Capítulo XXXIV
Lejos de casa
Estaba asustado, completamente aterrado, hace un tiempo ya que hacía las cosas por inercia, disociado de la realidad, en contra de su voluntad, temeroso de las repercusiones si no lo hacía, como si se tratara de un animal indefenso huyendo en vano de su depredador, paseando en su jaula siguiendo sus mimos pasos, pisada tras pisada. Jamás imagino que así sería.
En un principio le habían prometido todo; el poder, la venganza, el respeto, la prosperidad... Todo sonaba bastante atractivo, pero nadie le había advertido el precio a pagar, y eso que aún no comenzaba a hacerlo, aún así sentía como poco a poco iba perdiendo partes de quien era. Hans estaba agotado, colapsado, no había dormido por noches enteras y sentía que las pocas semanas que habían pasado con él a cargo del reino de las Islas del Sur lo habían hecho envejecer muchísimos años hasta superar los de su padre, aunque la experiencia no venía con ellos. Suspiró acongojado sin dejar de mirar su reflejo en el espejo, las ojeras y bolsas que descansaban bajo sus ojos se marcaban con exageración, oscureciendo su mirada, luego solo humedeció su rostro con una toalla mojada.
El respeto no era suficiente
Sus manos estaban temblorosas y sus músculos tensos, su mandíbula se veía más prominente gracias a la baja de peso que había experimentado y sus pómulos resaltaban bajo sus ojeras, en su cuello se marcaban los músculos tensos que nacían desde las clavículas hasta tras de las orejas, la verdad era que ya había visto bastante como para perder el apetito.
El poder no era lo que esperaba
Los primeros días antes del regreso del oscuro ser no habían sido difíciles, incluso, a pesar de los meses transcurridos, Hans aún podía recordar la sensación de superioridad, la confianza que sentía con la esperanza de lo prometido, habían pasado años desde que no las sentía, olvidado a causa de la exageración e injurias de una reina inexperta y su torpe hermana menor, de todas formas nunca lo habían considerado en su familia, cualquier palabra tendría más peso que la suya.
Quería vengarse
Hans había conocido a los gemelos Stabbington durante uno de los castigos que tuvo que atravesar, alejado en la periferia sin conocer a nada ni a nadie, el principe desterrado encontró apoyo en los hermanos y en poco tiempo se entero de los contactos que tenían estos dos, la ventaja que esto significaba para él. El colorín cayó rápidamente bajo las palabras del hombre que le habían presentado, se expresaba con elocuencia y serenidad, con la seguridad que era digna de algun líder o noble, mas resultó ser solo un cazador, aún así en su momento el colorín había caído bajo sus engaños, bajo la falsa seguridad de las promesas del otro, deseando la fuerza necesaria que le brindaban para vengar su reputación, para recuperar el respeto de sus padres, de sus hermanos y de todos los súbditos que lo observaban con desprecio y desden, solo necesitaban buscar algo de estabilidad, un ejército que utilizar y un ser que poseía la fuerza para darle su estatus frente a todos.
Y fue cuando lo conoció
Hans se había adentrado en la boca del lobo sin saberlo, e informarse a esa altura era un lujo que no se podía dar, renuente en dejar en evidencia su ignorancia y falta de juicio, tan solo permaneció sentado esperando ver los resultados, aunque estos nunca llegaban, ahora maldecía el día en que se había involucrado en aquello.
Estaba perdiendo
- Su majestad - escuchó que lo llamaban a la puerta, Hans solo suspiró con fuerza y desvío su mirada de su reflejo
- ¿Qué sucede, John? - preguntó alzando la voz sin moverse de su lugar
Pero tras la puerta el silencio se mantuvo latente
- ¿Pasa algo? - insistió nuevamente frunciendo el ceño - ¿Hay algo que requiera mi atención? - Hans podia escuchar los tambaleos nerviosos del hombrecillo tras el portal, luego un carraspeó que le indicaba que por fin sabría lo que pasaba
- Lo buscan, su magestad... - lo escuchó responder con la voz apagada
- ¿Quienes? - intento una vez más agarrando el puente de su nariz al notar que el otro no iba a hablar por si mismo
- Yo... Este... - titubeó nervioso el robusto hombre, volvió a carraspear para luego agregar - es la antigua reina Elsa, su magestad... - dijo al fin sin suficiente fuerza
Hans detuvo su respiración por un instante mientras volvía a analizar las palabras del hombre tras la puerta, luego solo giró rápidamente para abrir el portal.
- ¿Quien dijiste? - preguntó ahora, John en cambio solo tragó con dificultad
- Es la antigua reina Elsa... - volvió a repetir con más nerviosismo
- ¿Elsa de Arendelle? - quiso verificar
- Si, su magestad - asintió el hombre junto a un gesto
- Bien, que me dé un momento - respondió con simpleza volviendo hasta el interior del baño como si la duda no lo hubiese asaltado hace un instante
John aguardó un momento en su lugar, como si aún tuviera los pies clavados en el suelo, Hans le dedicó una mirada furtiva a lo que el hombre reaccionó saliendo con rapidez de la habitación, una vez desapareció por las puertas fue que se formó una ancha sonrisa en el rostro del rey, quizás su segundo mandado se llevaría a cabo aún más rápido de lo planeado.
Elsa esperaba junto a los demás guardianes en uno de los salones del palacio de las islas del sur, su mirada se paseaba por los cuadros de los reyes y los príncipes del reino, su mayoría cubiertos por un delgado y traslúcido velo negro como si ya no existieran en ese plano, y más allá estaba el óleo de Hans, simbolizando su ascenso en el reino, este tenía una expresión suficiente, de confianza, aceptando todas las responsabilidades que le conferían con la corona, todo lo contrario al cuadro que le pertenecía a Elsa en Arendelle, donde se podía evidenciar el miedo que siempre la acompañaba, acrecentando el cosquilleo que llevaba desde que habían llegado.