Capítulo XXVI
Talladora de madera
- ¿Algo nuevo por aquí? - preguntó Runa asomándose por el portal de la habitación de los trillizos
- No, nada - respondió Mérida negando con la cabeza, se sentía agotada a pesar de haber pasado tan solo unas horas de haber llegado - ¿Cómo están la gente en el pueblo?
- Asustados - respondió entrando a la habitación - no es para menos
Mérida tan solo suspiró con fuerza, deseando en su interior que no se corriera la voz entre los clanes.
- Si, aquí está algo similar - respondió en medio de otro suspiro
Los colores del atardecer ya estaban cubriendo las tierras de Dunbroch, Mérida se había pasado gran parte del día junto a sus hermanos, evitando a propósito la alcoba real y a su padre, Fergus, el solo recuerdo le rompía el alma, una que ya estaba bastante deshecha, mientras los demás trataban de buscar una solución al enorme problema que era esta 'maldicion', a falta de mejor termino.
- ¿Y Sideburns? - inquirió Mérida por cortesía, nunca le había interesado aquel hombre, pero su amiga lo amaba
- Aún no vuelve de las islas del sur, tampoco estaba Patchy - respondió acercándose a Hubert y tomando su mano entre las suyas
- Ya veo - murmuró volviendo a centrar la vista en sus hermanos
- ¿Qué haremos? - inquirió afligida, esperando una respuesta de su amiga aún sin despegar ojos del colorín adolescente frente a ella
- ¿Qué haremos? - repitió soltando una risa agria, que más que risa parecía un bufido - esto es responsabilidad mía, tan solo mía - respondió
- Mer, todos te están apoyando - dijo la rubia - Su majestad Rapunzel y su magestad Anna están completamente a tu disposición - le recordó
- Aún así, sigue siendo tan solo mi responsabilidad - repitió mirándola a los ojos, deseando que su amiga entendiera sus palabras, ya que explicarlo le aterraba - es mi gente, mi reino
Runa observó a Mérida, la colorina siempre había sido jovial, de sonrisa traviesa y ojos brillantes, ahora estaba tan apagada que incluso sus cabellos parecían de otros tonos, como si todas las responsabilidades que había evitado volvieran para explotar al mismo tiempo, tan diminuta y menuda que parecía que en cualquier momento desaparecería por una suave brisa, definitivamente no era la princesa que recordaba. Runa paseó los ojos por la habitación, los trillizos permanecían sumidos en su profundo sueño en cada una de sus camas, junto a la respectiva mesita de noche, en la cual descansaban cuencos con aguas y paños húmedos, menos en la más cercana a la puerta, donde descansaba una bandeja con un plato de comida, Runa no tuvo que detallarlo mucho para entender que la colorina no habia probado bocado.
- Debes comer, Mer, no puedes darte el lujo de no hacerlo - le recordó, Mérida solo suspiró nuevamente
- ¿Sabes que Elsa volvió? - respondió ignorando lo que la otra dijo
- ¿La pequeña Elsa? - preguntó confundida por las palabras de su amiga, pero esta negó con su cabeza - ¿Elsa, Elsa? - quizo verificar muy aturdida por la noticia
- Se descongeló - dijo Mérida con simpleza
- ¿Cómo? - preguntó mientras buscaba ella misma una respuesta, pero la rubia conocía muy poco sobre los poderes de la platinada como para que algo tuviera sentido
- Ni ella lo sabe. - murmuró antes de tomar una larga pausa
- ¿Dónde está? - inquirió ahora extrañada por la ausencia de esta, mirando a su alrededor como si el solo hecho la materializara
- Fue por los guardianes, cree que Sandman puede ayudar - respondió antes de inhalar con fuerza y soltar con más aún - Necesitamos todas las luces brillantes que podamos - murmuró
- ¿Luces brillantes? - inquirió la rubia
- Ya sabes, luces mágicas, como las arenas de Sandman o los espíritus del bosque... - respondió Mérida en voz baja, casi como un susurró
- ¿Los espíritus del bosque?
- Si, hay quienes piensan que te llevan hacia tu destino - despejó
Por un instante, ambas amigas, se observaron intensamente, sus miradas compartían palabras silenciosas, una idea había comenzado a nacer.
Elsa se paseaba por un vacío Ahtohallan, nerviosa, ansiosa, avergonzada, acelerada y otras sensaciones más que la inundaban y rebalsaban, la empapaban, la aprisionaba, se burlaban de ella y luego volvían a intensificarse como si fueran un huracán o un tsunami, imposibilitandola de poder quitárse tan desagradable sensación de encima, o quizás no tan desagradable, sino más bien desconocida.
¿Qué es lo que había pasado?
Las palabras retumbaban en sus oídos como si Jack estuviese ahí junto con ella, repitiéndolas con el mismo júbilo, vivaz, eran las mismas tres palabras las cuales le había dicho antes, impregnadas de su característico tono travieso, desestabilizando el mundo de Elsa.
Me gustas, Elsa
Me gustas
Elsa
A ella nunca le había gustado su nombre, pero ahora lo podría considerar, Jack le había hecho considerar muchas cosas con el tiempo, en pocos meses Elsa había cambiado muchas de sus actitudes que nunca había pensado cambiar en si misma, era más sincera, era más abierta, confiaba un poco más en los demás, incluso se habia permitido tiempo junto al guardian, anhelante de su compañia y la seguridad que le causaba, el calor que crecía en ella con la compañía del otro, los cosquilleos asomándose en la boca de su estómago cada vez que volaban, el momento en el que se escondía entre el cuello y el hombro del guardian, el lugar que había considerado seguro tiempo atrás, y aunque entre ellos habían pasado años, para Elsa solo había sido un instante, y eso no bastaba para dejar de querer a alguien.
Porque lo quería.