Capítulo I
Vida próspera
Extrovertidas risas fueron las que iniciaron la mañana del primer domingo de Diciembre ese año, una gélida batalla por el poder de la zona de columpios del parque estaba en proceso, la victoria estaba reñida: Por un lado estaba Jamie y sus amigos, por el otro sus archis enemigos. Jack solo giraba sobre ellos observando por cual bando inclinaría la balanza.
Los años posteriores a la derrota de Pitch Black fueron una explosión de emociones para el joven guardian, muchas cosas habían cambiado a su alrededor a comparación de los últimos trecientos años de su existencia. En primer lugar tuvo que acostumbrarse a sus deberes como guardian del invierno y la diversión; Jack se la pasaba llevando el invierno junto a la diversión a cada rincón del planeta, conociendo pueblos y constumbres nuevas, maravillandose con el mundo y su gente, limitado a observar. Sus nuevas responsabilidades como guardian le impedían realizar sus travesuras habituales, lo encasillaron a la posición de observador, pocas veces relacionandose o dejándose ver por las personas a su alrededor. Cuando nadie reconocía su existencia era más fácil realizar sus trampillas, su lado bueno era que la soledad y la invisibilidad ya no eran un problema en su existencia, esos miedos habían menguado.
Jack también se estaba enfrentando ante las inclemencias del tiempo, la vejez, el adiós. Detestaba la idea de que Jamie, Sophie y sus amigos estuviesen creciendo a tanta velocidad, convirtiendo sus meses de diversión y juegos en algunos días al año, de todas formas el guardian dedicaba sus tardes libres para visitarlo, para recordar una vez más que fue lo que lo llevó a ser guardian. Una vez completadas sus tareas, Jack se dedicaba a jugar con sus amigos, los primeros niños que creyeron en él; y cuando la noche caía o la oscuridad se cernía sobre él, cuando la soledad y el miedo volvían a hacerse presentes Jack siempre podía confiar en sus amigos guardianes, que a pesar del tiempo supieron acoplarse como una familia, una bastante peculiar.
Jack observó como Caleb fue derribado por una bola de nieve enorme lanzada por dos muchachos del otro bando, Jamie en busca de ayudar a su amigo se vio atacado, pronto su grupo se vería en problemas y Jack tendría que tomar una decisión. Con su cayado levantó cuatro bolas de nieve para lanzarlas en ayuda de sus amigos, quienes festejaron la entrada del guardian.
Con la oscuridad derrotada, los días buenos jamás tendrían que terminar para los niños.
La vida era dulce.
Las risas de los niños se transformaron en carcajadas, la nieve en armas, los pórticos en trincheras y los minutos en horas, para cuando estaban por acabar el juego ya estaba entrando la noche. Los niños, ya en sus últimos meses de infancia, se detuvieron por un instante en que sus ojos se perdieron en el basto cielo, Jack por instinto siguió la dirección de la mirada de sus amigos para encontrarse con el brillo inconfundible de las auroras boreales de Norte, el verde y el violeta danzaban entre si creando luces e imágenes que muchos de los presentes quizás no vuelvan a ver, Jack por su parte emprendió vuelo hacia el polo norte sin oportunidad de despedirse, un antiguo cosquilleo acarició sus entrañas, necesitaba saber que nueva amenaza estaba rondando la felicidad de los niños.
En los mares más profundos del ártico se encontraba el enorme taller de Norte, de donde nacía la felicidad y deseos de los niños en forma de juguetes. Por esas fechas, como habituaba cada año, era un verdadero caos la fábrica, los yetis trabajaban junto a los elfos en los detalles de miles de juguetes que serían entregados a todos los niños del mundo en menos de un mes. Jack se paseo entre las líneas distribuidoras observando cómo intentaban encajar piensas diminutas los yetis con sus dedos robustos, pudo ver cómo uno perdía la paciencia, rió al verlo maldecir en un idioma indescifrable y lanzar una muñeca hasta el otro lado de la sala, con todas las otras que habían sufrido algún desperfecto. Los pequeños elfos corrían de un lado a otro provocando suaves tintineos de los cascabeles que llevaban consigo, el joven guardian solo se abría paso entre ellos para llegar al salón al final del taller.
Entró al salón de los guardianes, una estancia amplia que contenía al mundo en su centro. Un gran hombre robusto le daba la espalda a Jack para admirar el globo terráqueo enorme, las luces en este parpadeban con intensidad.
- ¡Jack, muchacho! - le saludó con su gruesa y áspera voz una vez reparó en la presencia del albino
- Me da gusto verte, Norte
Norte vestía informal, con una camiseta y unos pantalones de vestir, su cabello largo estaba agarrado de un chongo que a duras penas lo contenía un lápiz en su coronilla, sus manos estaban manchadas de pinturas y en su cintura reposaba un cinturón de carpintería con un sin fin de pequeñas herramientas. Se acomodó sus gafas una vez que abrazó a jack.
- Quisiera decir lo mismo, pero la verdad es que debido a las circunstancias me causa más temor que alegría - respondió el grandullon mientras frotaba su barba larga y frondosa, tan blanca como sus cabellos
- ¡Jack, Norte! - una voz cantarina cruzó la estancia con un timbre genuinamente alegre - No los veía juntos desde Pitch - dijo una vez estando con ellos
- Thoothiana - saludo el viejo Norte mientras el hada volaba a su alrededor - ¿Tus haditas? - preguntó luego
- Oh, hay mucho trabajo por hacer, a duras penas me pude escapar - canturreo un tanto afligida mientras deslizaba sus manos por su cuello buscando alizar sus plumas
- Ustedes dos necesitan vacacionar - intervino el menor de los guardianes con su tono relajado caracterizador - ser guardianes no tiene porqué ser un sacrificio - repuso luego
- Todo lo contrario, querido Jacky, es un sacrificio que se recibe con solemnidad - difiere Norte