Capítulo XXXIII
Luces rojas, luces amarillas
- ¿Cuánto llevan ahí dentro? - pregunto Anna por enésima vez ya sin paciencia y sin dejar de moverse de un lado a otro
- ¿Dos horas? - respondió Eugene ya agotado mentalmente a pesar de ser temprano en la mañana
- Apenas llevan un poco más de una - comentó Hamish igual de "entusiasmado" que los demás
- ¡Ahg! - exclamó Anna exasperada - No creo que pueda aguantar un minuto más - se quejó - ¿De qué estarán hablando?
- ¿Sobre la guerra? - murmuró Hubert - escuché a mamá hablar sobre eso
- ¿Guerra? - inquirió Anna deteniendo su andar y prestándole atención al menor - ¿Dijiste guerra?
- ¿Mami, hay guerra? - preguntó la pequeña Elsa
- No, no solecito, seguramente están hablando sobre algo más - quiso tranquilizarla
- ¡Es un juego! - exclamó Eugene echándole un vistazo a los adolescentes - él solo está hablando de un juego - especificó
- ¿Un juego? - inquirió la pequeña
- Si, si, un juego - afirmó Harris entendiendo las mudas palabras del rey de Corona - ya sabes, con arcos y flechas, así como mi hermana te enseño - agregó - ¿Quieres ver cómo es? - le ofreció estirando su mano, Elsa asintió en silencio - ¿Podemos, su majestad? - pidió ahora el más sensato de los trillizos mirando a la reina Anna, está aceptó inmediatamente agradecida
- ¡Si, claro, es una estupenda idea! - dijo sin demora - suena muy divertido - agregó con tono agudo, esbozando una entusiasta sonrisa - yo me quedaré aquí esperando a la tía Mer
- Bien, vamos Elsa, Hamish y Hubert nos alcanzarán luego
Harris asintió como si fuera un acuerdo mudo, guiando a la pequeña princesa fuera de la habitación, Anna en cambio giró sobre sus talones mirando a los dos trillizos restantes con el ceño levemente fruncido.
- ¿Una guerra? - repitió cuando estuvo segura que su hija estaba lo suficientemente lejos como para no escuchar las dudas que su madre tenía - ¿Quién está en guerra? ¿De qué guerra hablamos?
Hamish y Hubert compartieron una mirada cómplice, aunque ninguno sabía que decir y tan solo habían escuchado alguna que otra cosa de lo que habían hablado su hermana y su madre en un momento en que estaban demasiados aturdidos como para entender, sus crecientes temores se mezclaban con los vestigios de las pesadillas que los habían aquejado durante días y noches enteras, así lo sentían, confundiendo aún más algunas ideas.
Pero aun así la guerra era algo inevitable, así lo habían visto en sus sueños, ahí lo habían sufrido vívidamente aún sin haberla cursado realmente.
Pero...
¿Les correspondía a ellos hablar sobre ello?
Ni Hamish, ni Hubert, ni uno de los dos era el futuro heredero al trono, ni muchos menos ostentaban el título de rey, habían sido criados de cierta forma; tenían sus costumbres, sus reglas, libretos a los que apegarse, seguían siendo los príncipes de Dunbroch.
Así que el silencio volvió a reinar
- ¿Hamish? - insistió Anna, pero el menor guardó silencio - ¿Hubert? - intentó ahora clavando su mirada en el otro, pero este, al igual que su hermano, tan solo permaneció en su mutes - ¿No dirán nada? - preguntó poniendo sus brazos en jarras
- No nos corresponde - contestó Hamish al fin
- ¿Qué no les corresponde? - repitió Anna con retórica - ¿Qué se supone que haga con eso? - dijo ahora molesta
- ¡Ni siquiera debimos mencionarlo! - se defendió Hamish
- Pero lo hicieron, ya lo mencionaron y es bastante tarde como para arrepentirse - se entrometió Eugene con el mismo apremio que Anna - ahora esto, esta posible guerra ficticia, es problema de todos los presentes - les aseguró enfatizando con sus manos
Los dos de los trillizos que estaban ahí guardaron silencio, no sabían que hacer o decir, sabían muy bien el papel y rol que debían tomar, pero también estaban aterrados, repitiendo una y otra vez las pesadillas que los agobiaron los últimos momentos de su sueño eterno, guardar silencio solo era sentenciar a todos a lo desconocido, ellos sabían muy bien lo que podría ocurrir desde ahora en adelante.
O eso creían
Por suerte, o desventura, la reunión que mantenía a los reyes de Dunbroch y Lords de los clanes ocupados tras las dos gruesas placas de madera había llegado a su fin, las puertas se abrieron de par en par dejando ver a quienes estaban en su interior, sus expresiones no revelaban mucho sobre lo tratado, pero dejaban ver lo suficiente para entender la seriedad de lo que está ocurriendo.
- Nos veremos en un par de días - comentó el Lord del clan Macintosh adelantándose frente al grupo - hay cosas que deben ponerse en orden antes de iniciar todo
- En unos días nos veremos aquí, estaremos listos para zarpar entonces - le aseguró Fergus
- Papá... - musitó Mérida en un ruego tras estos, pero fue ignorada por el aludido
- ¿Sus hombres estarán listos para entonces? - quiso verificar Lord Dingwall a lo que el rey de Dunbroch asintió con un gesto al igual que los demás
- Más que listos - aseguró confiado
Y como si ningún otro noble estuviese presente, los líderes de los clanes continuaron intercambiando un par de palabras para luego despedirse y marcharse como si nada hubiese ocurrido, como si toda la rabia con la cual llegaron se hubiese esfumado tras esas puertas, y ahora no hacían más que hablar sobre un viaje y sus hombres, con cada desordenada palabras que soltaban más sentido tomaba para Anna el hecho de la guerra, aunque no les quisiesen contar nada.
Había sido una larga noche llena de emociones y nuevas experiencias para Elsa, había tenido su primera misión oficialmente como guardiana, aunque aún no había hecho ni un juramento ni entendía cómo es que todo funcionaba; también había admitido lo que sentía por cierto guardián a su hermana y a si misma, además de pasar toda la noche junto a este y los demás guardianes, definitivamente estaba mental y emocionalmente agotada, aún así esperaba pacientemente en el salón del mundo en el polo norte, sus ojos no se despegaban del gran globo terráqueo mientras ella se envolvía a si misma con sus delgados brazos, admirando los detalles y la tecnología que desconocía de su alrededor y que en idas anteriores ya habían llamado su atención, hasta detenerse una vez más en la enorme esfera del mundo que se levantaba en medio del salón, abarrotada de brillos y titileos por las luces rojas y amarillas que la inundaba, reflejándose sobre los irises celestes de la platinada.