El Secreto de los Almendros

Capítulo 7: La Llamada del Ruiseñor

Al amanecer, la luz de un nuevo día entraba tímidamente a través de las ventanas de **Amberleigh Manor**, despertando a Eleanor con una tranquilidad inusual. Tras los eventos de la noche anterior, sus pensamientos estaban cargados de preguntas que parecían no tener respuestas inmediatas. Sin embargo, había algo claro: el vínculo que sentía con Nicholas se fortalecía con cada momento compartido.

Decidió tomar su desayuno en el jardín, bajo los almendros que comenzaban a perder sus primeras flores. Vestida con un sencillo vestido de lino color crema, adornado con delicadas mangas abullonadas y detalles bordados, Eleanor caminaba con la gracia innata de alguien acostumbrada a la alta sociedad, pero con un corazón que siempre había buscado algo más.

**Una Nota Misteriosa**

Al llegar al lugar habitual donde solía sentarse, encontró un pequeño papel doblado sobre la mesa de hierro forjado. Con curiosidad, lo abrió y reconoció de inmediato la elegante caligrafía de Nicholas. La nota era breve, pero contenía una invitación:

*"Lady Eleanor, encuentre el Pabellón del Ruiseñor al caer la tarde. Hay algo que deseo compartir con usted. —N."*

Eleanor sintió una mezcla de emoción y nerviosismo. Era la primera vez que Nicholas tomaba la iniciativa de acercarse de esta manera, y su corazón latía con fuerza ante la perspectiva de lo que podría significar.

**El Camino al Pabellón**

Cuando el sol comenzó a ponerse y el cielo se tiñó de tonos cálidos, Eleanor caminó hacia el **Pabellón del Ruiseñor**. Llevaba un vestido de muselina verde menta, con encajes en los hombros que dejaban ver su elegancia natural. Su cabello castaño dorado estaba recogido, pero algunos mechones sueltos acariciaban su rostro, iluminados por la luz dorada del crepúsculo.

Cuando llegó, encontró a Nicholas esperándola, de pie junto al piano del pabellón. Vestía un chaleco gris pizarra sobre una camisa blanca, sin chaqueta, lo que le daba un aire menos formal pero igualmente distinguido. Sus ojos verdes parecían más brillantes bajo la luz suave del atardecer.

—Gracias por venir, Lady Eleanor —dijo él, con una sonrisa que contenía una pizca de vulnerabilidad.

—¿Cómo podría rechazar una invitación tan intrigante, milord? —respondió ella, con una calidez que alivió la tensión en los hombros de Nicholas.

Él hizo un gesto hacia una silla frente al piano, y Eleanor se sentó, observándolo mientras caminaba hasta una pequeña mesa junto a la pared. Allí, tomó una caja de madera, bellamente tallada, y la colocó sobre la mesa frente a ella.

—Esto pertenecía a mi madre —comenzó Nicholas, su voz baja pero clara—. Es un diario, donde ella escribió no solo sus pensamientos, sino también las canciones que tocaba en este piano. Siempre decía que la música era un lenguaje universal, capaz de conectar corazones incluso en la distancia.

Con cuidado, abrió la caja y sacó un cuaderno encuadernado en cuero. Lo abrió en una página donde estaban escritas notas musicales junto con algunas palabras. Luego, miró a Eleanor.

—Quiero tocar esto para usted. Es una de sus composiciones, pero también es más que eso. Es su forma de decir que el amor verdadero siempre encuentra un camino, incluso en los tiempos más oscuros.

Eleanor sintió que su corazón se aceleraba. Las palabras de Nicholas eran más que simples confesiones; eran un llamado a algo más profundo, algo que ella sabía que no podía ignorar.

**La Melodía del Ruiseñor**

Nicholas comenzó a tocar, y la música llenó el pabellón con una belleza que parecía casi sobrenatural. La melodía, dulce y melancólica, hablaba de amor, pérdida y esperanza. Eleanor cerró los ojos, dejándose llevar por las notas que parecían tocar las fibras más profundas de su ser.

Cuando la última nota se desvaneció, el silencio que quedó fue cargado de una energía que ninguno de los dos podía ignorar. Nicholas se giró hacia ella, su expresión seria pero llena de emoción.

—Eleanor, cada día que pasa aquí, cada momento que compartimos, siento que Amberleigh no está tan vacío como creía. Usted... usted ha traído luz a este lugar, y a mí. —Su voz tembló ligeramente, pero continuó—. No sé si merezco lo que siento, pero sé que es real.

Eleanor lo miró, sus propios ojos llenos de lágrimas. Nunca había escuchado palabras tan sinceras, y sabía que lo que sentía por Nicholas no era algo pasajero.

—Nicholas... Lo que usted merece es la oportunidad de creer en el amor, y en la felicidad, otra vez. Y si puedo ser parte de ello, entonces creo que ambos hemos encontrado lo que buscábamos.

Mientras hablaban, un ruiseñor comenzó a cantar desde un árbol cercano, como si estuviera bendiciendo su momento. Y bajo las ramas del pabellón, entre las notas del pasado y la promesa del futuro, Nicholas y Eleanor sintieron que sus almas finalmente habían encontrado un hogar.




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