Capítulo VII
Caminos cruzados
La reina Anna era un rayo de luz; ingenua, dulce y llena de amor, por supuesto tenía muchísimas más cualidades, pero esas tres eran su esencia más profunda, un corazón puro, su centro, como diría Norte. Nadie podía resistirse a sus encantos, y aunque pudieran ciertamente era que aún así nadie se hubiese negado, la solidaridad de la reina era bien conocida y profundamente agradecida por sus súbditos. Junto a su esposo, Kristoff, habían realizado varias reformas y alianzas que beneficiaron al reino llevándolos a su prosperidad, meses de felicidad se cernía sobre el reino gracias a sus gobernantes. Pero lejos de la imagen que la dulce y celebre reina demostraba, la verdad es que Anna era una persona cualquiera, con costumbres mundanas como todos los demás; amaba el chocolate, se enamoraba con facilidad, roncaba, era descuidada y jamás de los jamáses madrugaba.
Ese día la reina se había levantado junto con el sol, sin alertar a nadie se alistó con un vestido de muchas capas y una gorra tejida, para luego salir de su habitación. En el castillo la mayoría de la servidumbre aún seguían en sus cuartos, los corredores estaban vacíos e iluminados tenuemente por la luz natural que filtraba atravez de las cortinas. Anna pasó por la habitación de su hermana entrando en ella, el aroma de Elsa la embriagó y una leve corriente helada la envolvió. Un objeto sobre la cama de Elsa llamó su atención y se acercó a este.
Estiró un Chal purpura artesanal con pequeños detalles bordados, y se lo montó sobre los hombros, después de eso salió hasta la entrada del castillo, atravez del portón, más allá del horizonte estaba el bosque de Arendelle y más allá de eso su querida hermana Elsa.
Elsa había salido la mañana del día anterior junto al guardian del invierno, se supone que Elsa vería el trabajo de Jack en primer lugar antes que nada, se lo había comentado con anterioridad a la reina. Horas después de la partida de ambos, una pequeña tormenta pasó por los dominios de Arendelle, la poca nieve que cayó dejó cubierta las calles con una pequeña capa de nieve dando inicio al invierno, no debían tardar en volver.
Pero las horas pasaban y no habían señales de Jack y Elsa. En un principio el otro guardian, el conejo de pascuas, había tratado de calmar a la reina sugiriendo que quizás Jack había procedido con el plan formulado, pero a medidas que las horas seguían transcurriendo y a faltas de noticias, Aster parecía ceder al caos que la cobriza tenía en su cabecilla. Y no era para menos, la presencia de ambos guardianes en ese reino era exclusivamente por el aviso de peligro por parte del hombre de la luna, cualquier evento fuera de lugar podía guiar a encontrar la fuente del problema y Aster sabía que Frost era un "experto" en encontrar esos problemas.
Un poco antes de que la noche cubriera Arendelle, unos de los guardias de las torres del castillo dió aviso de una pequeña pero asoladora ventisca que azotaba las montañas del norte, cerca de los dominios del antiguo castillo de hielo de su hermana, donde presuntamente estaban ambos seres con poderes criogenicos.
Algo le pasaba a su hermana.
Entonces, con tal información, otras de las tantas cualidades de la reina salió a relucir; la determinación.
- Iré por ella - sentenció en medio de la cena poco después -¡Cariño, ¿estás bien?! - Kristoff, de la impresión, se atoró con el estofado que escupió como proyectil. Tosía mientras trataba de recuperar el aire - déjame ayudarte - Anna le tendía una servilleta
- Vaya Kristoff, creo que hay mejores formas de expresar que no te gustó la cena - Olaf había llegado junto a sus amigos con un vaso con agua
- ¿Co... Cómo dices? - preguntó mientras aún tosía - ¡Estás loca!
- Vamos amor, no será nuestra primera vez - Conejo, que había estado ahí junto con ellos en la cena observaba incomodo
- ¿Qué clase de giro tomó está conversación? Deberían cubrirse - se quejó
- No tengo idea a qué te refieres amiguito canguro, ¡Pero me parece una estupenda idea! - el pequeño muñeco de nieve salió del salón de un salto después de ello
- ¿Acaso me llamó canguro?
- ¿Vendras con nosotros?
Anna, que seguía enfrascada en su discusión con Kristoff, había pillado desprevenido con su pregunta a Aster, que seguía descolocado por el mote que el hombrecillo de nieve le había puesto.
- Nadie ha dicho que iremos - contradecía el rey
- Claro que iremos amor - le corrigió con calma Anna, demostrando a Aster el encanto del que tanto hablaban, para luego dirigirse a este nuevamente - entonces ¿Vendras con nosotros?...
Aster se había quedado mudo. No, no quería ir, era una completa perdida de su tiempo, pero ¿Cómo luciria si se negaba? Para suerte, o desventura, del Conejo, Olaf había vuelto irrumpiendo con llamativas prendas de colores entre sus delgadas ramas/brazos.
- Hace mucho tiempo que estoy intentado cosas nuevas y ahora es una excelente oportunidad para usar una de ellas - Olaf saltaba de un lado a otro entregando gorras tejidas, sus terminaciones eran desprolijas pero su procedencia las hacía invaluables - para Anna pensé en un siervo, posees su gracia - Anna sonreía complacida con su obsequio -, para Kristoff uno de reno, creo que las explicaciones sobran aquí... Ah si, no hay una para ti, pero puedes usar la de Elsa, seguro no le importará, además tú diste la idea de cubrirse
Olaf extendió hacía Aster la gorra que iba a ser de la rubia en un futuro, estaba mal hecha, con los puntos sueltos y más grande de lo que debería ser, sobre ella salían dos pedazos largos tejidos simulando dos orejas de un conejo blanco de las nieves. Su ojo izquierdo se contrajo en un tic que únicamente reservaba para el Frost.