El secreto de Luciano

Capítulo 12

Entró de mala gana a su casa dejando las llaves ruidosamente encima de la mesita cerca de la puerta. Dirigió sus pasos a su cocina de estilo americano y sacó una cerveza del refrigerador mientras se desabotona la camisa observando a Felipe que duerme en el sofá cubierto con una frazada.

 

Dibujó una sonrisa triste en su rostro.

 

—"¿Qué es lo que estamos haciendo con nuestras vidas?" —recordó las palabras de aquella mujer de su pasado.

 

Apretó los dientes al darse cuenta de eso ¿Por qué justo cuando se siente más solo que nunca recuerda a quien le rompió su corazón? Apoyó su brazo en el mesón de la cocina dejando caer su cabeza intentando sacarse la imagen de aquella joven mujer. Su vida que hasta ese entonces había sido "perfecta" con unos padres cariñosos, con un buen bienestar económico, amigos, todo, lo abofeteó la decisión de ella, con crueldad haciendo que su burbuja se rompiera en pedazos. 

 

Siempre quiso seguir los pasos de su padre, de una vida ya armada, de una vida aparentemente perfecta, pero no solo perdió a su novia. Su madre falleció poco después en un accidente de tránsito, su padre quedó vivo pero con secuelas de por vida. Sonrió con ironía y bebió otra cerveza.

 

Burla de su destino, una tras otras puñaladas. Y no pudo aguantarlas, huyo, escapó de su vida, de su camino ya construido, refugiándose en letras de amores inalcanzables para él.

 

¿Que hay de aquí para adelante si cada vez los muros de los nuevos caminos que quiere construir aparecen bloqueándole sus caminos? Obligándolo a volver a aquel final del que tanto ha querido huir, la soledad y la oscuridad.

 

Entrecerró los ojos recordando a Natalia en el aeropuerto cuando le devolvió el anillo de bodas. Luego de eso deambuló tambaleándose por las calles de la ruidosa ciudad, con su corazón destruido por amor. Finalmente terminó sentándose en un cruce frente a un enorme rio contemplando la caja con los anillos de matrimonio, los apretó contra su pecho llorando ahogado en dolor y odio, y antes de arrepentirse los lanzó a las frías aguas del rio para olvidarlos, para no volver a creer, para jurarse no volver a amar.

 

Se cubrió el rostro llorando por sus recuerdos y por el alcohol que ya se le ha subido a la cabeza. 

 

El timbre de su teléfono comenzó a sonar y lo agarró de mala gana y con poca coordinación de sus manos.

 

—¿Aló? —se escuchó una voz femenina desde el otro lado.

 

—¿Natalia? —sintió a su corazón detenerse ¿Será que ella ha vuelto?

 

—No, soy Sayen ¿Estás bien? —preguntó preocupada por su evidente tono borracho.

 

—No me molestes, ya tendré tus escritos ¡Si eso es lo único que te interesa! — exclamó molesto.

 

—Maldito borracho idiota —soltó sin pensarlo, luego suspiró—. Te llamó porque noté que algo te preocupaba, pero creo que mejor hablamos cuando estés sobrio.

 

—... —no supo que responder, titubeó y prefirió callar.

 

—... no hagas alguna tontería —habló Sayen con más suavidad—. No bebas mucho, yo estaré temprano por allá para que conversemos, si estas en problema encontraremos una solución. Date un baño caliente y come algo. Buenos nos vemos, que descanses.

 

Y cortó antes de que Luciano pudiera reaccionar, aunque la verdad sigue estupefacto con el teléfono aun en su mano ¿Realmente se preocupaba por él o solo quiere que estuviera bien solo para que tuviera listo los manuscritos en el tiempo establecido?

 

Sonrió. De seguro es eso último. Y dicho esto se tropezó y cayó al suelo quedándose dormido.

 

Sintió unas voces y una molesta luz, intentó abrir sus ojos, pero no lo logró en el momento.

 

— Ah, pero pudo decírmelo, creo que ese día lo tengo libre, mi hermano se está quedando en mi departamento así que no habría problemas —habló una voz femenina.

 

—Ya está despertando —Felipe se acercó a Luciano—. Al fin has vuelto a la Tierra.

 

Se sentó aun mareado y restregándose los ojos. Se dio cuenta que estaba sobre el sofá envuelto en una gruesa frazada. Felipe a su lado bebe café y al otro lado Sayen revuelve una taza sin despegar su severa mirada de él.

 

—¿Qué haces aquí? —preguntó intentando entorna sus ojos con altanería, pero solo logro parecer un hombre con resaca que no puede ni abrir los ojos y trata de forzar su vista.

 

—Te dije que vendría en la mañana —Sayen sorbió té y luego volvió a fijar su mirada en él—. Felipe me abrió la puerta y luego lo ayude a subirte al sofá. Te pasaste toda la noche durmiendo en el suelo así que lo más seguro es que te resfríes.

 

—Soy fuerte, lo suficiente para... —se detuvo estornudando sin poder evitarlo.

 

—¿Decías? —indicó Sayen sonriendo con ironía.

 

Estaba a punto de protestar cuando Felipe se puso de pie, y ambos lo observaron curiosos. Les sonrió tomando las llaves de su vehículo.

 

—Ya que Luciano ya despertó debo dejarlos, tengo cosas por hacer, y ustedes cosas por conversar.

 

Luciano quiso protestar, pero ya Felipe cerraba la puerta y salía del lugar. En eso sintió como las manos de Sayen se posaban en sus mejillas, de inmediato retrocedió sin entender sus intenciones.

 

—La fiebre ha bajado —murmuró la mujer.

 

Tragó saliva un poco avergonzado por las ideas tontas de su cabeza. Sayen al notarlo se dio cuenta de su falta de tino, quiso disculparse, pero al encontrar la mirada avergonzada de Luciano, lo más probable por la fiebre, solo optó por levantarse del sofá.

 

—Te prepararé algo para que comas, luego debo irme, tengo algo que hacer —agregó con seriedad perdiéndose en su mente.

 

—¿Pasa algo? —preguntó Luciano arrugando el ceño.




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