Capítulo XXXXIII
Sacudida
Cinco años atrás
Astrid recorrió los pasillos interminables de la cueva por horas interminables, se movía entre la oscuridad y las sombras ocultándose del miedo, pero es difícil hacerlo cuando todo lo que sientes es miedo. Aún así la vikinga no detuvo su paso, sobre poniéndose al terror abrasador, el cansancio y el sueño, a pesar de eso no desistió, no estaban seguras en aquella húmeda madriguera.
- Shuuu - susurraba al oido de Zephyr mientras la mecía en sus brazos, aún sujeta de la tela rota con la cual la había rodeado horas atrás - ya falta poco - le aseguró acariciando sus cabellos
Pero las hebras cobrizas y tiesas dejaron de ser lo que eran dejando ver oscuros mechones que escurrían de los dedos de Astrid como agua turbia, la imagen de Zephyr desapareció dejando en su sitio un homúnculo torcido y mal formado, que al igual que los mechones de cabellos, empezó a escurrir por las telas como si el aire fuera parte de este.
Astrid movió sus manos con desesperación tratando de tomar algo de la vieja esencia de la bebé, pero esta escapaba del agarre de sus manos como nubes en el cielo, Astrid lloró y gritó, pero nada cambio, todo era una pesadilla.
Todo era una pesadilla
La vikinga reaccionó en un brinco sobre su lugar, estaba oculta entre las cuevas aledañas al agujero bajo la cama del cual escapó, la noche las había pillado haciéndolas un blanco facil para las sombras y pesadillas, por lo cual había decidido salvaguardarse en una cueva, atenta a los ruidos y voces que empezó a escuchar hace un momento atrás, en algún punto el sueño la había vencido.
- Diablos... - masculló inquieta, ya sabía lo que las pesadillas significaban
La habían encontrado
Astrid se levantó del lugar en que descansaba para asomarse con cautela por el borde de un muro maltrecho por la parte trasera de dónde había entrado, el camino lucía vacío y algo inclinado, al final de este una tenue luz se filtraba por la tierra, como si fuera una taza de café después de todas las horas de esfuerzos, una pequeña señal de esperanza.
Aún mantenía fe
A paso cauto se aventuró en la ruta tubular, en un principio avanzo lentamente, para luego acelerar sin darse cuenta, tras ella volvía a sentir la presencia pesada y abrumadora que la había encarcelado bajo tierra, pero el valor para comprobarlo lo había perdido apenas está apareció, luego una risa amarga aprisionó su mente, no quedaba tiempo para dudar.
Astrid se detuvo en el borde de una abertura, los rayos del sol la encandilaron después de meses privada de este, pestañó con fuerza varias veces buscando adecuarse, luego miró hacia sus espaldas incapaz de reconocer la oscuridad, volvió su mirada al frente notando destellos en las copas de los árboles y un vacío sin fin, a su alrededor solo rocas endebles salían de los muros dejándola sin lugar donde huir. Un escalofríos recorrió su espina y la desesperación comenzó a ahogarla, el miedo ya la estaba alcanzando y no tenía donde escapar.
- Oh, dioses - murmuró con la voz quebrada abrazando a su hija
La rubia retrocedió un par de pasos envolviendo con cuidado a su hija entre sus brazos antes de lanzarse a correr, tomo un debil impulso con los pies saltando al vacío, luego todo fue dolor y confusión.
Astrid rodó colina abajo aferrada a su hija, se había agarrado de tal forma a la bebé que la cubría casi por completo con sus brazos y piernas, procurando amortiguar el impacto al caer, luego su cuerpo dejó de balancearse para llegar a un terreno plano lleno de arbustos y árboles estériles.
No sé movió inmediatamente, incluso creyó que las horas habían pasado hasta el anochecer, pero el cielo seguía igual de brillante que antes y la brisa no parecía enfriar. Astrid abrió sus brazos entumecidos dejando en libertad a la bebé que permaneció sobre su pecho retumbante, su piel ardía y palpitaba con cada movimiento, aunque no pudo evitar sonreír a pesar de ello.
- Somos libres - susurró con la voz rota por el dolor - somos libres...
Pero no era cierto, aún no lo eran
Astrid intento reincorporarse en vano, su cuerpo estaba tan agotado y magullado, en su pierna sentía un tirón agudo mientras que sus costillas al hundirse se clababan en su interior, solo le dió las fuerzas para arrastrarse entre las ramas y ocultarse hasta sentirse mejor, pero el cansancio y el sueño podían más que sus instintos y poco a poco empezó a caer en el sueño, primero fue como a poco, un pestañeo y ya, pero luego los párpados le pesaron y su respiración se hizo profunda, las puntadas que antes le dolían o el ardor de su piel ya no se sentía como un problema, incluso los quejidos de Zephyr no la hacían reaccionar.
Necesitaba descansar
Pero las olas seguían llegando, y poco después de que descansara un poco fue que se dió cuenta en lo perdida que estaban.
Astrid no se podía levantar, su pierna continuaba doliendo, estaba hinchada y de un color violáceo, al igual que su pecho y costillas, lo demás permanecía amoratado, pero en un tono más suave y menos uniforme. Aguardó algunos días tratando de moverse de vez en tanto, pero el dolor y la inestabilidad de su respiración la retenían después de unos cuantos metros, hasta entender que ya no podría más, ya era demasiado tarde para seguir arrastrandose en busca de ayuda y ya no tenía fuerzas ni para gritar, había perdido sus energías rápidamente alimentando a Zephyr de su leche y sus heridas no parecían mejorar. Ni siquiera el llanto insesante de su hija le daban las fuerzas para consolarla.
No le quedaba mucho tiempo
Pero en el limbo, entre la cordura y la realidad fue que la descubrió a ella, la única persona en todo ese horrible lugar. Lucía gentil y curiosa, su mirada era de un brillo oscuro y sus cabellos caían como cascadas ondulantes a su alrededor, su piel aceitunada y viva contrastaba con el pálido lúgubre de la vikinga, la recién llegada era todo lo que Astrid estaba perdiendo. Era una niña, tan pequeña como alguna vez lo había sido la misma vikinga, bordeaba los diez años y permanecía con una expresión tan ingenua como lo dictaba su edad.