanor rápidamente, aunque no podía apartar la mirada del retrato.
Nicholas dio un paso hacia adentro, su mirada suavizándose.
—No hay nada que perdonar. Parece que el Pabellón del Ruiseñor tiene una forma de atraer a las almas inquietas. Mi madre adoraba este lugar. Decía que el canto del ruiseñor le recordaba que incluso en la oscuridad, la música y la belleza podían prevalecer.
Eleanor miró a Nicholas y vio una profundidad en él que pocas personas se atrevían a mostrar. Había algo frágil pero poderoso en la manera en que hablaba de su madre, como si las palabras fueran tanto un consuelo como un peso.
—Este lugar tiene algo mágico —dijo Eleanor, con una sonrisa leve—. Puedo entender por qué su madre lo amaba tanto.
Nicholas la observó por un momento, luego bajó la mirada hacia el piano.
—Ella solía tocar esa pieza —murmuró, acercándose al instrumento. Con cuidado, retiró el polvo de las teclas y presionó una nota. El sonido, aunque desafinado, llenó el pabellón.
**La Promesa del Pasado**
—¿Qué pasó con ella? —preguntó Eleanor en un susurro, temiendo que su pregunta pudiera ser demasiado intrusiva.
Nicholas se detuvo, sus dedos aún en las teclas del piano. Sus hombros se tensaron ligeramente antes de responder.
—Mi madre murió en un accidente, al igual que mi padre. Fue... devastador. Perdí no solo a mis padres, sino también la fe en muchas cosas. Amberleigh se convirtió en un recordatorio constante de lo que se fue, y por eso intenté huir. Pero creo que en mi huida, dejé atrás lo que ellos más querían que recordara: la importancia de amar y de vivir.
Eleanor sintió un nudo en la garganta. Lentamente, se acercó a él, sin atreverse a tocarlo pero dejando que su cercanía hablara por ella.
—Esos recuerdos no deben ser solo un peso, milord. Tal vez este lugar está aquí para recordarle que todavía hay algo hermoso esperándolo, si se lo permite.
Nicholas la miró, y por un instante, el pabellón pareció más luminoso. Había algo en las palabras de Eleanor que atravesaba las barreras que él había construido durante años.
—Tal vez tenga razón, Eleanor —dijo, por primera vez usando solo su nombre—. Tal vez este lugar no esté tan vacío como pensaba.
Y mientras el canto de un ruiseñor rompía el silencio del mediodía, ambos sintieron que aquel pabellón era más que un lugar. Era el inicio de algo que apenas comenzaban a comprender.