El sol había comenzado a esconderse detrás de las colinas, tiñendo los jardines de Amberleigh Manor con un suave tono ámbar. Eleanor, de regreso en su habitación, no podía dejar de pensar en lo que había descubierto en el Pabellón del Ruiseñor. Las palabras de Nicholas, llenas de melancolía y confesión, habían tocado algo profundo en ella. Había visto la fragilidad detrás de su postura solemne y sentía, de alguna forma inexplicable, que estaba destinada a ayudarlo.
Esa noche, Eleanor se vistió con un vestido de satén blanco, bordado con delicados detalles florales en el cuello y los puños. El cabello, recogido en un moño suelto, estaba adornado con pequeñas flores de azahar, como si reflejara las mismas flores que caían de los almendros. Cuando descendió las amplias escaleras, la luz de los candelabros iluminó su figura, y por un momento sintió que llevaba consigo un aire de esperanza renovada.
**Un Dueto Inesperado**
Mientras exploraba las habitaciones principales, escuchó un sonido que la detuvo. Provenía de la sala de música, un espacio que hasta entonces no había visitado. La melodía del piano, delicada y melancólica, la guió como un imán hacia la puerta entreabierta.
Allí estaba Nicholas, sentado frente al piano de cola. Vestía un elegante traje negro con un chaleco azul oscuro, y sus manos, firmes pero gráciles, se movían sobre las teclas como si el instrumento fuera una extensión de su alma. La música hablaba de pérdida y amor, de cosas que no podían expresarse con palabras.
Eleanor avanzó silenciosamente hasta que él notó su presencia. Nicholas se detuvo, mirándola con sorpresa y una pizca de timidez, como si tocar el piano hubiera revelado una parte de él que prefería mantener oculta.
—No quise interrumpir, milord —dijo Eleanor, con una sonrisa suave—. Pero su música... es hermosa.
Nicholas se levantó lentamente, ajustándose los puños de la camisa.
—Es solo algo que aprendí observando a mi madre. Ella solía tocar para mi padre cada noche. Decía que la música era una forma de hablar cuando las palabras no eran suficientes.
Eleanor se acercó al piano, tocando con cuidado una de las teclas.
—Creo que tenía razón. Su música dice mucho más de lo que cualquiera podría expresar. Milord, ¿me permite? —preguntó, señalando el piano.
Nicholas, algo sorprendido, asintió. Eleanor se sentó y comenzó a tocar una melodía ligera y juguetona, un contraste absoluto con la melancolía que él había tocado. La música llenó la sala con un aire casi festivo, y Nicholas no pudo evitar sonreír.
—No sabía que era tan talentosa, Lady Eleanor —dijo, inclinándose ligeramente hacia ella.
—Solía tocar para mi madre cuando era niña. Fue una de las pocas cosas que siempre me hacía sentir libre —confesó Eleanor, mirándolo con sinceridad.
Nicholas, sintiéndose más cómodo, se sentó junto a ella. Sus manos se unieron a las de Eleanor en el teclado, y juntos tocaron un dueto improvisado. Sus estilos, tan diferentes, se complementaban de manera perfecta, creando una melodía que parecía llenar no solo la sala, sino también algo más profundo dentro de ellos.
**El Peso de las Decisiones**
Cuando la música cesó, el silencio que quedó entre ellos fue cálido, como si no hubiera necesidad de llenar el espacio con palabras. Pero entonces Nicholas se levantó, su expresión cambiando a una más sombría.
—Lady Eleanor, hay algo que debo decirle —comenzó, con voz baja—. Su presencia aquí, su luz, han cambiado algo en Amberleigh... y en mí. Pero temo que nada de esto sea justo para usted. Mi pasado, los errores que cometí, son demasiado oscuros para que los cargue alguien tan puro como usted.
Eleanor se puso de pie, enfrentándolo con valentía.
—No diga eso, Nicholas. He aprendido que no hay pasado que no pueda encontrar redención. Usted no es tan oscuro como cree. Lo veo en sus ojos, lo escucho en su música. Hay bondad en usted, aunque tal vez aún no lo sepa.
Nicholas la miró, y por un instante pareció luchar entre creerle o aferrarse a sus propias dudas.
—A veces, me pregunto si usted no es un sueño, Eleanor. Algo demasiado hermoso para ser real —dijo, con un susurro.
Eleanor, con el corazón latiendo con fuerza, sintió que las barreras entre ellos comenzaban a desmoronarse. Y mientras el reloj de la sala marcaba la medianoche, supo que Amberleigh era más que una casa; era un lugar donde las almas heridas podían encontrar consuelo, si tan solo se permitían hacerlo.